Territorio nacional

El cuerpo de lo nacional es el espíritu y es el paisaje
y esto sólo lo expresa el arte
Guy Pérez Cisneros[1]

    ¿Qué es Cuba para los cubanos y para los ojos del resto del mundo? Es esta una interrogante de encontrados puntos de vista. Pero en lo que todos concuerdan, es en el hervidero cultural que se genera desde lo emotivo y el gesto espontáneo de la cotidianidad de un pueblo, que aún colmado de preocupaciones materiales, no desiste en mantener el humor; y muy a pesar de una realidad narrada en formato de cuento metafórico, signada por el drama real de sus contradicciones políticas, y en planes interminables de derrumbes y reconstrucciones que no opacan su grandeza espiritual.

     La misma espiritualidad que motivó al artista cubano Lázaro H. Cano (La Habana, 1972) en su muestra Territorio Nacional, ‒abierta al público en el espacio White Lab de Madrid‒, a proyectar a través de pinturas, esculturas e instalaciones, una visión subjetiva, onírica y un tanto caótica de su patria; al visitarla recientemente, luego de más de una década de ausencia.

    Territorio Nacional reúne, cual diario personal, los apuntes a modo de imágenes pesadillescas de un viaje de regreso al pasado, y de un paisaje urbano desolador a partir de la cosmogonía de símbolos de este creador, que ya constituyen un leitmotiv en sus obras: flechas, cruces, banderas, colores primarios y limpios, púas, ojos y lenguas; elaborados desde el trazo primitivo, en una estética de la precariedad. H. Cano trabaja desde la sugerencia de materiales y objetos, para desbordar sus energías. De ahí que el hallazgo de botones, céntimos, papel, cinta adhesiva, madera, o pedazos de muebles, sean empleados como recursos semánticos, soportes e ideas en sí. Rasgo este común, en las producciones de algunos artistas outsiders, que se dejan seducir por el material encontrado.

        Con la instalación El cuartico está igualito[2] Lázaro pretende transformar el espacio expositivo en una cueva de punzantes elementos, construidos en papel craft, cinta adhesiva y cartón, con la intención de generar un ambiente arcaico y extraño. La simbología de la cueva apunta hacia una visión críptica y dolorosa en el imaginario del artista. Duele la misma precariedad de la que un día quiso escapar; el reencuentro con la memoria familiar de no pocas pesadumbres; del humilde hogar en el Vedado habanero donde una vez llegó a desarmar su cama y dormir en el suelo por la acumulación excesiva de maderas y esculturas, de los mismos atardeceres en el malecón junto a pescadores, jineteras y merolicos buscándose la vida.

     Con la Serie Territorio Nacional, conformada por las piezas: Memorias de un bistec, Pollo por pescao y Centro Habana, H. Cano se adentra en temáticas sociales que afectan directamente al cubano de a pie, y que nunca antes había tratado de manera directa: la emigración, la alimentación y la descomunal compra y venta en Cuba de inmuebles patrimoniales, que hace pensar en la isla como una gran plaza de mercado. De dimensiones variables, cada una de las maquetas posee de base la bandera nacional con detalles satíricos, que evidencian el ingenio del artista a través de constantes citas al refranero popular y al lenguaje callejero.

     La crudeza de las figuraciones, esbozadas en una síntesis de elementos y trazos  ‒que se refuerzan con el color en el caso de las pinturas‒, permite que las piezas resulten directas y contundentes en sus significados semánticos; en tanto el ordenamiento de los tópicos redefine la imagen de un país que no es solo revolución, mulata, tabaco y ron.

     Con esta muestra Lázaro H. Cano revitaliza además el recuerdo de sus inicios en el arte en la década del noventa, de una parte influido por el legado del padre, un diestro ebanista de renombre habanero; y de otra, por el rico ambiente cultural de una ciudad donde músicos[3], artistas, escritores y actores confluyen en pleno intercambio. Esa y la vida marginal de las calles, fueron su inspiración y única escuela ‒aunque sustenta su aliento creativo en la naturaleza y la religión Ifá, como centros determinantes de fortaleza y principales filosofías‒. Eran los duros años del llamado Período Especial en Cuba, que marcó a toda una generación con la ruptura del campo socialista y la desarticulación ideológica de la revolución; momento en el que los artistas se pronunciaron, determinando un antes y un después, que cambiaría el rumbo del Arte Cubano. Por aquel entonces Lázaro realizaba sus primeras muestras y andaba por las avenidas recogiendo troncos de árboles para construir sus esculturas; le creían loco por su enigmática personalidad y festividad casi infantil, de ahí que llamara la atención del propio Alberto Korda (1928- 2001), quien no tuvo reparos en fotografiarlo en varias ocasiones.

     Pudiera resultar curioso, como H. Cano ha logrado mantener intacto ese lado puro, espontáneo e instintivo, en postulados que a ratos congenian con lo contemporáneo; insertándose sin mayores dificultades en los circuitos galerísticos de Suiza o Pamplona mayormente, y exponiendo sus piezas con regularidad en espacios públicos. Cuestión que responde a los giros que asumen los artistas outsiders del siglo XXI, ante las dinámicas de la sociedades de hoy. A pesar del tiempo vivido en varias urbes europeas, Lázaro mantiene su idiosincrasia, sin caer en encasillamientos ni clichés. Abierto a la experimentación, se nutre de su medio actual y explora nuevos posicionamientos, que le permiten compartir sus emociones desde la singularidad. Quizás sea esta la mayor lección a aprender, la de no abandonar nuestro lado salvaje, sensitivo, nuestros orígenes; ese por el que aún podemos llamarnos humanos y nos lleva a reconocer nuestros propios territorios, en el peso de una isla (…),[4] o la longevidad de un paisaje continental.

Yaysis Ojeda Becerra
Investigadora y crítica de Arte
(Madrid, 12 de febrero, 2017)
 
Notas:
[1] Guy Pérez Cisneros (1915-1953). Características de la evolución de la pintura en Cuba. Tesis de Doctorado presentada a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de la Habana, agosto, 1946. Editorial Dirección General de Cultura, Ministerio de Educación, La Habana, 1959.
[2] Título del bolero de la autoría de Edmundo Medina (Mundito) e interpretado en 1947 por Panchito Riset  (1910- 1988).
[3] De ahí que dedicara su primera muestra en Suiza a la agrupación de Jazz cubano Estado de Ánimo, con cuyos  músicos compartiera momentos inolvidables.
[4] Virgilio Piñera (1912-1979), La isla en peso, Editorial Tusquets Editores S.A, Barcelona, 2000.