La Pinturitas

La Pinturitas, lado izquierdo fachada noreste del edificio intervenido, 2012, Foto: Hervé Couton

La Pinturitas es un libro que documenta un proceso creativo de casi veinte años. De cuando María Ángeles Fernández Cuesta (Toledo, 1950) empezó a intervenir con sus pinturas, un edificio abandonado en Arguedas, Navarra; y las paredes se convirtieron en el soporte expresivo para narrar su relato de vida, y recoger el entorno cultural mediante la representación de apuntes anecdóticos. No pidió permisos ni autorizaciones para pintar sobre las paredes ajenas. Su grácil atrevimiento la hizo imponerse sobre una superficie que ya es suya; logrando que los muros cobraran un nuevo significado al transformarlos en objeto artístico, y resemantizar un espacio en ruinas, donde ahora habita el color y las desmesuradas energías de esta artista outsider.

Con el sobrenombre de La Pinturitas, María Ángeles aglutina las imágenes de manera obsesiva, sin dejar respiración entre ellas. El horror vacui resulta la premisa para una estética del abarrotamiento que con la repetición de códigos, conforma un estilo marcado por los colores primarios, gruesos trazos y el caos de recargadas composiciones. La mezcla de rostros exagerados, frases populares y palabras a la deriva, junto a las fechas de sucesos íntimos, o las alusiones a momentos que van desde la cotidianeidad pueblerina y nacional, hasta episodios de trascendencia internacional; hacen del exceso un intento por contener el tiempo. Intención que queda evidente, con el cambio constante de las pinturas murales en una acción plástica sin final: María repone en el exterior las pinturas desgastadas por el clima, necesita mantenerlas vivas, intactas, a la espera, congeladas en cada segundo. Mientras en las paredes internas, asistimos a una galería fresca que se extiende por los rincones, arcos, y columnas; en un ambiente acogedor, intenso y colorístico, que bien pudiera simular un escenario teatral; o el sitio en el que cada quien asumiría su propia identidad o personaje.

El edificio todo se convierte en el espacio personal y de reafirmación para esta extrovertida artista, que suele hacer gala de sus capacidades histriónicas y vocales, ante cualquier tipo de público y situación. En franca espontaneidad, La Pinturitas baila e interpreta temas populares bajo confusos registros que aluden a la parodia. Se maquilla, disfraza y viste con regularidad, en una línea extravagante, de llamativos contrastes, e integrada curiosamente a sus pinturas. Lo performático involucra al cuerpo y la imagen de la artista, en tanto se retroalimenta de la obra plana, y se generan inconscientes nexos a través de la intervención pública, que define una unidad visual.

Pero las páginas de este fastuoso libro no fueran posibles, sin la fotografía oportuna del su autor y también artista Hervé Couton ((Bordeaux ,1955) ); quien desde el 2009, vuelve cada año a Arguedas como testigo de esta obra en evolución. Hervé siempre se ha sentido atraído por las expresiones plásticas de acento marginal dentro del medio urbano; de ahí que quedara tan impactado al conocer del trabajo de La Pinturitas. Las fotografías de Hervé delatan el talento delirante, puro, insaciable de María Ángeles. Logran captar la fuerte personalidad de una mujer que saca fuera sin pudor, un torrente de emociones e imágenes; una mujer que esconde el dolor detrás del brillante colorido, y la tristeza en la locura del canto. Ordenadas por fecha de realización, van desde el detalle del fragmento a extensas panorámicas; ángulos que se apoyan en planos cortados, líneas diagonales, y efectos que reafirman y documentan el valor artístico y el sentido poético de la acción plástica en su totalidad.

El gesto humano del autor y su compromiso con el arte, queda al descubierto por su labor altruista: gracias a la investigación continua que Couton realiza y concreta en este material, el criterio sobre La Pinturitas cambió para muchos del pueblo, que antes solo albergaban hacia ella, la burla y el desprecio.

El volumen traducido al castellano, inglés y francés, contiene un prefacio de Sarah Lombardi, historiadora del arte y actual directora de la Colección de Art Brut de Lausana, Suiza, además de textos de la autoría de la prestigiosa investigadora Jo Farb Hernández, directora de SPACES (organización sin ánimo de lucro para salvar y preservar los entornos artísticos y culturales), del crítico y ensayista francés Laurent Danchin (1946-2017), y del propio Hervé Couton.

Es de destacar que tanto la claridad en los análisis de los artículos, como la impactante galería de imágenes, hacen de este apetecible ejemplar de Ediciones Alpas (Amigos de La Pinturitas de Arquedas), un libro de estudio, necesario para la comprensión y reconocimiento de las producciones y entornos outsider a nivel internacional. En él, se muestra la historia gráfica de La Pinturitas, cual pieza más dentro del rompecabezas visual de las artes, dejando constancia de su obra en el tiempo y para la memoria de esa región de Navarra.[1]

Yaysis Ojeda Becerra

Investigadora y crítica de Arte

Madrid, mayo 2019

Nota
[1]Reseña a propósito de la presentación del libro La Pinturitas, en la librería La Central del Museo Reina Sofía (Madrid, 19/6/2019). Este texto fue publicado además en la revista M-Arte y Cultura Visual. ©Yaysis Ojeda Becerra.

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Los círculos de Man

“Vida es círculo. Vida es circunstancia,
circunferencia, circulación”
Man

Fueron las circunstancias de un viaje sin regreso, lo que propició que en la primavera de 1961 llegara Manfred Gnädinger (1936-2002) a la Costa da Morte, en Galicia, España. En aquel momento era solo un joven alemán con inclinaciones artísticas, ideas pacifistas y medioambientalistas, que lejos estaba de imaginar el rumbo que tomaría, en el pequeño pueblo pesquero de Camelle. Cuarenta y un años de transmutación, de libertad e intercambio emocional con la naturaleza: el sujeto cual ente natural, indisolublemente ligado al mar, al ciclo vital de la tierra; donde el elemento del círculo constituiría el principio y el fin, en décadas de convertir su vida en un happening interminable que comulgaba el arte a su cotidianeidad.

Desde el instante que Manfred decidió quemar sus documentos personales, dejó atrás un pasado de convencionalismos sociales, para construirse un nuevo entorno de representaciones visuales: su Museo. A partir de entonces, se le conocería como Man o El Alemán de Camelle: y todo lo que su vista alcanzaba al levantarse, lo fue transformando de a poco en objeto artístico. Hasta conformar una única obra integrada por los desechos del mar, las fantásticas esculturas en piedra de su jardín, la diminuta caseta con lo justo para vivir, las acciones plásticas en el dique, las instalaciones, las pinturas, dibujos y fotografías. Una transformación que incluiría su propia imagen, al abandonar las ropas y deconstruirse en la simplicidad del desnudo, despojado de ataduras materiales, en franco gesto performático, instintivo y experimental. Con el uso de su cuerpo como elemento de interacción con el medio, sensible a los signos y señales, reafirmaba el carácter procesual del hecho artístico, en un largo ritual que asumiría cual filosofía de vida o religión.

Esa misma simplicidad, constante en sus obras y acciones, marcarían una delicada línea que mostraba al individuo en su estadio más puro; en diálogo abierto con los fenómenos de la naturaleza y en especial con el mar. De tal modo que decidiera construir su Museo a orillas de este y llegara a sentirse hijo de Neptuno, nacido de una ola. El mar era el centro, protagonista de lo inusitado, elemento perturbador y de poder, escenario de muertes y fuente de reflexiones; en el mar, el artista encontró el motivo para emerger con una particular cosmovisión afincada en lo autorreferencial; su experiencia personal, de encuentro y sobrevivencia, trazaría las coordenadas de un paisaje interior asentado en la síntesis de las formas circulares.

En el círculo Man encontró su máxima expresión, un leit motiv traducido en lenguaje abstracto y al mismo tiempo directo. El círculo resumía una estética obsesiva pero sobria, mínima en recursos; de una organicidad geométrica sustentada en un pensamiento complejo y guiada únicamente por el impulso de la creación. Con juegos de círculos de contrastes cromáticos, el artista cubría toda su caseta del suelo a las paredes. Las formas circulares determinaban los ensamblajes de las esculturas del jardín o las instalaciones que realizaba con antiguos espejos; con círculos pintaba las rocas del entorno abrupto, el muelle en el pueblo, las fachadas de algunas casas; y los casi trescientos ochenta metros de dique que una vez dividieron su Museo, para después convertirse en una extensión del mismo, al quedar cubierto por composiciones a gran escala, esculturas con elementos de reciclaje, o dejar plasmadas las huellas de su cuerpo sobre el cemento fresco —a manera de protesta—  cuando empezaban a construirlo.

Es posible afirmar que el carácter efímero de aquellas obra expuestas al medio natural y hostil, le generaran al artista una dinámica circular e infinita, que lo obligaban a la acción repetitiva e incesante de rehacerlas una y otra vez. Ese énfasis cíclico, pudo haber influido en el ritmo de los aforismos de acento poético y otros textos metafóricos, que Man solía escribir cual ejercicios reflexivos y teóricos. En uno de sus aforismos sobre el círculo comentaba: “El punto, espacio cero. La nada. Por contraste, el círculo con dimensión. Si me alcanza la nada, dejo de existir. Si me llega el centro de mi círculo, soy todo presente.”

Luego, en una entrevista realizada a Man en 1986, por Radio Televisión Galicia, el artista comentaba sobre los códigos del círculo en su obra, la relación de este con el mar y su personalidad:

Mi alma es nada más que el círculo, y si es jorobado el círculo pues es la ola, la onda, y soy así, sin cuerpo, sin nada, solamente libre así, y soy agua nada más (…)El círculo es el elemento del mundo, no existe más que el círculo. Es el origen de otros elementos. El círculo así es todo, en tres dimensiones o más, si existen. La recta también está dentro del círculo. La horizontal cuando miramos ahora al mar es una recta, pero por la larga no, por la larga es el círculo de la tierra; y así, circulación, circulación del universo, es todo un círculo, todos círculos; y si es cuadrado pues es un círculo de cuatro puntos (…); y así el triángulo, es un círculo de tres puntos (…); el círculo es más suave y redondo como el cuerpo (…)»

Un detalle a considerar en la obra de Man, fue su aislamiento voluntario. Apenas contaba con un puñado de amigos, y prefería mantener el vínculo con su familia por correspondencia postal. El artista consideraba la soledad como su tabla de multiplicar, monólogo íntimo y modus vivendis. Una soledad que pudo estar condicionada por las contradicciones culturales con el entorno social que le rodeaba. Algo que suele ocurrir con los artistas outsiders, cuando deciden romper esquemas y salirse de las conductas aceptadas por la sociedad. Aunque a pesar de este aislamiento, las personas que visitaban su Museo desde varios lugares del  mundo, conformaban una parte activa al interactuar con el artista mediante pequeñas agendas que Man ofrecía para que dibujaran y compartieran sus impresiones. Por años, el artista reunió miles de agendas que recogían las experiencias de esta acción participativa, y que hoy se conservan como parte integral de su propia obra. El proceso artístico se movía en este caso, de la obra al público y viceversa, en una continua retroalimentación, donde la participación y el intercambio se convertían en factores primordiales.

Al igual que las pinturas monumentales con los grandes círculos, la caseta y el jardín de esculturas en piedras, eran la fascinación de quienes visitaban el Museo.[1] Todo el complejo resultaba un site specific en constante evolución. La acogedora caseta de madera, ladrillo y cristal apenas medía cinco metros cuadrados en su planta habitable; en ella conservaba sus libros de arte y filosofía, catálogos, herramientas y materiales, las agendas debidamente ordenadas por fecha, cuadernos de apuntes, libros manipulados, instalaciones y piezas escultóricas de huesos, caracoles, conchas, corales y plástico; además de fotografías, dibujos sobre papel y pinturas sobre lienzo. La caseta poseía un diseño funcional con una marcada intención artística, dada por el colorido, las figuras de círculos en el interior y en el exterior, el solárium, o la disposición rítmica de las alrededor de cincuenta ventanas de diversos tamaños y la puerta, que proyectaban la luz de día y de noche; con seguridad, la estructura y ubicación de la caseta respondía a un estudio minucioso de la luz, los puntos cardinales y el clima de esa geografía costera.

En cuanto a las esculturas del jardín, movía manualmente cada piedra para luego pegarlas con cemento y crear un conjunto caprichoso cerca de la caseta; algunas en forma de pináculos, fuentes, pórticos, o gigantescos templos. Consideraba cada piedra como una palabra sin ruido, que unidas formaban aforismos. Pura poesía visual, escenificada en el silencio de la soledad de un artista, que construyó su hogar ideal, su refugio para escapar del mundo. Sus obras de décadas de trabajo eran todo lo que poseía y las amaba como un padre a sus hijos.

De ahí que fuera un golpe tan duro, cuando en una mañana de noviembre del 2002, su Museo amaneciera cubierto de chapapote. Un barco había colapsado en medio de la tormenta, derramando al mar setenta y siete mil toneladas de petróleo. Con la marea negra provocada por el Prestige, no solo quedó devastada buena parte de las costas gallegas, sino la obra de toda una vida de este prolífero artista. La tristeza, la pena y la desilusión ahogaron el corazón de Man ya sin fuerzas; quien muere a los 66 años, al mes siguiente del terrible desastre.

Durante todo ese tiempo de entrega espiritual y esfuerzo, hubo quienes lo tenían por loco y vago; en cambio otros lo veían como un genio, o un adivino capaz de predecir sucesos. Pero Man no era más que un artista en plena libertad de crear, que asumió el riesgo del anonimato al desarrollar sus producciones en un lugar apartado de circuitos artísticos, lejos de galerías, ferias, coleccionistas, críticos y subastas. Riesgo que a la vez resultó su mayor mérito: con su aislamiento, se mantuvo fuera de ambientes contaminados por el mercado y presiones sociales, para realizar una obra artística en comunión consigo mismo, y consolidar un cuerpo coherente, donde se fusionaron distintas manifestaciones, bajo la premisa de demostrar la posibilidad real de establecer un enlace entre el arte y la vida. Man irrumpe desde la experimentación y la búsqueda de su yo; logra difuminar fronteras clasificatorias que lo encierren o enmarquen en tendencias, movimientos y períodos; y se convierte en el eslabón necesario para entender el proceso creativo cual amplio ciclo, sin límites, principio ni fin.[2]

Yaysis Ojeda Becerra

Investigadora y crítica de Arte

Madrid, 28 de Octubre 2018

 

Notas
[1] La investigadora de arquitecturas y espacios bruts, Jo Farb Hernández  y directora de SPACES, dedicó el capítulo 40, de su libro Singular Spaces (Editorial Raw Vision, 2015) al Museo de el Alemán de Camelle.
[2] Texto publicado en versión italiana, Osservatorio Outsider Art, número 17, primavera 2019. ©Yaysis Ojeda Becerra.

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Cipreses y girasoles: solo para locos

                                                                                                                Mutter ich bin dumm (Friedrish Nietzsche)                                                                                                                                        

     Me cuesta definir con exactitud cuándo empezó todo. Quizás, desde mucho antes, con los tomos tantas veces revisados de la Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault, los versos desgarradores de Elise Cowen, o los ojos aterrados de aquella vieja amiga sin salir de casa, porque estar escondida era el único modo de sentirse a salvo; de lo contrario quedaba el encierro en el hospital, el pánico a una muerte interior, a la vida que se escapa. Veía tan delgada y frágil la línea de la razón, que sabía que en algún momento haría algo; y solo tenía el arte.

     Hasta que una mañana por azar, encontré en un mercadillo ambulante de libros, el tomo XV de la Compañía de Art Brut dedicado a la obra de Geovanni Battista Podestà y empecé a indagar en este tipo de expresión artística. Desde las definiciones de Michel Thévoz, Roger Cardinald y Jean Dubuffet a las amplias investigaciones de Hans Prinzhorn[1] y su influencia en el medio artístico de la época. Pero no me bastaba la poca bibliografía que pude encontrar, apenas existía en Cuba publicaciones sobre esta temática; y decidí empezar nuevas indagaciones sobre el Art Brut a partir de mi propia experiencia y estudios prácticos.

     El camino estaba marcado y todo confluyó de tal manera, para que en Mayo del 2008 iniciara el proyecto de arteterapia e investigación Entre cipreses y girasoles, en el Hospital Psiquiátrico Provincial Docente de Villa Clara Dr. Luis San Juan Pérez.

     Estaba claro que sufrir padecimientos psiquiátricos no era una condición indispensable para reconocer una producción artística de esta categoría. A menudo se trataba simplemente de individuos con posturas irreverentes con respecto a las normas cívicas y un gran talento para las artes plásticas. Pero me interesaban en particular, los creadores autodidactas con ciertos rasgos demenciales, ya que sus obras me parecían de un asombroso grado de complejidad. Los esquizofrénicos, en específico, asumen la creación plástica con mayor pasión y de manera representativa intentan traducir sus conflictos internos. Con el proyecto en el hospital, tendría la oportunidad de estudiar sus peculiaridades, a partir de la base del simple trazo o la aplicación desaforada y aparentemente sin sentido del color; para ello trabajaría con un grupo de pacientes esquizofrénicos con aptitudes para las artes plásticas y sin pretensiones artísticas; aunque confieso que guardaba la esperanza de encontrar algún caso significativo, o lo que se suele llamar “el salto de la liebre”.

     Es de considerar que existía poca experiencia en Cuba con la arteterapia que utilizara las artes plásticas u otras manifestaciones en pacientes, salvo escasas excepciones, por demás inconstantes o inexistentes en aquel entonces. Los estudios psiquiátricos cubanos la aprobaban como método de ayuda en el proceso de rehabilitación, pero no determinaban su eficacia, más bien centraban la atención en otras formas de terapia que incluían discretas actividades laborales o deportivas, para mantener a los pacientes ejercitados físicamente, pero no estimulaban su capacidad creativa.

     Durante los años 70, en el Hospital Psiquiátrico Gustavo Machín, de Santiago de Cuba, bajo la dirección del Dr. Alberto Orlandini Navarro, se puso en práctica un proyecto de arteterapia con la finalidad de incidir en la enfermedad del alcoholismo, padecida por muchos de sus pacientes. La idea propició un diálogo entre los enfermos y el arte, y se alcanzaron resultados satisfactorios. Un ejemplo de ello lo constituyen las pinturas al óleo sobre cartón, realizadas por Arístides Goderich Ramos (1937-2004), que aún se conservan en este centro. Arístides decoró el Hospital Infantil Sur y Norte de Santiago de Cuba, así como la mayoría de las instalaciones del Parque Turístico Baconao.[2]

     En esa misma década, pero en el Hospital Psiquiátrico General de la Habana, dirigido por el legendario Comandante Ordaz (1921-2006), difusor de importantes programas de rehabilitación; se realizaron varias exposiciones personales y colectivas de creadores cubanos. Una de ellas fue la muestra Versiones Taquigráficas, integrada por 40 tintas de Olga Hernández, José A de la Osa y Olga de la Osa. La misma fue inaugurada el 17 de julio de 1974 en la Galería del Hospital, habilitada para estos fines, a la que asistieron, además de pacientes y doctores, destacados artistas e intelectuales. Entre ellos Sandú Darié (1908-1991) y Samuel Feijóo (1914 -1992), quien tuvo a su cargo las palabras de presentación.[3]

     Otra de las experiencias tuvo lugar en el Hospital Psiquiátrico Docente René Vallejo de Camagüey, específicamente en el hospital de día, donde se realizaron talleres de creatividad terapéutica con el objetivo de despertar potencialidades en los pacientes. Para ello se impartieron clases de cerámica, técnicas de bordados, además de la inclusión de otras manifestaciones artísticas como el psicoballet, y el dramatizado mediante psicodramas, ludoterapias y la novela express.[4]

     También en el Centro Comunitario de Salud Mental de Remedios, en Villa Clara, se realizaron durante la década del noventa, talleres de rehabilitación que incluían el empleo de la literatura, la música, la pintura y la danza, con la intención de desarrollar en los enfermos la capacidad de expresarse espiritualmente a través de las artes. Los propios doctores de este centro se involucraron de tal manera en estas acciones que llegaron a conformar, junto a los pacientes, una pequeña brigada artística.[5]

     Entre cipreses y girasoles fue un proyecto artístico y comunitario, realizado desde 2008 hasta el 2012, que se escapaba de las tradicionales técnicas de arteterapia, para buscar una mayor incidencia en el espacio del hospital a través de la integración de las artes plásticas a su propia cotidianeidad. Me interesaba, además de las investigaciones, la intervención a través de diferentes acciones plásticas y de otras manifestaciones artísticas, en el intento de transformar un recinto de encierros, agonías y pocas esperanzas, en un espacio generador de cultura.

     Como objetivos específicos contemplaba la valoración de las capacidades estéticas y creativas en un grupo determinado de pacientes esquizofrénicos, así como el análisis de posibles expresiones de Art Brut, tanto en casos conocidos a través del proyecto, como fuera del mismo, apoyar su desarrollo; incentivar el interés alrededor de las artes plásticas y contribuir a la formación del gusto estético y el mejoramiento de la calidad de vida de los pacientes y doctores; implicar a creadores de otras manifestaciones para de esta manera ampliar el espectro cultural del proyecto; ejercer una influencia positiva con los talleres de creación y apreciación plástica, en la terapia de rehabilitación de los pacientes; estrechar el vínculo cultura-salud, tan necesario en el desarrollo de una mente más sana y plena; además de contribuir a la integración social de estos pacientes, con la exhibición de sus pinturas y otras acciones promocionales.

     El título del proyecto se inspiraba en las obras del pintor holandés Vincent van Gogh (1853-1890), posimpresionista y precursor del expresionismo; quien sufrió de esquizofrenia, sin que este padecimiento impidiera su desarrollo creativo. En sus pinturas resultaba notable el empleo de símbolos (tanto en objetos como a través del color) como medio de expresión de estados de ánimos y emociones. Los girasoles, de intensos tonos de amarillo, anunciaban momentos de júbilo, gloria y empatía; mientras los cipreses, aparecían en planos de paisajes donde aparentemente no llamaban la atención, pero despeinados y angustiosos dejaban ver la nota oscura del artista: la muerte, la duda, los miedos, lo trágico. Estado mental en el que se debate un paciente esquizofrénico.

     Desde mis primeras visitas al hospital psiquiátrico, ―de bosquejo y planteamiento del proyecto― pude sentir la tensión que se respiraba, afuera quedaba la realidad citadina, dentro todo funcionaba con reglas, medidas y comportamientos preestablecidos que terminaban por englobar a cada paciente en una misma mentalidad, por lo que se hacía imprescindible la intervención del sitio con la finalidad de cambiar el entorno visual imperante; cambio que en plazos cortos, influiría en el ambiente cultural y social del propio hospital; estrategia cíclica, cuyo efecto favorable recaería una y otra vez sobre los pacientes.

     Por las características del lugar, sabía que tenía que abordar este proyecto de una manera abierta y desprejuiciada. Nuestras acciones debían ser visibles a todos, y las realizaríamos casi por entero dentro del hospital. Sitio de reclusión, submundo donde los pacientes son aceptados, tratados y condicionados; sobre el cual Michel Foucault diría: “El asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el correccional, establecimientos de educación vigilada, los hospitales, y de manera general todas las instancias de control individual, funcionan de doble modo: el de la división binaria y la marcación (loco-no loco; peligroso-inofensivo; normal-anormal) y el de la asignación coercitiva, de la distribución diferencial (quién es; dónde debe estar; por qué caracterizarlo; cómo reconocerlo; cómo ejercer sobre él de manera individual, una vigilancia constante, etc.)”[6]

     Téngase en cuenta que para los pacientes el hospital continúa resultando, a pesar de adelantos científicos y técnicos en la medicina, un lugar de aislamiento, o como lo llamase Foucault en otra ocasión, Ciudades de confinamiento,[7] donde se ejecutan prácticas de internamiento, de exclusiones involuntarias, que de algún modo afecta la autoestima del paciente, al verse imposibilitado de seguir la dinámica en colectivo de forma temporal o definitiva.

     De ahí que lo primero que hicimos, fue habilitar un espacio expositivo dentro del hospital con nuestros propios recursos, un una zona de tránsito situada entre las salas de ingreso, el comedor y las oficinas de la dirección del hospital. En este espacio exhibiríamos los trabajos de los talleristas y llevaríamos muestras colectivas, o personales de artistas profesionales. La primera, fue una exposición de reproducciones de obras de clásicos del arte universal, pertenecientes al Centro Provincial de las Artes Visuales; que abarcaba obras de Salvador Dalí, Vincent van Gogh y Marc Chagall, entre otros. A raíz de la misma, ofrecimos un conversatorio e inauguramos oficialmente la sala. A los pocos meses, le siguió una muestra de dibujos y pinturas, realizada por los integrantes del taller. Es de destacar, la buena impresión causada por los trabajos, y la aceptación que tuvieron por parte de pacientes, doctores y el personal de servicio. Fueron notables los efectos positivos en el ambiente hospitalario y en la propia autoestima de los enfermos. Más adelante, en diciembre del 2010 realizamos en una parte de la sala, una pequeña exposición de pinturas, provenientes de un concurso convocado por la artista Yolmis Mejías, quien en sus producciones plásticas trabajaba con vitalidad y desde un enfoque personal, el elemento del girasol; mientras de la otra parte, quedaba una muestra del joven paciente y creador, Arturo Larrea Cárdenas. Por último, tuvimos el privilegio de inaugurar la exposición de fotografía Paisajes Inciertos II (2011), del reconocido artista villaclareño Eridanio Sacramento Ramos. Otra de las acciones que realizamos para mejorar el ambiente del hospital, fue la ejecución de una pintura mural. Gracias a la donación de los materiales por parte del Fondo Cubano de Bienes Culturales y del empeño de los creadores Aliegmis Bravo Cuan (quien se implicó de manera altruista, en cada una de las acciones del proyecto), Josué Bernal Escudero y Jorge Luis Sanfiel Cárdenas, quedó inaugurada el 17 de julio, una pintura mural de 250 x 370 cm, en una de las paredes del espacio expositivo. Valorada en 30.000 pesos, constituyó un homenaje a la ciudad de Santa Clara en su 320 aniversario. Contenía en sus figuraciones, esplendidos girasoles que ocupaban el primer plano, llenando de luz el espacio circundante; el segundo plano fue ocupado con las representaciones de edificios emblemáticos del Parque Vidal: La Biblioteca Martí, la Glorieta y el Teatro de La Caridad; habitados por pequeños rumiantes, de la autoría de Sanfiel, que retozaban tanto en las puertas como en ventanas de las edificaciones. Al fondo quedaba un cielo azul de remolinos vangosianos. Este mural de brillante colorido, fue el orgullo de pacientes, familiares y trabajadores; y para nosotros, un triunfo, al trasladar el paisaje arquitectónico del centro de la ciudad (espacio externo de esparcimiento) hacia el interior del hospital (espacio interno de confinamiento).

     Pero aún existían muchas zonas y paredes desvalidas dentro del hospital, por lo que fomentamos la donación de obras de arte, para colaborar con la ambientación del mismo. Tuvimos la grata sorpresa de recibir obras de los artistas Frank Michel Johnson Pedro, Amilkar Chacón Iznaga, Joaquín Morales, y Arturo Larrea; que quedaron dispuestas tanto en la recepción, la biblioteca, algunas consultas y en las oficinas de la dirección.

     El eje central del proyecto era el Taller de creación y apreciación (o taller de arteterapia), que contemplaba el aprendizaje de varias técnicas de las artes plásticas (tempera, acuarela, pastel, dibujo, collage); encaminadas estratégicamente a la recuperación de la destreza manual y sensibilidad táctil de los pacientes; dominio del color; estimulación de la fantasía y del disfrute de un momento de esparcimiento espiritual. El taller incluía ejercicios de apreciación que posibilitaban un mayor acercamiento a la manifestación e incrementaban los conocimientos básicos sobre la historia del arte; haciendo énfasis en el Arte Cubano. Con dos frecuencias semanales, estaba dirigido hacia un grupo de pacientes esquizofrénicos de diferentes edades, sexos y nivel de escolaridad. Contó con la participación de varios artistas de la plástica villaclareña: Aliegmis Bravo Cuan, Josué Bernal Escudero, Isabel Coello Trimiño, Rachel Paredes, Anelys Castillo y Yolmis Mejías.

     En la arteterapia se aprecian dos vertientes principales: la que utiliza la plástica como medio de facilitar un diálogo paciente-terapeuta, con el objetivo de elaborar posteriormente y de manera verbal, el contenido plástico creado; y por otra parte, la que se centra en el desarrollo artístico del enfermo. La primera, es aplicada por psicólogos o psiquiatras; la segunda, por especialistas en Artes Plásticas o artistas, que actúan supervisados en su mayoría por doctores, ya que su labor es planteada como complementaria a una labor psicoterapéutica. Este era el caso de nuestro taller de terapia artística, caracterizado por la relevancia del proceso de creación sobre el producto artístico ―en cuyas limitaciones, trabajaríamos las dificultades para simbolizar la experiencia, y ampliar las habilidades manuales con el aprendizaje y uso de materiales de creación y técnicas―; la importancia de la creatividad, bajo el supuesto que su desarrollo favorecería el surgimiento de soluciones creativas en otras áreas de la vida; y énfasis en la creación espontánea, sin importar el grado de pericia plástica, con un objetivo más bien expresivo.

     Dado el interés de los talleristas por la literatura, en especial la poesía, vi oportuno propiciar la participación de algunos escritores. Estos encuentros fusionaban la plástica a la literatura mediante un sencillo ejercicio: los pacientes pintarían a partir de la lectura de las obras por sus autores. No fue solo un ejercicio de acercamiento a la literatura, sino también al medio cultural de la ciudad. Entre los escritores invitados estuvo: Yamil Díaz Gómez, Jorge Luis Mederos (Veleta), y la poetiza Lariza Fuentes López. Otra aproximación a la literatura, fue mediante el diseño manual y personalizado de libros, como el poemario El ojo milenario, (Editorial Sed de Belleza, Santa Clara, 1995) de Lina de Feria.

     La magia de este taller estaba en los pacientes que lo sostenían. Cada martes y jueves me esperaban, o en caso de permanecer ingresados, confiaban en que los buscaría en sus propias camas. A veces con los medicamentos apenas lograban trabajar, pero insistían porque al terminar nuestra hora, se sentían relajados y satisfechos. Solo paraban en días de fuertes crisis, para luego volver sin falta. Recuerdo mi asombro la primera vez que vi pintar a Sabily Rodríguez, era también su primera vez pintando, su fluidez y seguridad eran increíbles, al igual que su inclinación por la poesía; estaba William Martín con su preferencia por los retratos, de trazo limpio y tímido; Yasmany Hernández de mirada infantil, con su obsesión por los superhéroes, algunos de conocidas series de animación, otros de su propia invención, y todos autorreferenciales. Osmíl Machado, el más inquieto y familiar del grupo, poseía una llamativa capacidad de síntesis para imágenes que representaba por lo general en movimiento, desde diferentes puntos de fugas;[8] Belkis Morales, de sonrisa afable, con sus cuidados dibujos a manera de bordados; María Esther y Rosa, tan constantes y entregadas en el disfrute de cada encuentro, ambas, autoras de figuras desproporcionadas y grotescas siluetas; Adolfo, quien afectado por un incidente familiar, prefería pintarle al amor y la naturaleza; o los trabajos sobre antiguas civilizaciones de Ricardo Calsines; entre otros talleristas que fluctuaban con menor periodicidad.

      Pero de todos, se destacaban las piezas del joven Arturo Larrea Cárdenas, un joven paciente de esquizofrenia. La liebre al fin había saltado.En Arturo encontré amplias posibilidades para la manifestación y un talento innato. De formación autodidacta y expresivas figuraciones, abarcaba temas que iban desde la religión, las relaciones de pareja, hasta el homenaje a grandes maestros del arte. Era necesario apoyarlo en su crecimiento artístico, y con tal fin, le organicé una muestra personal titulada Cuando la luz de la aurora, inaugurada en noviembre del 2008 en el Museo Provincial de Historia de Villa Clara, con alrededor de dieciocho obras, entre cartulinas y lienzos. Arturo vive refugiado en el arte y en la religión, y se mantiene pintando desde la tranquilidad de su poblado de Jiquiabo. Resultó premiado en el Salón Nuevo Espacio (2009) que convoca la Galería de Ranchuelo, donde luego realizó otra muestra personal, que además llevó a la Galería Wifredo Lam de Sagua la Grande. Gracias al proyecto y a su constancia, pudo participar en la exposición Colectiva Encuentros (2010), convocada por la AHS en la Galería Provincial de Arte.

     Otras actividades que se contemplaron en el proyecto fueron las visitas guiadas a las galerías de arte y las exposiciones de los talleristas fuera del hospital; una de ellas fue, la muestra colectiva realizada en la librería La piedra Lunar, durante los meses de enero y febrero del 2012.

     Como resultados alentadores de nuestra labor en el proyecto, estaban las certificaciones oficiales de los doctores que afirmaban la disminución de ingresos y del uso de fármacos en el tratamiento de los talleristas; quienes manifestaban un mejor humor y una actitud mucho más participativa y cordial tanto en el hospital como en sus hogares. En cuanto al ambiente del hospital, es de señalar el significativo cambio que se respiraba, gracias a la pintura mural, las donaciones de obras, y las distintas exposiciones que hacíamos en nuestro espacio, utilizado ahora como sala de recreación y visita.

     Durante estos cuatro años, asumí ―además de mi habitual profesión de galerista, comisaria y crítica de arte― el rol de “la profesora”, como solían llamarme los talleristas. De ellos, estoy segura haber aprendido mucho más de lo que pude enseñarles; un valioso conocimiento que constituyó la base para comprender e identificar las expresiones plásticas en artistas brut, y el embrión de parte de las investigaciones que hilvanaron los posteriores textos del El aullido Infinito. Este Proyecto, fue el mayor trabajo de campo que hasta hoy he podido hacer dentro del género por la gran cantidad de apuntes y material recopilado; sin dejar de ser consciente de lo importante y humano que resulta compartir tu universo artístico con quienes, por disimiles circunstancias, no tienen acceso a él; de dedicarles una canción, un libro, una pintura, o el simple gesto de detenerte, a pensar en ellos.[9]

Yaysis Ojeda Becerra (Madrid, 7 de abril, 2016)

Notas

[1] Historiador del arte y psiquiatra vienés, que consideraba la motivación creativa como motivación básica de la especie humana, y que toda creación albergaba un potencial de autosanación. En 1922 publicó el libro Expresiones de la locura, primer estudio detallado de las expresiones visuales de pacientes internados, y sostenía que la expresión artística de estas personas emergía de la misma fuente de la cual pudiese proceder cualquier otra expresión plástica profesional. Valoraba al máximo la producción artística realizada por pacientes y logró demostrar que la necesidad de expresión intuitiva sobrevive a la desintegración de la personalidad. Creó la colección Prinzhorn, que albergaba obras de pacientes psiquiátricos, con la que realizó exposiciones en Francia, Suiza y Alemania, detonando el ambiente artístico del siglo y contribuyendo a la formación de profesionales e instituciones, que posteriormente dieron lugar al surgimiento y desarrollo de la Arteterapia. (prinzhorn.ukl-hd.de)
[2] Arístides Goderish Ramos. El arte en el Gustavo Machín. Reportaje realizado por el periodista Ángel León Cabrera, Noviembre 2003.
[3] Feijóo Samuel, “Los osos se usan”, Signos, n° 19 (1976): 183-205.
[4] Datos obtenidos mediante la comunicación personal con la doctora Miryam Caballero Hernández, promotora de estos talleres de rehabilitación.
[5] Información recibida del doctor Antonio González Salazar, uno de los psiquiatras implicados en la mencionada brigada, en la cual participaron los artistas Julián Espinosa Rebollido (Wayacón) y Jesús Espinosa Carrillo (1951), este último era también paciente del Centro de Salud.
[6] Michel Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, (México: Siglo Veintiuno Editores, 1976), p.184.
[7] Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica I, traducción de Juan José Utrilla (Colombia, 1998), p. 43.(en www.biblioteca.d2g.com)
[8] Detalle característico de las creaciones realizadas por pacientes con esquizofrenia, descrito en José Pijoán, “Las manifestaciones artísticas de los alienados”, en Summa Artis. Historia General del arte, vol. I (Madrid: Espasa-Calpe, 1995), p. 508.
[9] Este texto aparece también publicado en la Revista Sans Soleil, volumen 8,  sección Bric-á-Brac, diciembre 2016.