Encuentros y desencuentros entre el art brut y el arte naif en la plástica cubana[1]

En 2008, cuando indagaba sobre las expresiones plásticas en creadores con desórdenes mentales, no imaginaba que a partir de entonces se abriera todo un camino por andar en materia de art brut. La terminología era apenas reconocible en Cuba, y las problemáticas que conllevaba esto salían a la luz, a medida que ahondaba en las investigaciones y me acercaba a otros creadores que por sus posturas anticonvencionales ‒y sin diagnósticos psiquiátricos‒ no gozaban de una total aceptación social, pero sí coincidían en cuanto a patrones creativos y en la manera de adoptar el arte como una actitud ante la vida.

Es habitual que en el panorama visual de la plástica cubana convivan diversas manifestaciones y formas de expresión que con frecuencia se fusionan y retroalimentan. En este tipo de relación podían pasar desapercibidos fenómenos cuyas particularidades no se observaban con detenimiento; razón que propiciaba juicios inadecuados, o la exclusión de significativas expresiones plásticas de muestras colectivas y eventos. Esto ocurría en ciertas ocasiones, con valiosos exponentes cubanos del art brut, cuya existencia constaté, sobre todo en territorios de tradición en el arte popular, como Villa Clara, Sancti Spíritus, Cienfuegos, Santiago de Cuba y La Habana.

Dichas producciones artísticas, podían ser relegadas debido a la incertidumbre y la duda que generaban: los creadores, de formación autodidacta, transgredían con sus posturas las habituales normas de conducta social; solían ser solitarios, excéntricos, y en algunos casos sufrían trastornos mentales, razón suficiente para que fuesen marginados por la propia sociedad e incluso las instituciones culturales. Por otro lado, padecemos la tendencia a la clasificación en el arte y frente a esta manía, el desconocimiento nos puede jugar malas pasadas.

¿Dónde situar a este tipo de expresión? Corría el riesgo de quedar fuera del rango de aceptación institucional, por no concordar cabalmente con los parámetros que de manera usual definen el arte naif o popular, y tampoco con aquellos que distinguen a las producciones académicas y contemporáneas. En tal disyuntiva, la evolución de estos artistas dependía en gran medida de la astucia y capacidad individual para insertarse en los circuitos legitimadores. En el mejor de los casos se les asociaba a la creación naif, cuando en realidad sus fuentes de creación resultaban de una complejidad superior. Esta asociación se debía a los puntos de encuentro entre ambas manifestaciones, y en algunos ejemplos, a tanteos que el propio artista establecía con la vertiente para salir adelante sin mayores contratiempos; cuando en sus obras permanecían por fuerza, inconfundibles rasgos procedentes de agitadas psiquis entregadas a la creación, que trascienden por sus contenidos el denominado arte naif.

Ante esta paradoja, se hacía imperioso esclarecer los encuentros y desencuentros entre el art brut y el arte naif, para contribuir a una mejor identificación del primero, sin echar a menos los indudables valores artísticos de la segunda.

El término de arte naif comenzó a emplearse a inicios del siglo XX, cuando varios artistas  –entre ellos Camille Pisarro (1830-1903), Paul Signac (1863 -1935), Paul Gauguin (1848-1903), George Seurat (1859-1891), Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) y el poeta Guillaume Apollinaire (1880-1918)– se interesaron por las extraordinarias producciones pictóricas de “El Aduanero”, Henri Rousseau (1844-1910) y, al valorar sus peculiaridades, decidieron bautizar esta manifestación estética con el término francés naïf , cuya traducción al español es: “ingenuo”.

A partir de ahí se inicia en París el reconocimiento y promoción del arte naif como nuevo lenguaje pictórico de ancestrales orígenes y ajeno a formaciones académicas. Este tipo de arte, guardaba lejanos antecedentes en expresiones artesanales y culturales relacionadas con las necesidades humanas, la vida cotidiana y las religiones y tradiciones que databan de antiguas sociedades europeas. Las producciones artesanales antes referidas, fueron despreciadas con el inicio de las producciones seriadas que trajo la Revolución Industrial, para luego ser retomadas por el romanticismo y las reclamaciones nacionalistas del siglo XIX. Con el arte naif, por lo tanto, se volvía a ese pasado cultural y se reflexionaba en torno a la revalorización del medio sociocultural del sujeto, a través de representaciones plásticas de escenas rurales, tradiciones, costumbres populares, leyendas y paisajes a veces idealizados con cierto toque de fantasía.

Del arte naif se derivaron posteriores calificativos: pintura ingenua, primitiva, popular, intuitiva, autodidacta, espontánea, instintiva, antiacadémica, y a sus autores en ocasiones se les ha llamado “pintores de domingo” o “de corazón santo”. En determinadas regiones de Cuba, suelen hacerse distinciones entre los términos arte naif y arte popular; delimitando lo naif a aquellos artistas, en cuyas obras se distinguen con mayor énfasis los rasgos infantiles en las figuraciones o la precariedad en el dibujo.

En cambio, el art brut es un término francés concebido por el artista Jean Dubuffet (1901-1985) a mediados del siglo XX, con el que quiso denominar a toda aquella producción plástica realizada por personas con padecimientos psiquiátricos –internadas en hospitales o no–, convictos, individuos aislados de la sociedad y niños. Dubuffet se inspiró en los estudios que el historiador del arte y psiquiatra Hans Prinzhorn (1886-1933)[2] había realizado sobre la producción plástica de pacientes psiquiátricos, para publicar su manifiesto “El art brut preferido a las artes culturales” y fundar la Compañía de Art Brut (1948) y el Museo de Art Brut de Lausana, Suiza (1967), al cual dona una extensa colección plástica.

A partir del término art brut, surgieron otras terminologías: arte visionario, arte lunático, raw art, arte psicopatológico entre otras; aunque una de las más utilizada en la actualidad es la de outsider art (arte marginal), término creado por el crítico británico Roger Cardinal en 1972,[3] que es mucho más inclusivo en su concepción. De ahí su amplio debate, y que no sea de total aceptación por los especialistas más ortodoxos.

Tanto en el arte naif como en el art brut encontramos una excesiva originalidad y frescura; la necesidad vital de sus autores por comunicarse mediante la expresión visual, de ser reconocidos en el oficio de crear y de trascender en la plástica. Pueden expresarse tanto a través de la pintura como de la escultura y el dibujo; pero en el art brut se suele experimentar con mayor énfasis en el collage, la fotografía, las instalaciones, el performance, las intervenciones en espacios públicos y la arquitectura.

El hecho de que el art brut y el arte naif procedan de creadores autodidactas  –y, por ende, con escaso dominio del dibujo e incapaces de ofrecer soluciones académicas a detalles de composición, perspectiva y otras cuestiones relacionadas– puede traer consigo algunas confusiones. En ciertos casos las dos expresiones plásticas pueden coexistir, aunque siempre una prevalecerá, en dependencia de las intenciones plásticas del sujeto creador.

Pero veamos a grandes rasgos, las características que nos permiten establecer las divergencias:

El artista naif es, por lo general, un sujeto pasivo, sencillo de carácter, integrado a la sociedad; que disfruta del entorno y lo defiende y representa en sus pinturas. El art brut proviene de sujetos mentalmente afectados; o que de una forma u otra han transgredido las normas cívicas con actitudes irreverentes presentes en sus obras, y de resistencia ante los actuales sistemas sociales. Estos autores suelen ser de personalidad enigmática y sienten que pueden ir más allá de lo racional: algunos confían en sus dones místicos y llegan a exponer sus criterios con la mayor convicción y naturalidad, gracias al intelecto y la elocuencia que desarrollan.

El en el arte naif, el dibujo deficiente, muestra por lo general rasgos infantiles y contornos definidos con precisión y limpieza, que conviven junto a la exquisitez de una composición de acertada armonía en el color; mientras que en el art brut el dibujo puede ser torpe, rasgado, de imprecisiones realizadas con toda intención por el autor, para contrastar con un sugestivo cromatismo y definir especiales efectos y tensiones en las estructuras de las obras. Se emplean con frecuencia el negro, los tonos grises y los colores complementarios: disposición que, si bien se entiende como una violación del principio de la armonía cromática, no llega a constituir una ruptura en la unidad de la obra.

Por otro lado, en el art brut, el uso frecuente de la perspectiva frontal, puede aparecer al unísono con la visión de planos aéreos y laterales en una misma composición, debido a los diferentes puntos de fuga visual. De igual modo, las proporciones de elementos –en su jerarquía de tamaños y relaciones– no se corresponden con nuestra óptica fenomenológica del mundo: resulta exagerada la desproporción de objetos, o de partes y extremidades que conforman las figuras, como la de estas con respecto a otras situadas en distintos planos.

Las obras naif poseen gracia, encanto y aparente ingenuidad, pues los artistas gustan de plasmar una realidad con cierto sentido del humor y con una intención preciosista, que cautiva y acerca al público. Propician la contemplación, ya sea a través del brillante colorido, las recargadas composiciones o las atmósferas festivas y anecdóticas. Representan temáticas vinculadas a la cotidianidad, las tradiciones populares, tanto rurales como urbanas, los mitos y leyendas de la región, la naturaleza, el paisaje, la vida familiar, las relaciones afectivas, la religión; cuentan relatos; son reveladoras del espíritu y las costumbres del pueblo o ciudad al cual pertenece el autor y reflejan con amabilidad el medio sociocultural de este, quien se interesa por rescatar y conservar en sus piezas el patrimonio local o nacional.

Por el contrario, las obras de art brut buscan lo grotesco y rechazan lo que, desde el sentido común, se define como bello. En ellas existe una sensación de crudeza, precariedad y degradación. Proponen ambientes intensos, de caos, nostalgia, ambigüedad, y se adentran en zonas abstractas donde las manchas sugieren posibles formas. Lo espontáneo evidencia estados cercanos a lo inconsciente. Tienen un tono serio, reflexivo, sofisticado, irónico, a veces trágico y convulso. Con un claro estigma emocional, representan una realidad distorsionada que se transforma en dependencia del microcosmos del autor, quien siente una necesidad extrema de proyectar sus vivencias personales, sus sentimientos, recuerdos, conflictos y cuestionamientos. De ahí su autorrepresentación continua a través de retratos, segundas personas, relevantes figuras de la historia, animales, plantas u objetos inanimados. Lo sexual es tratado sin prejuicio ni pudor, y son capaces de lograr piezas de inquietante erotismo.

Para los creadores brut el contexto puede ser un factor hostil debido a las desfavorables condiciones económicas, sociales, de hábitat, salud, y las presiones familiares que suelen padecer. Resulta típico que se intente mitigar el desarrollo creativo y desalentar su libre manifestación, al ver en la creación plástica un peligro para la estabilidad emocional de ellos, en vez de un aliciente espiritual; de ahí que el artista se involucre en una compleja lucha que va en dos direcciones: consigo mismo y contra el medio.

En el art brut, el artista vive de manera obsesiva el proceso de elaboración de las piezas; emplea una gran cantidad de complejos códigos y símbolos provenientes de su arsenal individual, dejando partes reservadas a su propia comprensión. Con esta comunicación críptica, el público queda obligado a la interpretación y se muestra reticente, al no acceder a una lectura completa e inmediata de la propuesta visual. Se utiliza cualquier material y soporte que esté al alcance, siendo este quien sugiere el principio de una pieza o idea. La factura en las obras no siempre es la mejor, puesto que –en la mayoría de los casos– no sienten preocupación por lo que se llamaría “un correcto acabado o limpieza en el color”; aunque algunos artistas con el tiempo alcanzan inusitadas habilidades técnicas, sin desviarse de su estilo personal.

Los creadores naif suelen ser mucho más cuidadosos en detalles de factura y se preocupan por mantener sus obras en buen estado de conservación. El artista brut, en cambio, llega a experimentar una agobiante sensación de amor y rechazo hacia sus producciones, al extremo de destruirlas y repudiarlas en determinadas circunstancias anímicas. La pulsión desenfrenada por la creación, puede convertirse en una insoportable carga emocional que desemboque en abrumadoras depresiones. Serán ciclos de los que se recuperará, en el peligro acechante de volver a caer.

Es de señalar lo poco que se han pronunciado los críticos e investigadores de las artes plásticas cubanas sobre el art brut; de lo que se deriva la pobre existencia de bibliografía en Cuba que aborde la temática.[4] Se aprecia un vacío en los estudios del arte cubano con respecto al fenómeno y la necesidad de una atención pausada, por lo fructífero que su conocimiento a fondo significaría para el desarrollo de nuestra plástica, de la cultura general y del propio individuo creador.

En Villa Clara encontramos dos importantes figuras que promovieron eficazmente las artes plásticas en sectores populares y ‒si bien conocían del art brut y sus características‒ no se inclinaron hacia ese tipo de expresión en particular.

Uno de ellos fue Samuel Feijoo (1914-1992), escritor, investigador y folclorista, que desempeñó en este sentido una sólida labor desde los años 40 hasta inicios de los 80 del siglo XX. Feijoo creó en Cienfuegos, junto a Mateo Torriente (1910-1966), la Academia del Bejuco (Antecedente del movimiento artístico y literario Tarea al Sur), para luego liderar el grupo de Dibujantes y Pintores Populares de Las Villas, denominado con posterioridad Grupo Signos. Allí agrupó a creadores autodidactas de Villa Clara y Cienfuegos, con aptitudes para la realización de obras plásticas de rasgos ingenuos, notable fantasía y desbordante capacidad inventiva. En su búsqueda de lo identitario, se focalizó en las temáticas populares, fundamentadas en la naturaleza cubana, los mitos, leyendas y costumbres campesinas. Fue colaborador y amigo del doctor Bernabé Ordaz (1921-2006),[5] junto a quien organizó talleres de creación con pacientes del Hospital Psiquiátrico de La Habana[6] y participó en la inauguración de exposiciones, en la galería de este recinto hospitalario.[7] Admiraba a Jean Dubuffet, con quien sostuvo lazos de amistad, y fue evidente la influencia de sus ideas. Gracias a estos intercambios con Dubuffet, realizó en 1983 una muestra colectiva en el Museo de Art Brut de Lausana, Suiza, con el título de “Arte inventivo de Cuba”.[8] Feijoo reconocía los puntos coincidentes del movimiento de Las Villas con el art brut; pero también insistía en aclarar las diferencias entre uno y otro.[9] Entusiasmado con la intención de mostrar el movimiento como un proyecto portador de una cultura del pueblo, sostenía a ultranza su originalidad estilística y lo observaba desde un enfoque folclórico.

De igual modo, José Seoane Gallo (1936-2008), ‒escritor, etnólogo, coleccionista y estudioso de las artes plásticas‒ trabajó desde finales de los 50 hasta inicios de los 60 con un grupo de creadores santaclareños sin formación académica, que después se sumaron en su mayoría al Grupo de Dibujantes y Pintores Populares de La Villas. Pero Seoane también enfocaba su trabajo con estos artistas desde una perspectiva netamente popular, e incluso los motivaba a trabajar dentro de esos parámetros.

En Santiago de Cuba, la doctora Luisa María Ramírez Moreira ha destinado estudios a clasificar una serie de expresiones que consideraba “ingenuas”[10] y, sin llegar a valoraciones concretas, incluye el art brut con la mención de un artista representativo del género en Santiago: Arístides Goderich Ramos (1937-2004).

Para el estudio de estas expresiones, es imprescindible extender la mirada, salirse de los enfoques habituales del arte actual, y lograr interpretaciones a partir de una visión desprejuiciada respecto a comportamientos anticonvencionales o trastornos mentales. De esta manera se priorizarían los aciertos estéticos por encima del temor a lo desconocido en la mente del “otro”, que lo hace diferente. La valoración de dichas producciones debe hacerse desde una pupila entrenada en las artes visuales; que apoye sus fundamentos críticos en una sólida base teórica y práctica, antes de utilizar a la ligera las correspondientes terminologías. Se trata de una zona de las artes visuales con mucho terreno por explorar, no solamente en Cuba sino a nivel internacional; de estudios recientes, a pesar de que los artistas brut siempre han estado ahí, tan cerca y tan rechazados de movimientos y tendencias, que han marcado la historia del arte.

Con estos apuntes no propongo una tipificación dogmática del art brut, ni de las especificidades que este pueda tener en Cuba: con el transcurso del tiempo y los cambios socioculturales, hacen que su propia definición varíe en ciertos aspectos de su concepción inicial, permaneciendo la esencia de sus contenidos. Tampoco intento defender la teoría del genio a partir de la locura: el esquema creativo se desarrolla independiente de cualquier afección mental, y del mismo modo que lo estimula lo puede obstaculizar. Pero sí considero vital para cualquier estudioso y crítico de las artes plásticas, el acercamiento a esta expresión como un eslabón que complementa el conocimiento estético. En su estudio pudiéramos encontrar las respuestas a disímiles interrogantes sobre el arte como proceso natural, y las posibles claves de la génesis del pensamiento creativo en el ser humano.

©Yaysis Ojeda Becerra 

Investigadora y Crítica de Arte

Santa Clara, 15 de septiembre de 2012.

Notas:

[1] Epílogo del libro El Aullido Infinito, Yaysis Ojeda Becerra, Ediciones La Memoria, Centro Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2015.
[2] Vale señalar la influencia en el surrealismo de los estudios de Prinzhorn, en específico de su libro Artistry of the mentally ill (1922), que por sus imágenes y contenido era considerado como una especie de Biblia para el movimiento.
[3] El libro Outsider Art, de Roger Cardinal, fue el primero publicado en lengua inglesa sobre Art Brut.
[4] Apenas se encuentran artículos en la revistas Islas, Signos y Bohemia; o sendos capítulos en el Summa artis, Historia General del Arte, Vol I, de José Pijoán (Madrid, Espasa-Calpe, S.A,1955, p.503-512); y de Pierre Roumeguère El arte de los enfermos mentales y de los niños, en el libro El arte y el hombre de René Huyghe (La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972, pp. 80-83); ambos ejemplares con información desactualizada y terminologías ya obsoletas.
[5] Comandante del Ejército Rebelde y director del Hospital Psiquiátrico de La Habana (antiguo Mazorra), durante más de cuatro décadas.
[6] Según entrevista al escritor e investigador René Batista Moreno (Camajuaní, 1941-2010).
[7] Véase Samuel Feijoo: “Los osos se usan”, Signos, Santa Clara, No. 19, septiembre-diciembre, 1976, pp. 183-188.
[8] Estuvo constituida por ciento cincuenta obras de treinta y cinco creadores del centro de la Isla, integrantes en su mayoría del Movimiento de Dibujantes y Pintores Populares de Las Villas, entre ellos: Pedro Osés, Aida Ida Morales, Benjamín Duarte, Adalberto Suárez, Cleva Solís, Rigoberto Martínez, Chago Armada, Myriam Dorta, Alberto Anido, Mario Walpole, Adamelia Feijoo, Polo, Jesús Pérez, Juan Vada, Ángel Hernández, Armando Blanco y Lourdes Fernández.
[9] Samuel Feijoo: “Aclaración oportuna”, Islas, Santa Clara, No. 28, enero-marzo, 1968, p 258.
[10] Luisa María Ramírez Moreira: conferencia “A propósito del arte ingenuo”, Santa Clara, marzo de 2008, Consejo Provincial de las Artes Plásticas (inédita).
El aullido infinito - Cubierta

Libro «El Aullido Infinito», Yaysis Ojeda Becerra, La Habana 2015.

Territorio nacional

El cuerpo de lo nacional es el espíritu y es el paisaje
y esto sólo lo expresa el arte
Guy Pérez Cisneros[1]

    ¿Qué es Cuba para los cubanos y para los ojos del resto del mundo? Es esta una interrogante de encontrados puntos de vista. Pero en lo que todos concuerdan, es en el hervidero cultural que se genera desde lo emotivo y el gesto espontáneo de la cotidianidad de un pueblo, que aún colmado de preocupaciones materiales, no desiste en mantener el humor; y muy a pesar de una realidad narrada en formato de cuento metafórico, signada por el drama real de sus contradicciones políticas, y en planes interminables de derrumbes y reconstrucciones que no opacan su grandeza espiritual.

     La misma espiritualidad que motivó al artista cubano Lázaro H. Cano (La Habana, 1972) en su muestra Territorio Nacional, ‒abierta al público en el espacio White Lab de Madrid‒, a proyectar a través de pinturas, esculturas e instalaciones, una visión subjetiva, onírica y un tanto caótica de su patria; al visitarla recientemente, luego de más de una década de ausencia.

    Territorio Nacional reúne, cual diario personal, los apuntes a modo de imágenes pesadillescas de un viaje de regreso al pasado, y de un paisaje urbano desolador a partir de la cosmogonía de símbolos de este creador, que ya constituyen un leitmotiv en sus obras: flechas, cruces, banderas, colores primarios y limpios, púas, ojos y lenguas; elaborados desde el trazo primitivo, en una estética de la precariedad. H. Cano trabaja desde la sugerencia de materiales y objetos, para desbordar sus energías. De ahí que el hallazgo de botones, céntimos, papel, cinta adhesiva, madera, o pedazos de muebles, sean empleados como recursos semánticos, soportes e ideas en sí. Rasgo este común, en las producciones de algunos artistas outsiders, que se dejan seducir por el material encontrado.

        Con la instalación El cuartico está igualito[2] Lázaro pretende transformar el espacio expositivo en una cueva de punzantes elementos, construidos en papel craft, cinta adhesiva y cartón, con la intención de generar un ambiente arcaico y extraño. La simbología de la cueva apunta hacia una visión críptica y dolorosa en el imaginario del artista. Duele la misma precariedad de la que un día quiso escapar; el reencuentro con la memoria familiar de no pocas pesadumbres; del humilde hogar en el Vedado habanero donde una vez llegó a desarmar su cama y dormir en el suelo por la acumulación excesiva de maderas y esculturas, de los mismos atardeceres en el malecón junto a pescadores, jineteras y merolicos buscándose la vida.

     Con la Serie Territorio Nacional, conformada por las piezas: Memorias de un bistec, Pollo por pescao y Centro Habana, H. Cano se adentra en temáticas sociales que afectan directamente al cubano de a pie, y que nunca antes había tratado de manera directa: la emigración, la alimentación y la descomunal compra y venta en Cuba de inmuebles patrimoniales, que hace pensar en la isla como una gran plaza de mercado. De dimensiones variables, cada una de las maquetas posee de base la bandera nacional con detalles satíricos, que evidencian el ingenio del artista a través de constantes citas al refranero popular y al lenguaje callejero.

     La crudeza de las figuraciones, esbozadas en una síntesis de elementos y trazos  ‒que se refuerzan con el color en el caso de las pinturas‒, permite que las piezas resulten directas y contundentes en sus significados semánticos; en tanto el ordenamiento de los tópicos redefine la imagen de un país que no es solo revolución, mulata, tabaco y ron.

     Con esta muestra Lázaro H. Cano revitaliza además el recuerdo de sus inicios en el arte en la década del noventa, de una parte influido por el legado del padre, un diestro ebanista de renombre habanero; y de otra, por el rico ambiente cultural de una ciudad donde músicos[3], artistas, escritores y actores confluyen en pleno intercambio. Esa y la vida marginal de las calles, fueron su inspiración y única escuela ‒aunque sustenta su aliento creativo en la naturaleza y la religión Ifá, como centros determinantes de fortaleza y principales filosofías‒. Eran los duros años del llamado Período Especial en Cuba, que marcó a toda una generación con la ruptura del campo socialista y la desarticulación ideológica de la revolución; momento en el que los artistas se pronunciaron, determinando un antes y un después, que cambiaría el rumbo del Arte Cubano. Por aquel entonces Lázaro realizaba sus primeras muestras y andaba por las avenidas recogiendo troncos de árboles para construir sus esculturas; le creían loco por su enigmática personalidad y festividad casi infantil, de ahí que llamara la atención del propio Alberto Korda (1928- 2001), quien no tuvo reparos en fotografiarlo en varias ocasiones.

     Pudiera resultar curioso, como H. Cano ha logrado mantener intacto ese lado puro, espontáneo e instintivo, en postulados que a ratos congenian con lo contemporáneo; insertándose sin mayores dificultades en los circuitos galerísticos de Suiza o Pamplona mayormente, y exponiendo sus piezas con regularidad en espacios públicos. Cuestión que responde a los giros que asumen los artistas outsiders del siglo XXI, ante las dinámicas de la sociedades de hoy. A pesar del tiempo vivido en varias urbes europeas, Lázaro mantiene su idiosincrasia, sin caer en encasillamientos ni clichés. Abierto a la experimentación, se nutre de su medio actual y explora nuevos posicionamientos, que le permiten compartir sus emociones desde la singularidad. Quizás sea esta la mayor lección a aprender, la de no abandonar nuestro lado salvaje, sensitivo, nuestros orígenes; ese por el que aún podemos llamarnos humanos y nos lleva a reconocer nuestros propios territorios, en el peso de una isla (…),[4] o la longevidad de un paisaje continental.

Yaysis Ojeda Becerra
Investigadora y crítica de Arte
(Madrid, 12 de febrero, 2017)
 
Notas:
[1] Guy Pérez Cisneros (1915-1953). Características de la evolución de la pintura en Cuba. Tesis de Doctorado presentada a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana, agosto, 1946. Editorial Dirección General de Cultura, Ministerio de Educación, La Habana, 1959.
[2] Título del bolero de la autoría de Edmundo Medina (Mundito) e interpretado en 1947 por Panchito Riset  (1910- 1988).
[3] De ahí que dedicara su primera muestra en Suiza a la agrupación de Jazz cubano Estado de Ánimo, con cuyos  músicos compartiera momentos inolvidables.
[4] Virgilio Piñera (1912-1979), La isla en peso, Editorial Tusquets Editores S.A, Barcelona, 2000.

Cipreses y girasoles: solo para locos

                                                                                                                Mutter ich bin dumm (Friedrish Nietzsche)                                                                                                                                        

     Me cuesta definir con exactitud cuándo empezó todo. Quizás, desde mucho antes, con los tomos tantas veces revisados de la Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault, los versos desgarradores de Elise Cowen, o los ojos aterrados de aquella vieja amiga sin salir de casa, porque estar escondida era el único modo de sentirse a salvo; de lo contrario quedaba el encierro en el hospital, el pánico a una muerte interior, a la vida que se escapa. Veía tan delgada y frágil la línea de la razón, que sabía que en algún momento haría algo; y solo tenía el arte.

     Hasta que una mañana por azar, encontré en un mercadillo ambulante de libros, el tomo XV de la Compañía de Art Brut dedicado a la obra de Geovanni Battista Podestà y empecé a indagar en este tipo de expresión artística. Desde las definiciones de Michel Thévoz, Roger Cardinald y Jean Dubuffet a las amplias investigaciones de Hans Prinzhorn[1] y su influencia en el medio artístico de la época. Pero no me bastaba la poca bibliografía que pude encontrar, apenas existía en Cuba publicaciones sobre esta temática; y decidí empezar nuevas indagaciones sobre el Art Brut a partir de mi propia experiencia y estudios prácticos.

     El camino estaba marcado y todo confluyó de tal manera, para que en Mayo del 2008 iniciara el proyecto de arteterapia e investigación Entre cipreses y girasoles, en el Hospital Psiquiátrico Provincial Docente de Villa Clara Dr. Luis San Juan Pérez.

     Estaba claro que sufrir padecimientos psiquiátricos no era una condición indispensable para reconocer una producción artística de esta categoría. A menudo se trataba simplemente de individuos con posturas irreverentes con respecto a las normas cívicas y un gran talento para las artes plásticas. Pero me interesaban en particular, los creadores autodidactas con ciertos rasgos demenciales, ya que sus obras me parecían de un asombroso grado de complejidad. Los esquizofrénicos, en específico, asumen la creación plástica con mayor pasión y de manera representativa intentan traducir sus conflictos internos. Con el proyecto en el hospital, tendría la oportunidad de estudiar sus peculiaridades, a partir de la base del simple trazo o la aplicación desaforada y aparentemente sin sentido del color; para ello trabajaría con un grupo de pacientes esquizofrénicos con aptitudes para las artes plásticas y sin pretensiones artísticas; aunque confieso que guardaba la esperanza de encontrar algún caso significativo, o lo que se suele llamar “el salto de la liebre”.

     Es de considerar que existía poca experiencia en Cuba con la arteterapia que utilizara las artes plásticas u otras manifestaciones en pacientes, salvo escasas excepciones, por demás inconstantes o inexistentes en aquel entonces. Los estudios psiquiátricos cubanos la aprobaban como método de ayuda en el proceso de rehabilitación, pero no determinaban su eficacia, más bien centraban la atención en otras formas de terapia que incluían discretas actividades laborales o deportivas, para mantener a los pacientes ejercitados físicamente, pero no estimulaban su capacidad creativa.

     Durante los años 70, en el Hospital Psiquiátrico Gustavo Machín, de Santiago de Cuba, bajo la dirección del Dr. Alberto Orlandini Navarro, se puso en práctica un proyecto de arteterapia con la finalidad de incidir en la enfermedad del alcoholismo, padecida por muchos de sus pacientes. La idea propició un diálogo entre los enfermos y el arte, y se alcanzaron resultados satisfactorios. Un ejemplo de ello lo constituyen las pinturas al óleo sobre cartón, realizadas por Arístides Goderich Ramos (1937-2004), que aún se conservan en este centro. Arístides decoró el Hospital Infantil Sur y Norte de Santiago de Cuba, así como la mayoría de las instalaciones del Parque Turístico Baconao.[2]

     En esa misma década, pero en el Hospital Psiquiátrico General de la Habana, dirigido por el legendario Comandante Ordaz (1921-2006), difusor de importantes programas de rehabilitación; se realizaron varias exposiciones personales y colectivas de creadores cubanos. Una de ellas fue la muestra Versiones Taquigráficas, integrada por 40 tintas de Olga Hernández, José A de la Osa y Olga de la Osa. La misma fue inaugurada el 17 de julio de 1974 en la Galería del Hospital, habilitada para estos fines, a la que asistieron, además de pacientes y doctores, destacados artistas e intelectuales. Entre ellos Sandú Darié (1908-1991) y Samuel Feijóo (1914 -1992), quien tuvo a su cargo las palabras de presentación.[3]

     Otra de las experiencias tuvo lugar en el Hospital Psiquiátrico Docente René Vallejo de Camagüey, específicamente en el hospital de día, donde se realizaron talleres de creatividad terapéutica con el objetivo de despertar potencialidades en los pacientes. Para ello se impartieron clases de cerámica, técnicas de bordados, además de la inclusión de otras manifestaciones artísticas como el psicoballet, y el dramatizado mediante psicodramas, ludoterapias y la novela express.[4]

     También en el Centro Comunitario de Salud Mental de Remedios, en Villa Clara, se realizaron durante la década del noventa, talleres de rehabilitación que incluían el empleo de la literatura, la música, la pintura y la danza, con la intención de desarrollar en los enfermos la capacidad de expresarse espiritualmente a través de las artes. Los propios doctores de este centro se involucraron de tal manera en estas acciones que llegaron a conformar, junto a los pacientes, una pequeña brigada artística.[5]

     Entre cipreses y girasoles fue un proyecto artístico y comunitario, realizado desde 2008 hasta el 2012, que se escapaba de las tradicionales técnicas de arteterapia, para buscar una mayor incidencia en el espacio del hospital a través de la integración de las artes plásticas a su propia cotidianeidad. Me interesaba, además de las investigaciones, la intervención a través de diferentes acciones plásticas y de otras manifestaciones artísticas, en el intento de transformar un recinto de encierros, agonías y pocas esperanzas, en un espacio generador de cultura.

     Como objetivos específicos contemplaba la valoración de las capacidades estéticas y creativas en un grupo determinado de pacientes esquizofrénicos, así como el análisis de posibles expresiones de Art Brut, tanto en casos conocidos a través del proyecto, como fuera del mismo, apoyar su desarrollo; incentivar el interés alrededor de las artes plásticas y contribuir a la formación del gusto estético y el mejoramiento de la calidad de vida de los pacientes y doctores; implicar a creadores de otras manifestaciones para de esta manera ampliar el espectro cultural del proyecto; ejercer una influencia positiva con los talleres de creación y apreciación plástica, en la terapia de rehabilitación de los pacientes; estrechar el vínculo cultura-salud, tan necesario en el desarrollo de una mente más sana y plena; además de contribuir a la integración social de estos pacientes, con la exhibición de sus pinturas y otras acciones promocionales.

     El título del proyecto se inspiraba en las obras del pintor holandés Vincent van Gogh (1853-1890), posimpresionista y precursor del expresionismo; quien sufrió de esquizofrenia, sin que este padecimiento impidiera su desarrollo creativo. En sus pinturas resultaba notable el empleo de símbolos (tanto en objetos como a través del color) como medio de expresión de estados de ánimos y emociones. Los girasoles, de intensos tonos de amarillo, anunciaban momentos de júbilo, gloria y empatía; mientras los cipreses, aparecían en planos de paisajes donde aparentemente no llamaban la atención, pero despeinados y angustiosos dejaban ver la nota oscura del artista: la muerte, la duda, los miedos, lo trágico. Estado mental en el que se debate un paciente esquizofrénico.

     Desde mis primeras visitas al hospital psiquiátrico, ―de bosquejo y planteamiento del proyecto― pude sentir la tensión que se respiraba, afuera quedaba la realidad citadina, dentro todo funcionaba con reglas, medidas y comportamientos preestablecidos que terminaban por englobar a cada paciente en una misma mentalidad, por lo que se hacía imprescindible la intervención del sitio con la finalidad de cambiar el entorno visual imperante; cambio que en plazos cortos, influiría en el ambiente cultural y social del propio hospital; estrategia cíclica, cuyo efecto favorable recaería una y otra vez sobre los pacientes.

     Por las características del lugar, sabía que tenía que abordar este proyecto de una manera abierta y desprejuiciada. Nuestras acciones debían ser visibles a todos, y las realizaríamos casi por entero dentro del hospital. Sitio de reclusión, submundo donde los pacientes son aceptados, tratados y condicionados; sobre el cual Michel Foucault diría: “El asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el correccional, establecimientos de educación vigilada, los hospitales, y de manera general todas las instancias de control individual, funcionan de doble modo: el de la división binaria y la marcación (loco-no loco; peligroso-inofensivo; normal-anormal) y el de la asignación coercitiva, de la distribución diferencial (quién es; dónde debe estar; por qué caracterizarlo; cómo reconocerlo; cómo ejercer sobre él de manera individual, una vigilancia constante, etc.)”[6]

     Téngase en cuenta que para los pacientes el hospital continúa resultando, a pesar de adelantos científicos y técnicos en la medicina, un lugar de aislamiento, o como lo llamase Foucault en otra ocasión, Ciudades de confinamiento,[7] donde se ejecutan prácticas de internamiento, de exclusiones involuntarias, que de algún modo afecta la autoestima del paciente, al verse imposibilitado de seguir la dinámica en colectivo de forma temporal o definitiva.

     De ahí que lo primero que hicimos, fue habilitar un espacio expositivo dentro del hospital con nuestros propios recursos, un una zona de tránsito situada entre las salas de ingreso, el comedor y las oficinas de la dirección del hospital. En este espacio exhibiríamos los trabajos de los talleristas y llevaríamos muestras colectivas, o personales de artistas profesionales. La primera, fue una exposición de reproducciones de obras de clásicos del arte universal, pertenecientes al Centro Provincial de las Artes Visuales; que abarcaba obras de Salvador Dalí, Vincent van Gogh y Marc Chagall, entre otros. A raíz de la misma, ofrecimos un conversatorio e inauguramos oficialmente la sala. A los pocos meses, le siguió una muestra de dibujos y pinturas, realizada por los integrantes del taller. Es de destacar, la buena impresión causada por los trabajos, y la aceptación que tuvieron por parte de pacientes, doctores y el personal de servicio. Fueron notables los efectos positivos en el ambiente hospitalario y en la propia autoestima de los enfermos. Más adelante, en diciembre del 2010 realizamos en una parte de la sala, una pequeña exposición de pinturas, provenientes de un concurso convocado por la artista Yolmis Mejías, quien en sus producciones plásticas trabajaba con vitalidad y desde un enfoque personal, el elemento del girasol; mientras de la otra parte, quedaba una muestra del joven paciente y creador, Arturo Larrea Cárdenas. Por último, tuvimos el privilegio de inaugurar la exposición de fotografía Paisajes Inciertos II (2011), del reconocido artista villaclareño Eridanio Sacramento Ramos. Otra de las acciones que realizamos para mejorar el ambiente del hospital, fue la ejecución de una pintura mural. Gracias a la donación de los materiales por parte del Fondo Cubano de Bienes Culturales y del empeño de los creadores Aliegmis Bravo Cuan (quien se implicó de manera altruista, en cada una de las acciones del proyecto), Josué Bernal Escudero y Jorge Luis Sanfiel Cárdenas, quedó inaugurada el 17 de julio, una pintura mural de 250 x 370 cm, en una de las paredes del espacio expositivo. Valorada en 30.000 pesos, constituyó un homenaje a la ciudad de Santa Clara en su 320 aniversario. Contenía en sus figuraciones, esplendidos girasoles que ocupaban el primer plano, llenando de luz el espacio circundante; el segundo plano fue ocupado con las representaciones de edificios emblemáticos del Parque Vidal: La Biblioteca Martí, la Glorieta y el Teatro de La Caridad; habitados por pequeños rumiantes, de la autoría de Sanfiel, que retozaban tanto en las puertas como en ventanas de las edificaciones. Al fondo quedaba un cielo azul de remolinos vangosianos. Este mural de brillante colorido, fue el orgullo de pacientes, familiares y trabajadores; y para nosotros, un triunfo, al trasladar el paisaje arquitectónico del centro de la ciudad (espacio externo de esparcimiento) hacia el interior del hospital (espacio interno de confinamiento).

     Pero aún existían muchas zonas y paredes desvalidas dentro del hospital, por lo que fomentamos la donación de obras de arte, para colaborar con la ambientación del mismo. Tuvimos la grata sorpresa de recibir obras de los artistas Frank Michel Johnson Pedro, Amilkar Chacón Iznaga, Joaquín Morales, y Arturo Larrea; que quedaron dispuestas tanto en la recepción, la biblioteca, algunas consultas y en las oficinas de la dirección.

     El eje central del proyecto era el Taller de creación y apreciación (o taller de arteterapia), que contemplaba el aprendizaje de varias técnicas de las artes plásticas (tempera, acuarela, pastel, dibujo, collage); encaminadas estratégicamente a la recuperación de la destreza manual y sensibilidad táctil de los pacientes; dominio del color; estimulación de la fantasía y del disfrute de un momento de esparcimiento espiritual. El taller incluía ejercicios de apreciación que posibilitaban un mayor acercamiento a la manifestación e incrementaban los conocimientos básicos sobre la historia del arte; haciendo énfasis en el Arte Cubano. Con dos frecuencias semanales, estaba dirigido hacia un grupo de pacientes esquizofrénicos de diferentes edades, sexos y nivel de escolaridad. Contó con la participación de varios artistas de la plástica villaclareña: Aliegmis Bravo Cuan, Josué Bernal Escudero, Isabel Coello Trimiño, Rachel Paredes, Anelys Castillo y Yolmis Mejías.

     En la arteterapia se aprecian dos vertientes principales: la que utiliza la plástica como medio de facilitar un diálogo paciente-terapeuta, con el objetivo de elaborar posteriormente y de manera verbal, el contenido plástico creado; y por otra parte, la que se centra en el desarrollo artístico del enfermo. La primera, es aplicada por psicólogos o psiquiatras; la segunda, por especialistas en Artes Plásticas o artistas, que actúan supervisados en su mayoría por doctores, ya que su labor es planteada como complementaria a una labor psicoterapéutica. Este era el caso de nuestro taller de terapia artística, caracterizado por la relevancia del proceso de creación sobre el producto artístico ―en cuyas limitaciones, trabajaríamos las dificultades para simbolizar la experiencia, y ampliar las habilidades manuales con el aprendizaje y uso de materiales de creación y técnicas―; la importancia de la creatividad, bajo el supuesto que su desarrollo favorecería el surgimiento de soluciones creativas en otras áreas de la vida; y énfasis en la creación espontánea, sin importar el grado de pericia plástica, con un objetivo más bien expresivo.

     Dado el interés de los talleristas por la literatura, en especial la poesía, vi oportuno propiciar la participación de algunos escritores. Estos encuentros fusionaban la plástica a la literatura mediante un sencillo ejercicio: los pacientes pintarían a partir de la lectura de las obras por sus autores. No fue solo un ejercicio de acercamiento a la literatura, sino también al medio cultural de la ciudad. Entre los escritores invitados estuvo: Yamil Díaz Gómez, Jorge Luis Mederos (Veleta), y la poetiza Lariza Fuentes López. Otra aproximación a la literatura, fue mediante el diseño manual y personalizado de libros, como el poemario El ojo milenario, (Editorial Sed de Belleza, Santa Clara, 1995) de Lina de Feria.

     La magia de este taller estaba en los pacientes que lo sostenían. Cada martes y jueves me esperaban, o en caso de permanecer ingresados, confiaban en que los buscaría en sus propias camas. A veces con los medicamentos apenas lograban trabajar, pero insistían porque al terminar nuestra hora, se sentían relajados y satisfechos. Solo paraban en días de fuertes crisis, para luego volver sin falta. Recuerdo mi asombro la primera vez que vi pintar a Sabily Rodríguez, era también su primera vez pintando, su fluidez y seguridad eran increíbles, al igual que su inclinación por la poesía; estaba William Martín con su preferencia por los retratos, de trazo limpio y tímido; Yasmany Hernández de mirada infantil, con su obsesión por los superhéroes, algunos de conocidas series de animación, otros de su propia invención, y todos autorreferenciales. Osmíl Machado, el más inquieto y familiar del grupo, poseía una llamativa capacidad de síntesis para imágenes que representaba por lo general en movimiento, desde diferentes puntos de fugas;[8] Belkis Morales, de sonrisa afable, con sus cuidados dibujos a manera de bordados; María Esther y Rosa, tan constantes y entregadas en el disfrute de cada encuentro, ambas, autoras de figuras desproporcionadas y grotescas siluetas; Adolfo, quien afectado por un incidente familiar, prefería pintarle al amor y la naturaleza; o los trabajos sobre antiguas civilizaciones de Ricardo Calsines; entre otros talleristas que fluctuaban con menor periodicidad.

      Pero de todos, se destacaban las piezas del joven Arturo Larrea Cárdenas, un joven paciente de esquizofrenia. La liebre al fin había saltado.En Arturo encontré amplias posibilidades para la manifestación y un talento innato. De formación autodidacta y expresivas figuraciones, abarcaba temas que iban desde la religión, las relaciones de pareja, hasta el homenaje a grandes maestros del arte. Era necesario apoyarlo en su crecimiento artístico, y con tal fin, le organicé una muestra personal titulada Cuando la luz de la aurora, inaugurada en noviembre del 2008 en el Museo Provincial de Historia de Villa Clara, con alrededor de dieciocho obras, entre cartulinas y lienzos. Arturo vive refugiado en el arte y en la religión, y se mantiene pintando desde la tranquilidad de su poblado de Jiquiabo. Resultó premiado en el Salón Nuevo Espacio (2009) que convoca la Galería de Ranchuelo, donde luego realizó otra muestra personal, que además llevó a la Galería Wifredo Lam de Sagua la Grande. Gracias al proyecto y a su constancia, pudo participar en la exposición Colectiva Encuentros (2010), convocada por la AHS en la Galería Provincial de Arte.

     Otras actividades que se contemplaron en el proyecto fueron las visitas guiadas a las galerías de arte y las exposiciones de los talleristas fuera del hospital; una de ellas fue, la muestra colectiva realizada en la librería La piedra Lunar, durante los meses de enero y febrero del 2012.

     Como resultados alentadores de nuestra labor en el proyecto, estaban las certificaciones oficiales de los doctores que afirmaban la disminución de ingresos y del uso de fármacos en el tratamiento de los talleristas; quienes manifestaban un mejor humor y una actitud mucho más participativa y cordial tanto en el hospital como en sus hogares. En cuanto al ambiente del hospital, es de señalar el significativo cambio que se respiraba, gracias a la pintura mural, las donaciones de obras, y las distintas exposiciones que hacíamos en nuestro espacio, utilizado ahora como sala de recreación y visita.

     Durante estos cuatro años, asumí ―además de mi habitual profesión de galerista, comisaria y crítica de arte― el rol de “la profesora”, como solían llamarme los talleristas. De ellos, estoy segura haber aprendido mucho más de lo que pude enseñarles; un valioso conocimiento que constituyó la base para comprender e identificar las expresiones plásticas en artistas brut, y el embrión de parte de las investigaciones que hilvanaron los posteriores textos del El aullido Infinito. Este Proyecto, fue el mayor trabajo de campo que hasta hoy he podido hacer dentro del género por la gran cantidad de apuntes y material recopilado; sin dejar de ser consciente de lo importante y humano que resulta compartir tu universo artístico con quienes, por disimiles circunstancias, no tienen acceso a él; de dedicarles una canción, un libro, una pintura, o el simple gesto de detenerte, a pensar en ellos.[9]

Yaysis Ojeda Becerra (Madrid, 7 de abril, 2016)

Notas

[1] Historiador del arte y psiquiatra vienés, que consideraba la motivación creativa como motivación básica de la especie humana, y que toda creación albergaba un potencial de autosanación. En 1922 publicó el libro Expresiones de la locura, primer estudio detallado de las expresiones visuales de pacientes internados, y sostenía que la expresión artística de estas personas emergía de la misma fuente de la cual pudiese proceder cualquier otra expresión plástica profesional. Valoraba al máximo la producción artística realizada por pacientes y logró demostrar que la necesidad de expresión intuitiva sobrevive a la desintegración de la personalidad. Creó la colección Prinzhorn, que albergaba obras de pacientes psiquiátricos, con la que realizó exposiciones en Francia, Suiza y Alemania, detonando el ambiente artístico del siglo y contribuyendo a la formación de profesionales e instituciones, que posteriormente dieron lugar al surgimiento y desarrollo de la Arteterapia. (prinzhorn.ukl-hd.de)
[2] Arístides Goderish Ramos. El arte en el Gustavo Machín. Reportaje realizado por el periodista Ángel León Cabrera, Noviembre 2003.
[3] Feijóo Samuel, “Los osos se usan”, Signos, n° 19 (1976): 183-205.
[4] Datos obtenidos mediante la comunicación personal con la doctora Miryam Caballero Hernández, promotora de estos talleres de rehabilitación.
[5] Información recibida del doctor Antonio González Salazar, uno de los psiquiatras implicados en la mencionada brigada, en la cual participaron los artistas Julián Espinosa Rebollido (Wayacón) y Jesús Espinosa Carrillo (1951), este último era también paciente del Centro de Salud.
[6] Michel Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, (México: Siglo Veintiuno Editores, 1976), p.184.
[7] Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica I, traducción de Juan José Utrilla (Colombia, 1998), p. 43.(en www.biblioteca.d2g.com)
[8] Detalle característico de las creaciones realizadas por pacientes con esquizofrenia, descrito en José Pijoán, “Las manifestaciones artísticas de los alienados”, en Summa Artis. Historia General del arte, vol. I (Madrid: Espasa-Calpe, 1995), p. 508.
[9] Este texto aparece también publicado en la Revista Sans Soleil, volumen 8,  sección Bric-á-Brac, diciembre 2016.