Trece mil quinientas y ninguna repetida: percepciones de Suso33

Pasó los dedos por las grietas que sobresalían del muro, le pareció ver formas que cambiaban a medida que las luces de los coches pasaban. Esperó dos, tres horas, hasta que solo estaba él, la noche y el silencio. Solía pasar con frecuencia por esta esquina que hasta no hace tanto era un edificio habitado, ahora demolido; y recordó a los que ya no estaban. Sacó de un tirón los sprays y empezó a esbozar sus ausencias sobre las paredes descarnadas en un acto de reivindicación social, unas veces con la derecha, otras con la izquierda, con movimientos performáticos llenos de contradicciones personales. Alguien se acercaba, era el momento de escapar y faltaba la firma: Suso33.

Esta pudo ser una noche cualquiera de las trece mil quinientas que acumula en sus desvelos, y que en buena medida han quedado reflejadas en su muestra personal, “espacio DISPONIBLE. Sin permiso… ¿se puede?” (Galería Odalys, mayo-julio, 2021, Madrid). Pareciera incierto que aún se tuviese que pedir permiso cuando de Arte se trata, y más si al proceder de las voces genuinas del inconsciente urbano, permite tomar el pulso del relato cultural en las sociedades de hoy, desde una estética visual de la inmediatez, en franca resistencia cotidiana a los regímenes de poder. Es el caso de la obra de este emblemático artista madrileño, que se desprende de objeciones y etiquetas para en la inflexión de una trayectoria, cuya base se fundamenta en el graffiti y el street art, proyectarse hacia la experimentación de nuevas prácticas en un continuo diálogo con lo contemporáneo. 

Apenas accedes a la galería, salta a la vista el marcado propósito de un ejercicio de introspección que delata las inquietudes del artista acerca de la relatividad de los espacios y su accionar en ellos; y asoman las dualidades puntuales en sus producciones: interior/exterior, matérico/virtual, público/privado, legal/ilegal; en tanto desde un sensible trazo hacia terrenos de lo conceptual, se cuestionan los intersticios de lo efímero y sus huellas en la memoria. Con el recurso digital se transgrede la realidad concreta y las piezas adquieren un sentido atemporal en tópicos recurrentes y superficies cambiantes, quedando al desnudo la fragilidad de cada instante, tras el acelerado ritmo de la vida.

Con la video instalación “tiempo DISPONIBLE” (2006-2021), el artista se desdobla en narraciones fugaces que se imponen ante el paso del tiempo y el inevitable destino a desaparecer: interviene durante quince años las calles del barrio de Puerta del Ángel y sobre los muros plasma las siluetas de sus ausencias, de los que estuvieron y de algún modo siguen estando; se impone desde la denuncia social con una reinterpretación de la historia de esa cotidianeidad abrumadora, que reduce al hombre a mero instrumento de un sistema que te utiliza, te doblega y finalmente te desecha. 

De un millar de intervenciones, se seleccionaron ciento sesenta y seis localizaciones, para conformar un archivo de imágenes tomadas por su dispositivo móvil, que a golpe de latidos se suceden y caen, para dar evidencia de un antes y un después. Te introduces en la secuencia fílmica con tu propio reflejo desde un espejo frontal, que te convierte en sujeto activo dentro del entramado urbano y la pieza en sí. Estás, lo sabes, integrando ese organismo donde se tejen las problemáticas de generaciones que piden respuestas y se cuestionan su espacio en la sociedad. Mientras, el artista sigue una dinámica sin orden fijo, signada por la improvisación, el azar y el instinto que recoge en una gigantesca cartografía, accesible también desde un código QR. 

Se describe un proceso en continua evolución y desde lo morfológico se aprecia el juego de contrarios, donde lo básico y crudo del dibujo sobre las paredes se integra armónicamente al elemento digital, para permanecer, gracias al recurso tecnológico. El vacío deja de existir, y se despierta en el transeúnte la mirada curiosa sobre un entorno de ilimitadas figuraciones, de presencias que se desvanecen y resurgen. El recorrido empieza en el interior de cada uno, en los mapas de la consciencia individual, y se enriquece con las múltiples lecturas, tantas como experiencias vividas.

Como en varias de sus intervenciones, una línea de horizonte atraviesa buena parte de la sala expositiva, dejando entrever las preocupaciones ontológicas que atañen al artista, y que pone en jaque el equilibrio emocional de los implicados. Hay un palpable cuestionamiento a lo corpóreo, a la existencia del ser y nuestra visión de la realidad; una línea vista desde la diferencia subjetiva de cada individuo, que plantea el boceto de ese paisaje íntimo donde otra vez somos las presencias, los protagonistas.

Por otro lado, los collages titulados “Susouvenirs” guardan cierto tono irónico hacia lo objetual en el arte, e incitan a llevarte un fragmento de esa ciudad intervenida por las pinturas de Suso33. En ellos, la escala humana resulta esencial en planteamientos reflexivos de proyectos aún en ejecución, que se suspenden por un punto de fuga hacia el infinito, en el endeble horizonte; y en estrecha relación con el material fotográfico, los dibujos de las siluetas se difuminan en el zigzagueo del gesto y se refuerzan con las sombras que corroboran su existencia. En estas obras, el universo susoniano adquiere una nueva dimensión con el prêt-à-porter, abierto a la democratización del Arte; y la constancia de los testimonios sobre soporte impreso, de una acción artística que revaloriza el contexto de la barriada. 

Llama la atención la compilación de material de cartelería en determinadas zonas intervenidas, tales como edificios abandonados y solares, que documentan la retroalimentación de un proceso de enfoque humanista, pensado para dar voz al otro, a partir de una exploración antropológica que destaca el ingenio popular de la comunidad a través de la palabra, y potencia sus rasgos identitarios. En cambio, los aerosoles utilizados durante la intervención en Puerta del Ángel son personalizados, y de instrumentos se transforman en piezas.

La serie “Pinturas Negras” por su parte, resulta una analogía necesaria dentro del concepto museográfico de la exposición, para comprender la praxis poética del artista. Devenidas de aquellas primeras sobre paredes corroídas por los efectos del clima, y fruto de una investigación en el medio natural que Suso33 realizara en Dufftown (Escocia, 2014); estas proponen una continuidad de percepciones numeradas que se antojan desgarradoras desde el riesgo que implica la seducción por la oscuridad, en eternos ciclos de búsquedas y soledades. 

Realizadas sobre ásperas texturas, incitan a la experiencia táctil, a la inmersión en estados del alma donde el miedo se descubre cual mecanismo de control y opresión. Las percepciones de Suso33 evidencian como en tiempos de frugalidades cuesta detenerse en el valor de esos pequeños momentos de profundidad emocional, que te extrapolan del caótico modelo de sobrevivencia del cada día; y son una invitación a sentir el grito salvaje de nuestro interior, a aprender a caminar con el dolor, a aceptar el lado de las sombras; y aún cuando la densidad del color negro te envuelva, entender su condición de actitud. La noche domina en las percepciones del poeta, que se desarma en versos sobre los muros de la ciudad y se sobrepone al delirio de escuchar sus vibraciones. 

Trece mil quinientas noches suenan a poco, si hablamos de una producción artística tan extensa y reconocida a nivel internacional. Y a menos sería considerar, que la galería Odalys haya sido el sitio idóneo para acoger una muestra del género, que, por su carácter novedoso y transgresor, se posiciona muy por encima del perfil convencional, rancio y tarequero de este espacio. Es lamentable, que un proyecto expositivo, cuyo propósito es la interacción con el espectador y romper las barreras de lo permisible en el Arte, apenas se pueda disfrutar, por los días de cierre de la galería y el reducido horario, típico de los espacios elitistas que nada aportan a las arterias culturales de la ciudad, con sus posturas demodé, enquistadas en la comercialización frívola y subordinadas a un toque de timbre, contrario por completo a la libre acción que promovía la muestra. ¡Total, que en el espacio DISPONIBLE, ni con permiso se pudo!

©Yaysis Ojeda Becerra

Investigadora y Crítica de Arte

Madrid, 28 de julio, 2021

Desvelos patrios: sombras y reflexiones en la obra de F. J. Consalvos

“Como el hueso al cuerpo humano, y el eje a una rueda, y el ala a un pájaro, y el aire al ala, así es la libertad la esencia de la vida. Cuanto sin ella se hace es imperfecto»

José Martí [1]

     Las seis de la mañana y ha vuelto a mi balcón. Siempre a la misma hora, un mirlo negro interrumpe con su trino mi sueño; me desvela, me perturba, me descoloca en ese espacio intermedio de vigilia y reflexión donde abrir los ojos no es importante. Fue ese instante de inmovilidad del cuerpo el que me incitó a pensar en las contradicciones entre el sitio que habitas y el que eres, en la patria que llevas dentro cuando emigras y en las que intentas asumir, tantas como vuelos haces. Y empecé a ver el mirlo en las obras de Felipe Jesús Consalvos (Cuba, 1891 – EE.UU., 1960); estaba en cada una de sus aves, escudriñando desde un plano aéreo aquellos retratos de un modelo fallido de sociedad, hurgando en el absurdo y en las problemáticas de un contexto ajeno al artista, que tarde o temprano, le sería familiar. 

     Se conocen pocos detalles de la vida de este artista cubano, y la investigación más completa se debe al escritor, comisario y folklorista Brendan Greaves, quien le dedicara en 2008 su tesis de maestría en Arte y Folclor titulada: Dream the rest: on the mystery and vernacular modernism of Felipe Jesus Consalvos, Cubamerican “cigarmaker, creator, healer, & man”. Gracias a sus indagaciones, sabemos que Consalvos procedía de una zona rural cerca de La Habana, y que en 1920 emigró con su familia a Miami, para más tarde moverse de Brooklyn a Filadelfia. Trabajó como tabaquero en varias fábricas, mientras, desarrolló una extensa producción artística de alrededor de 800 piezas que nunca llegó a exhibir en vida; en ellas empleaba la técnica del collage en superficies planas e intervenía objetos cotidianos, de oficina, muebles e instrumentos musicales. Luego de su muerte, sus obras permanecieron en un almacén hasta que en 1983 su sobrina decidiera venderlas a un coleccionista, quien las conservó durante veinte años. En el 2003 llegan a la Galería Fleisher/Ollman de Filadelfia, que organiza la primera muestra personal del artista (Felipe Jesus Consalvos: Constructing Images, octubre, 2004), para finalmente sacarlo del anonimato. A partir de entonces su nombre comenzó a integrar prestigiosas nóminas en colecciones de arte y museos,[2] a figurar en relevantes eventos, muestras colectivas y ferias. En esta promoción de la obra de Consalvos, también es de destacar el trabajo sostenido por The Gallery of Everything, y The Museum of Everythingambos en Londres (UK), al ser los primeros en presentar al artista en el medio europeo y hasta hoy mantener con rigor su universo creativo.[3]

     Y es que en las piezas de Consalvos llama la atención el sentimiento patrio del cubano que parte de su tierra con la imagen de una república nacida bajo una enmienda y una bandera intrusa, ajena a las luchas de descolonización e independencia en la Isla; entre la danza de presidentes títeres y una economía en crisis, absorbida a conveniencia de otra potencia. De ahí su enfrentamiento con el contexto socio-político norteamericano, signado por la falsedad del sueño americano, que se despoja de sensiblerías para mostrar el atrezo de la especulación; de políticas de injerencias y rapiñas bélicas, propias de los periodos de EntreguerrasSegunda Guerra Mundial y Guerra Fría, que le tocó vivir. Demasiados conflictos internos para quien emigra al propio país que subordina el suyo, y luego hacerlos confluir en un único territorio sobre papel. Cómo no tomar partido y asumir una posición crítica si evidentemente el artista compartía el pensamiento americanista de José Martí.[4]

   De modo que el sentido autorreferencial en sus piezas resulte una clara representación del artista y su entorno. En Consalvos descansa una herencia barroca que se integra a la exquisitez y meticulosidad de sus piezas; una grandilocuencia que apunta a esa necesidad de argumentar con la re-interpretación satírica y mordaz, flashazos de la época y de sí mismo. De identificarse como sujeto generador de narrativas, portador del legado histórico-cultural de la figura del tabaquero cubano desde la condición de emigrante.

   Gesto evidente por el uso reiterado en las composiciones de sellos de cajas de tabacos, vitolas, y etiquetas promocionales de la industria, cual recurso identitario que muestra al desnudo la cotidianeidad del sujeto creador. Se apropia de la técnica decorativa de empapelar con estos elementos, derivada de la tradición vernácula artesanal, para reutilizarla como leitmotiv que fundamenta la manufactura, legitima el discurso, y enmarca el relato visual. Detalle que (inconsciente o no) hace referencia a las primeras imágenes de la isla, que adornaban las cajas de tabaco en el siglo XIX tras el desarrollo de la imprenta y el pleno apogeo de la industria tabaquera. El caos milimetrado de los collages de Consalvos serían la contrapartida de aquellas estampillas paradisiacas sobre litografías. Una especie de reverso irónico de la historia: la nueva visión que un tabaquero ofrece de su medio social y de su mundo obrero, al expresar con total libertad sus preocupaciones en diversos temas que van desde la denuncia contra el racismo y la manipulación de la mujer en objeto publicitario, o su exaltación por la música, sobre todo en géneros procedentes de la cultura afroamericana y la mezcla de otras, entre ellos el Ragtime, el Jazz, o el Dixieland.

    Por otro lado, no creo que exista un solo componente fortuito en las obras de Consalvos. Cada pieza alberga la fascinación del creador que recorta y pega fragmentos con precisión absoluta y particulares significados; inclusive al seleccionar los patrones de color, en tramas compulsivas de figuraciones que se suceden de un plano a otro, de verso a reverso, a ritmos desconcertantes de aparente improvisación y vehemencia, guiadas apenas por frases que pudieran ser posibles títulos.[5]

   Sería ingenuo considerar que un trabajo de la magnitud de Consalvos estaría ajeno a los movimientos artísticos de aquel entonces. Aunque se desconoce de intentos del artista por relacionarse con el gremio de creadores y galerías, sus producciones marcharon en paralelo y a tono con los postulados de las vanguardias del arte moderno de Europa y Estados Unidos: en unas por las atmósferas oníricas, cercanas al subconsciente, típicas del Surrealismo; en otras, la burla, el humor, el contrasentido hacia el establishment, y el uso de materiales anticonvencionales lo acercaban al Dadaísmo; mientras con la parodia en la representación de elementos cotidianos, la puesta en evidencia de lo superficial de la culturas de masas y la crítica temprana al consumismo, se posicionaba dentro del Arte Pop.[6] Sin embargo, cabe señalar que por su actitud independiente alejada de circuitos comerciales, la introversión y constancia de tantos años de trabajo, además del volumen exagerado de obras, hacen pensar que nos encontramos ante un auténtico outsider, en un ejercicio de liberación de la maquinaria febril del mercado y sus imposiciones.

     La ausencia de fechas en las obras y el manejo recurrente de relojes, apuntan al factor tiempo como una obsesión del artista. El tiempo que se escurre tras el intento por atraparlo, para quien compartía el oficio de torcedor de tabaco con la irrefrenable pulsión del Arte, y sus responsabilidades familiares. Los collages de Consalvos parecen congelar la cadena de imágenes en una ecuación abstracta, relativa, capaz de transportar el pasado al futuro, de conservar la memoria de acontecimientos de una época convulsa de guerras y depresiones, a partir de un acto de resistencia contra un sistema enajenarte, donde el poder del dinero se impone sobre los valores humanos. Pareciera un juego macabro que alberga la ilusión de perdurar con reglas atemporales, y como si se tratase de un arqueólogo en la búsqueda de lo esencial, el artista se insinúa desde la ambigüedad del paso de las horas, cuestiona el presente y hasta su historia personal con el uso de fotos de familia que transfigura y deconstruye. Se involucra en las provocaciones y el tiempo marca las escenas que recrea en teatros de la vida; circos de vanidades con entradas inagotables; show descarnado que cambia minutos de respiración por dólares.

    En esta lucha contra el olvido en su patria híbrida —la que habita y la que lleva dentro—, Consalvos implementa otros símbolos provenientes de su universo personal que varían en significados a partir del contenido de las obras, y que conforman un cuerpo sólido por la presencia de códigos reconocibles en esa feroz crítica a la sociedad, en tanteos filosóficos cercanos al existencialismo y en la sugerencia hacia terrenos místicos y ontológicos. Explota desmedidamente los rostros de George Washington y de Abraham Lincoln, a quienes manipula como personajes caricaturescos sujetos a disimiles lecturas luego de travestirlos, recomponerlos, deshumanizarlos; emplea también el cuerpo humano cual organismo vivo, por momentos desprovisto de piel, abierto de venas, órganos, músculos, vulnerable a las imposiciones del ciudadano modelo, de un status incierto; utiliza ojos, billetes y estampillas de correos de distintas procedencias, naipes que citan a la suerte; y una variada fauna que se mezcla con el frenesí de la selva urbana, atiborrada en el glamour de coches y rascacielos, donde sobresalen los peces, y los monos en probable alusión a nuestros orígenes primarios.

   Las aves en especial, protagonizan un significativo rol en las obras de Consalvos; adquieren un sentido poético y representan ese espacio de liberación espiritual, de levedad del sujeto ante lo incongruente de la acumulación desmedida; suelen sustituir los cuerpos humanos o sus cabezas; en ellas se intuye la necesidad de extender las alas hacia cartografías que sobrepasen los límites establecidos. El enigma de las aves plantea interrogantes acerca del abismo de reflexiones que ocupaban al artista; abren las puertas del debate de lo cubano dentro de lo universal, y son la clave para desentrañar el verso criollista, la palabra convertida en poesía visual.

     Las seis de la mañana y no he dormido. Mientras termino estos apuntes, espero a que el mirlo se pose en mi balcón. Hoy no canta. Permanece estático. Es él quien escucha. Avancé unos centímetros hasta profanar el silencio y vi por última vez la sombra del vuelo. Hay instantes que duran una eternidad en imágenes, que burlan el tiempo, trascienden la consciencia y quedan más allá de mapas culturales y políticos, de la naturaleza de la existencia. F. J. Consalvos lo ha logrado.[7]

©Yaysis Ojeda Becerra (Madrid, 19 de abril 2021)


Notas:

[1] “Libertad, ala de la industria”, La América, Nueva York, septiembre de 1883, en Obras Completas, Ed. de Ciencias Sociales, La Habana, 1975, t. 9, p. 451.

[2] Es el caso de el Philadelphia Museum of Art (Philadelphia, PA), American Folk Art Museum (New York, NY), Harvard Art Museums (Boston, MA), High Museum of Art (Atlanta, GA), y el John Michael Kohler Art Center (Sheboygan, WI).

[3] The Museum of Everything ha exhibido las obras de Consalvos en Londres, Torino, Rotterdan, y Tasmania; en tanto The Gallery of Everything preparó en el 2020 la mayor exhibición del artista en Europa.

[4] Entre los libros pertenecientes a Consalvos, muchos eran de poesía, con una notable presencia de la obra poética de José Martí. En sus collages también se encuentran fragmentos y alusiones a frases martianas. 

[5] El artista no solía poner títulos a sus obras, quizás llevado por la intención de potenciar el contenido desde la imagen.

[6] Greaves en su tesis de investigación, describe con precisión los encuentros estéticos de Consalvos con estos movimientos artísticos, e incluso considera que el artista pudo haber empleado la imagen de la icónica lata de sopa Campbell con anterioridad a Andy Warhol. En: Greaves, Brendan. “Dream the Rest»: On the Mystery and Vernacular Modernism of Felipe Jesus Consalvos, Cubamerican «cigarmaker, Creator, Healer, & Man». 2008. https://doi.org/10.17615/0v10-yq15

[7] Para este artículo se agradece la colaboración de la Galería Fleisher/Ollman (@fleisherollman) en Filadelfia (EE. UU), The Museum of Everything (@musevery) y The Gallery of Everything (@gallevery) en Londres (UK). 

*Artículo publicado en: ART BRUT SPACE de Hypermedia Magazine (versión castellana) y en la revista Osservatorio Outsider Art di Palermo, otoño 2021 (versión italiana).

Ceija Stojka, esto ha pasado

Corría el invierno de 1944, y en el campo de concentración nazi de Bergen-Belsen, los montículos de cadáveres crecían entre las alambradas y el fango. Ceija prefería estar cerca de ellos. Con los muertos estaba tranquila, a salvo del viento frío; algunos eran antiguos conocidos y sentía que sus almas revoloteaban, protegiéndola. Apenas contaba con doce años y luego de sobrevivir a tres campos de concentración, le había perdido el miedo a la muerte. El fascismo no solo había marcado su brazo con los dígitos Z6399 para identificarla como gitana romaní, sino también su vida con episodios e imágenes pesadillescas de los que nunca escaparía.

Después de la guerra intentó reinventarse, pero tuvieron que pasar casi cuatro décadas de silencio, hasta que con la muerte de su hijo Jano, Ceija Stokja (Austria 1933-2013) soltara un grito liberador a través del arte, una explosión de testimonios escritos y visuales que documentarían el exterminio zíngaro y que terminarían convirtiendo su voz en embajadora de la comunidad romaní. 

Con la publicación de su primer libro autobiográfico Vivimos en secreto: recuerdos de una gitana-romaní (1988), la realización del documental Ceija Stojka, retrato de una romaní (1999) por Karin Berger,[1] y la presentación de varias exposiciones de dibujos y pinturas, la artista argumentaba la realidad de un pueblo marginado, perseguido, objeto de discriminación y olvido histórico, cuyos derechos continuaron siendo pisoteados después del fin de la Segunda Guerra Mundial. 

La dolorosa experiencia narrada por Ceija llega a convertirse entonces en un medio de reafirmación. La artista enfatizaba en los valores culturales de la minoría étnica a la que representaba, de centenarias tradiciones y costumbres; y denunciaba las atrocidades cometidas en el pasado durante el porrajmos,[2] y lo injusto de su tardío reconocimiento. 

Dada la fuerza expresiva y los contenidos emocionales de su obra, realizada de manera autodidacta entre 1988 y el 2012, empezó a llamar la atención de coleccionistas y prestigiosas instituciones. Las primeras exposiciones monográficas de peso de la artista tuvieron lugar en el Museo Judío de Viena (2004); luego en Berlín (2014) bajo el título “Incluso la muerte tiene miedo de Auschwitz”, siendo esta la de mayor rigor y envergadura hasta el momento al hacer confluir los textos con las pinturas y dibujos de la artista, además de dividirse en tres partes: en el memorial del campo de concentración de Ravensbrück, La Galerie Nord (Kunstverein Tiergarten) y la Schwarze Villa[3]; le sucedieron las del Centro Cultural Friche de la Belle de Mai (Marsella, 2017) y La Maison Rouge (París, 2018); y a su vez el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía le abrió las puertas con la presentación de la muestra “Esto ha pasado” (Madrid, 2019-2020), en una cuidada compilación de piezas distribuidas museográficamente a partir de cuatro etapas de sobrevivencia de la artista, bajo los subtítulos: “Mientras viajábamos”, “La Caza”, “La experiencia en los campos”, y “Regreso a la vida”[4]. En ellas era notable la interrelación de elementos comunes que apoyaban la cohesión narrativa y la sucesión cronológica de los hechos.  Siendo esta, una oportunidad excepcional para apreciar el trabajo de Ceija en toda su magnitud, y de reconsiderar el posicionamiento del art brut en la escena contemporánea.

En las pinturas de Ceija, lo gestual domina la acción artística evidenciando la necesidad del contacto físico con el soporte y los materiales. La artista mezcla con sus manos varios colores para luego esparcirlos sobre la superficie. El resultado: tonos sucios que aplica de base en fondos, o en espacios destinados a representar el cielo y la tierra. En ocasiones, las manos sustituyen a la espátula y el pincel, recreando texturas enérgicas y efectos imposibles de obtener de otro modo; se destacan los empastes, los movimientos bruscos de luces y los recorridos intensos de color. Ceija toca con sus propias manos el cielo y la tierra que exaltó en sus poemas y escritos; y sin proponérselo, incita al público a la experiencia táctil de recorrerlos con los sentidos, de revivirlos. 

Tras ese obsesivo viaje de regreso a aquellos pasajes que marcaron su niñez, adquieren protagonismo las zonas dedicadas compositivamente al cielo y la tierra. En los cielos de Ceija, se delata el dolor y se enfatiza el dramatismo en cada escena pintada: atardeceres, soles rojos, nubes grises que presagian lo que está por ocurrir en paisajes bucólicos y evocadores, donde bajo el signo de la inminente tragedia reina la nostalgia y la quietud; o en aquellos, de atmósferas tormentosas y apocalípticas, al tratarse de los días a escondidas y en los campos de concentración. 

Por otro lado, la tierra en los paisajes se percibe cual otro personaje, ya sea cubierta de nevadas, pastos, flores y lodo. Tanto el elemento del cielo como el de la tierra, abren y cierran abruptamente un paréntesis visual en las pinturas, y se genera una retroalimentación espacial suspendida en líneas de horizontes de acentuados ángulos cinematográficos, logrados desde diagonales o la amplia disparidad entre ambos.  

El dibujo, en cambio, realizado por lo general en blanco y negro con tinta, rotuladores, bolígrafo, o acrílico sobre papel y cartón, apoya el relato de la etapa de persecución y encierro en los campos de exterminio. La monocromía denota crudeza, lo desgarrante de lo sucedido; en tanto los trazos precarios, casi caricaturescos, descubren la fragilidad de cuerpos desnudos, siluetas lánguidas, fantasmagóricas, en las que apenas se esbozan extremidades, senos, inquietantes ojos, rostros desfigurados y masas compactas de cadáveres despedazados. Eran ellos parte de sus juegos, era la muerte interpretada por la mirada estoica de una niña sin infancia.

Otro aspecto a tener en cuenta en la obra de Ceija, es la relación que establece entre el lenguaje escrito y el visual, de modo que la escritura en muchos casos acompaña el reverso de dibujos y pinturas sobre lienzo o papel, reforzando la trama de la imagen; o siendo parte de esta, como ocurre también en los cuadernos donde la artista escribía y dibujaba. En estos, las palabras y las frases repetitivas comprendían una especie de poema visual de formas abstractas. La antigua caligrafía de la artista, de rasgos adornados y tendencia a lo decorativo, por momentos se complementaba con el detalle de dibujos, fechas puntuales y números. 

Cuadernos de la artista. Colección Hojda y Nuna Stojka. Ceija Stojka International Fund, Viena.

En la obra de Ceija, adquieren especial significado determinados leitmotiv que conforman su poética: la rama sobre su firma (en la esquina inferior de las obras) que rememora cómo se alimentaba de las plantas que crecían en el suelo del barracón donde durmió durante el período de reclusión; el ojo aterrador nazi de acosante vigilia; las botas militares cual símbolo de violencia e imposición;  las chimeneas de los crematorios que llenaban los cielos de humo y el ambiente de olores mortuorios; las afiladas alambradas que soportaron el llanto y la sangre de miles personas; los montículos de reclusos y cadáveres; y en contrapartida a los símbolos de la Gestapo, los campos desordenados de girasoles, la flor eterna de los gitanos.    

Aunque quizás uno de los símbolos más recurrente sean los pájaros; presentes a modo de presagio desde las pinturas que mostraban las imágenes de la vida en comunidad, hasta los días oscuros en los campos de exterminio. Allí estaban los cuervos, las aves de rapiña, como testigos mudos de los crímenes, asediando el último aliento. Esta imagen repulsiva tuvo que afectar a Ceija a tal punto, que antes de volver a Bergen-Belsen de visita, luego de 54 años, tuvo un sueño que le perseguiría: en él, las montañas de muertos se juntaban hasta formar un gigantesco pájaro humano. Las fosas comunes se abrían y se levantaban para convertirse en el tronco de aquella ave inmensa de tumbas humanas. Esta relación de los pájaros con la muerte estará presente en varias obras, entre ellas “Cadáveres” (2007), donde pájaros, almas y cruces esvásticas se confunden y alzan el vuelo.

No importa lo tardío del reconocimiento de la obra de Ceija, tampoco tiene mayor valor definir con claridad los patrones que la inscriben dentro del art brut: en la actualidad sus producciones se encuentran entre las más impactantes y conmovedoras del género. Su contundencia radica en la presentación de un cuerpo sólido que responde a una urgencia expresiva, cual respuesta a las situaciones traumáticas que vivió durante su niñez no solo en los campos de exterminio, sino antes y después a razón de la segregación racial de la que fue objeto por pertenecer a una etnia romaní. Sus perturbadoras imágenes, resultan un ejercicio de la memoria y adquieren un carácter profundamente humano, al pronunciarse desde un acto de valentía y justicia. Ceija Stojka intentó dar paz a sus tormentos, y salvar de posibles olvidos un capítulo nefasto de la historia, con la esperanza de que barbaries como aquella no vuelvan a repetirse[5].

©Yaysis Ojeda Becerra 

Investigadora y crítica de arte

(Madrid, abril 2020)


Notas:

[1]La directora de cine Karin Berger le dedicaría un segundo material audiovisual titulado: Debajo de los tableros hierba verde clara (2005, 52mn, Digibeta, 4:3); además de la edición del libro ¿Sueño que vivo? Una niña gitana en Bergen-Belsen (Editorial Papeles Mínimos, Madrid, 2019).

[2] Término romaní empleado para denominar el genocidio gitano durante el holocausto.

[3] Comisariada por Matthias Reichelt y Lith Bahlmann, Ceija Stojka: Sogar der Tod hat Angst vor AuschwitzVerlag für moderne kunst, Wien, 2014.

[4] Actualmente en exhibición: monográfica Ceija Stojka (1933-2013), Konsthall Malmö, Suecia, del 30-1-2020 all 18-04-2021.

[5] Texto publicado en Cuadernos Gitanos, Instituto de Cultura Gitana, (Madrid, septiembre 2020) y en versión italiana en el No. 20 de la revista Osservatorio Outsider Art (Palermo, octubre 2020).

Encuentros y desencuentros entre el art brut y el arte naif en la plástica cubana[1]

En 2008, cuando indagaba sobre las expresiones plásticas en creadores con desórdenes mentales, no imaginaba que a partir de entonces se abriera todo un camino por andar en materia de art brut. La terminología era apenas reconocible en Cuba, y las problemáticas que conllevaba esto salían a la luz, a medida que ahondaba en las investigaciones y me acercaba a otros creadores que por sus posturas anticonvencionales ‒y sin diagnósticos psiquiátricos‒ no gozaban de una total aceptación social, pero sí coincidían en cuanto a patrones creativos y en la manera de adoptar el arte como una actitud ante la vida.

Es habitual que en el panorama visual de la plástica cubana convivan diversas manifestaciones y formas de expresión que con frecuencia se fusionan y retroalimentan. En este tipo de relación podían pasar desapercibidos fenómenos cuyas particularidades no se observaban con detenimiento; razón que propiciaba juicios inadecuados, o la exclusión de significativas expresiones plásticas de muestras colectivas y eventos. Esto ocurría en ciertas ocasiones, con valiosos exponentes cubanos del art brut, cuya existencia constaté, sobre todo en territorios de tradición en el arte popular, como Villa Clara, Sancti Spíritus, Cienfuegos, Santiago de Cuba y La Habana.

Dichas producciones artísticas, podían ser relegadas debido a la incertidumbre y la duda que generaban: los creadores, de formación autodidacta, transgredían con sus posturas las habituales normas de conducta social; solían ser solitarios, excéntricos, y en algunos casos sufrían trastornos mentales, razón suficiente para que fuesen marginados por la propia sociedad e incluso las instituciones culturales. Por otro lado, padecemos la tendencia a la clasificación en el arte y frente a esta manía, el desconocimiento nos puede jugar malas pasadas.

¿Dónde situar a este tipo de expresión? Corría el riesgo de quedar fuera del rango de aceptación institucional, por no concordar cabalmente con los parámetros que de manera usual definen el arte naif o popular, y tampoco con aquellos que distinguen a las producciones académicas y contemporáneas. En tal disyuntiva, la evolución de estos artistas dependía en gran medida de la astucia y capacidad individual para insertarse en los circuitos legitimadores. En el mejor de los casos se les asociaba a la creación naif, cuando en realidad sus fuentes de creación resultaban de una complejidad superior. Esta asociación se debía a los puntos de encuentro entre ambas manifestaciones, y en algunos ejemplos, a tanteos que el propio artista establecía con la vertiente para salir adelante sin mayores contratiempos; cuando en sus obras permanecían por fuerza, inconfundibles rasgos procedentes de agitadas psiquis entregadas a la creación, que trascienden por sus contenidos el denominado arte naif.

Ante esta paradoja, se hacía imperioso esclarecer los encuentros y desencuentros entre el art brut y el arte naif, para contribuir a una mejor identificación del primero, sin echar a menos los indudables valores artísticos de la segunda.

El término de arte naif comenzó a emplearse a inicios del siglo XX, cuando varios artistas  –entre ellos Camille Pisarro (1830-1903), Paul Signac (1863 -1935), Paul Gauguin (1848-1903), George Seurat (1859-1891), Pablo Ruiz Picasso (1881-1973) y el poeta Guillaume Apollinaire (1880-1918)– se interesaron por las extraordinarias producciones pictóricas de “El Aduanero”, Henri Rousseau (1844-1910) y, al valorar sus peculiaridades, decidieron bautizar esta manifestación estética con el término francés naïf , cuya traducción al español es: “ingenuo”.

A partir de ahí se inicia en París el reconocimiento y promoción del arte naif como nuevo lenguaje pictórico de ancestrales orígenes y ajeno a formaciones académicas. Este tipo de arte, guardaba lejanos antecedentes en expresiones artesanales y culturales relacionadas con las necesidades humanas, la vida cotidiana y las religiones y tradiciones que databan de antiguas sociedades europeas. Las producciones artesanales antes referidas, fueron despreciadas con el inicio de las producciones seriadas que trajo la Revolución Industrial, para luego ser retomadas por el romanticismo y las reclamaciones nacionalistas del siglo XIX. Con el arte naif, por lo tanto, se volvía a ese pasado cultural y se reflexionaba en torno a la revalorización del medio sociocultural del sujeto, a través de representaciones plásticas de escenas rurales, tradiciones, costumbres populares, leyendas y paisajes a veces idealizados con cierto toque de fantasía.

Del arte naif se derivaron posteriores calificativos: pintura ingenua, primitiva, popular, intuitiva, autodidacta, espontánea, instintiva, antiacadémica, y a sus autores en ocasiones se les ha llamado “pintores de domingo” o “de corazón santo”. En determinadas regiones de Cuba, suelen hacerse distinciones entre los términos arte naif y arte popular; delimitando lo naif a aquellos artistas, en cuyas obras se distinguen con mayor énfasis los rasgos infantiles en las figuraciones o la precariedad en el dibujo.

En cambio, el art brut es un término francés concebido por el artista Jean Dubuffet (1901-1985) a mediados del siglo XX, con el que quiso denominar a toda aquella producción plástica realizada por personas con padecimientos psiquiátricos –internadas en hospitales o no–, convictos, individuos aislados de la sociedad y niños. Dubuffet se inspiró en los estudios que el historiador del arte y psiquiatra Hans Prinzhorn (1886-1933)[2] había realizado sobre la producción plástica de pacientes psiquiátricos, para publicar su manifiesto “El art brut preferido a las artes culturales” y fundar la Compañía de Art Brut (1948) y el Museo de Art Brut de Lausana, Suiza (1967), al cual dona una extensa colección plástica.

A partir del término art brut, surgieron otras terminologías: arte visionario, arte lunático, raw art, arte psicopatológico entre otras; aunque una de las más utilizada en la actualidad es la de outsider art (arte marginal), término creado por el crítico británico Roger Cardinal en 1972,[3] que es mucho más inclusivo en su concepción. De ahí su amplio debate, y que no sea de total aceptación por los especialistas más ortodoxos.

Tanto en el arte naif como en el art brut encontramos una excesiva originalidad y frescura; la necesidad vital de sus autores por comunicarse mediante la expresión visual, de ser reconocidos en el oficio de crear y de trascender en la plástica. Pueden expresarse tanto a través de la pintura como de la escultura y el dibujo; pero en el art brut se suele experimentar con mayor énfasis en el collage, la fotografía, las instalaciones, el performance, las intervenciones en espacios públicos y la arquitectura.

El hecho de que el art brut y el arte naif procedan de creadores autodidactas  –y, por ende, con escaso dominio del dibujo e incapaces de ofrecer soluciones académicas a detalles de composición, perspectiva y otras cuestiones relacionadas– puede traer consigo algunas confusiones. En ciertos casos las dos expresiones plásticas pueden coexistir, aunque siempre una prevalecerá, en dependencia de las intenciones plásticas del sujeto creador.

Pero veamos a grandes rasgos, las características que nos permiten establecer las divergencias:

El artista naif es, por lo general, un sujeto pasivo, sencillo de carácter, integrado a la sociedad; que disfruta del entorno y lo defiende y representa en sus pinturas. El art brut proviene de sujetos mentalmente afectados; o que de una forma u otra han transgredido las normas cívicas con actitudes irreverentes presentes en sus obras, y de resistencia ante los actuales sistemas sociales. Estos autores suelen ser de personalidad enigmática y sienten que pueden ir más allá de lo racional: algunos confían en sus dones místicos y llegan a exponer sus criterios con la mayor convicción y naturalidad, gracias al intelecto y la elocuencia que desarrollan.

El en el arte naif, el dibujo deficiente, muestra por lo general rasgos infantiles y contornos definidos con precisión y limpieza, que conviven junto a la exquisitez de una composición de acertada armonía en el color; mientras que en el art brut el dibujo puede ser torpe, rasgado, de imprecisiones realizadas con toda intención por el autor, para contrastar con un sugestivo cromatismo y definir especiales efectos y tensiones en las estructuras de las obras. Se emplean con frecuencia el negro, los tonos grises y los colores complementarios: disposición que, si bien se entiende como una violación del principio de la armonía cromática, no llega a constituir una ruptura en la unidad de la obra.

Por otro lado, en el art brut, el uso frecuente de la perspectiva frontal, puede aparecer al unísono con la visión de planos aéreos y laterales en una misma composición, debido a los diferentes puntos de fuga visual. De igual modo, las proporciones de elementos –en su jerarquía de tamaños y relaciones– no se corresponden con nuestra óptica fenomenológica del mundo: resulta exagerada la desproporción de objetos, o de partes y extremidades que conforman las figuras, como la de estas con respecto a otras situadas en distintos planos.

Las obras naif poseen gracia, encanto y aparente ingenuidad, pues los artistas gustan de plasmar una realidad con cierto sentido del humor y con una intención preciosista, que cautiva y acerca al público. Propician la contemplación, ya sea a través del brillante colorido, las recargadas composiciones o las atmósferas festivas y anecdóticas. Representan temáticas vinculadas a la cotidianidad, las tradiciones populares, tanto rurales como urbanas, los mitos y leyendas de la región, la naturaleza, el paisaje, la vida familiar, las relaciones afectivas, la religión; cuentan relatos; son reveladoras del espíritu y las costumbres del pueblo o ciudad al cual pertenece el autor y reflejan con amabilidad el medio sociocultural de este, quien se interesa por rescatar y conservar en sus piezas el patrimonio local o nacional.

Por el contrario, las obras de art brut buscan lo grotesco y rechazan lo que, desde el sentido común, se define como bello. En ellas existe una sensación de crudeza, precariedad y degradación. Proponen ambientes intensos, de caos, nostalgia, ambigüedad, y se adentran en zonas abstractas donde las manchas sugieren posibles formas. Lo espontáneo evidencia estados cercanos a lo inconsciente. Tienen un tono serio, reflexivo, sofisticado, irónico, a veces trágico y convulso. Con un claro estigma emocional, representan una realidad distorsionada que se transforma en dependencia del microcosmos del autor, quien siente una necesidad extrema de proyectar sus vivencias personales, sus sentimientos, recuerdos, conflictos y cuestionamientos. De ahí su autorrepresentación continua a través de retratos, segundas personas, relevantes figuras de la historia, animales, plantas u objetos inanimados. Lo sexual es tratado sin prejuicio ni pudor, y son capaces de lograr piezas de inquietante erotismo.

Para los creadores brut el contexto puede ser un factor hostil debido a las desfavorables condiciones económicas, sociales, de hábitat, salud, y las presiones familiares que suelen padecer. Resulta típico que se intente mitigar el desarrollo creativo y desalentar su libre manifestación, al ver en la creación plástica un peligro para la estabilidad emocional de ellos, en vez de un aliciente espiritual; de ahí que el artista se involucre en una compleja lucha que va en dos direcciones: consigo mismo y contra el medio.

En el art brut, el artista vive de manera obsesiva el proceso de elaboración de las piezas; emplea una gran cantidad de complejos códigos y símbolos provenientes de su arsenal individual, dejando partes reservadas a su propia comprensión. Con esta comunicación críptica, el público queda obligado a la interpretación y se muestra reticente, al no acceder a una lectura completa e inmediata de la propuesta visual. Se utiliza cualquier material y soporte que esté al alcance, siendo este quien sugiere el principio de una pieza o idea. La factura en las obras no siempre es la mejor, puesto que –en la mayoría de los casos– no sienten preocupación por lo que se llamaría “un correcto acabado o limpieza en el color”; aunque algunos artistas con el tiempo alcanzan inusitadas habilidades técnicas, sin desviarse de su estilo personal.

Los creadores naif suelen ser mucho más cuidadosos en detalles de factura y se preocupan por mantener sus obras en buen estado de conservación. El artista brut, en cambio, llega a experimentar una agobiante sensación de amor y rechazo hacia sus producciones, al extremo de destruirlas y repudiarlas en determinadas circunstancias anímicas. La pulsión desenfrenada por la creación, puede convertirse en una insoportable carga emocional que desemboque en abrumadoras depresiones. Serán ciclos de los que se recuperará, en el peligro acechante de volver a caer.

Es de señalar lo poco que se han pronunciado los críticos e investigadores de las artes plásticas cubanas sobre el art brut; de lo que se deriva la pobre existencia de bibliografía en Cuba que aborde la temática.[4] Se aprecia un vacío en los estudios del arte cubano con respecto al fenómeno y la necesidad de una atención pausada, por lo fructífero que su conocimiento a fondo significaría para el desarrollo de nuestra plástica, de la cultura general y del propio individuo creador.

En Villa Clara encontramos dos importantes figuras que promovieron eficazmente las artes plásticas en sectores populares y ‒si bien conocían del art brut y sus características‒ no se inclinaron hacia ese tipo de expresión en particular.

Uno de ellos fue Samuel Feijoo (1914-1992), escritor, investigador y folclorista, que desempeñó en este sentido una sólida labor desde los años 40 hasta inicios de los 80 del siglo XX. Feijoo creó en Cienfuegos, junto a Mateo Torriente (1910-1966), la Academia del Bejuco (Antecedente del movimiento artístico y literario Tarea al Sur), para luego liderar el grupo de Dibujantes y Pintores Populares de Las Villas, denominado con posterioridad Grupo Signos. Allí agrupó a creadores autodidactas de Villa Clara y Cienfuegos, con aptitudes para la realización de obras plásticas de rasgos ingenuos, notable fantasía y desbordante capacidad inventiva. En su búsqueda de lo identitario, se focalizó en las temáticas populares, fundamentadas en la naturaleza cubana, los mitos, leyendas y costumbres campesinas. Fue colaborador y amigo del doctor Bernabé Ordaz (1921-2006),[5] junto a quien organizó talleres de creación con pacientes del Hospital Psiquiátrico de La Habana[6] y participó en la inauguración de exposiciones, en la galería de este recinto hospitalario.[7] Admiraba a Jean Dubuffet, con quien sostuvo lazos de amistad, y fue evidente la influencia de sus ideas. Gracias a estos intercambios con Dubuffet, realizó en 1983 una muestra colectiva en el Museo de Art Brut de Lausana, Suiza, con el título de “Arte inventivo de Cuba”.[8] Feijoo reconocía los puntos coincidentes del movimiento de Las Villas con el art brut; pero también insistía en aclarar las diferencias entre uno y otro.[9] Entusiasmado con la intención de mostrar el movimiento como un proyecto portador de una cultura del pueblo, sostenía a ultranza su originalidad estilística y lo observaba desde un enfoque folclórico.

De igual modo, José Seoane Gallo (1936-2008), ‒escritor, etnólogo, coleccionista y estudioso de las artes plásticas‒ trabajó desde finales de los 50 hasta inicios de los 60 con un grupo de creadores santaclareños sin formación académica, que después se sumaron en su mayoría al Grupo de Dibujantes y Pintores Populares de La Villas. Pero Seoane también enfocaba su trabajo con estos artistas desde una perspectiva netamente popular, e incluso los motivaba a trabajar dentro de esos parámetros.

En Santiago de Cuba, la doctora Luisa María Ramírez Moreira ha destinado estudios a clasificar una serie de expresiones que consideraba “ingenuas”[10] y, sin llegar a valoraciones concretas, incluye el art brut con la mención de un artista representativo del género en Santiago: Arístides Goderich Ramos (1937-2004).

Para el estudio de estas expresiones, es imprescindible extender la mirada, salirse de los enfoques habituales del arte actual, y lograr interpretaciones a partir de una visión desprejuiciada respecto a comportamientos anticonvencionales o trastornos mentales. De esta manera se priorizarían los aciertos estéticos por encima del temor a lo desconocido en la mente del “otro”, que lo hace diferente. La valoración de dichas producciones debe hacerse desde una pupila entrenada en las artes visuales; que apoye sus fundamentos críticos en una sólida base teórica y práctica, antes de utilizar a la ligera las correspondientes terminologías. Se trata de una zona de las artes visuales con mucho terreno por explorar, no solamente en Cuba sino a nivel internacional; de estudios recientes, a pesar de que los artistas brut siempre han estado ahí, tan cerca y tan rechazados de movimientos y tendencias, que han marcado la historia del arte.

Con estos apuntes no propongo una tipificación dogmática del art brut, ni de las especificidades que este pueda tener en Cuba: con el transcurso del tiempo y los cambios socioculturales, hacen que su propia definición varíe en ciertos aspectos de su concepción inicial, permaneciendo la esencia de sus contenidos. Tampoco intento defender la teoría del genio a partir de la locura: el esquema creativo se desarrolla independiente de cualquier afección mental, y del mismo modo que lo estimula lo puede obstaculizar. Pero sí considero vital para cualquier estudioso y crítico de las artes plásticas, el acercamiento a esta expresión como un eslabón que complementa el conocimiento estético. En su estudio pudiéramos encontrar las respuestas a disímiles interrogantes sobre el arte como proceso natural, y las posibles claves de la génesis del pensamiento creativo en el ser humano.

©Yaysis Ojeda Becerra 

Investigadora y Crítica de Arte

Santa Clara, 15 de septiembre de 2012.

Notas:

[1] Epílogo del libro El Aullido Infinito, Yaysis Ojeda Becerra, Ediciones La Memoria, Centro Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2015.
[2] Vale señalar la influencia en el surrealismo de los estudios de Prinzhorn, en específico de su libro Artistry of the mentally ill (1922), que por sus imágenes y contenido era considerado como una especie de Biblia para el movimiento.
[3] El libro Outsider Art, de Roger Cardinal, fue el primero publicado en lengua inglesa sobre Art Brut.
[4] Apenas se encuentran artículos en la revistas Islas, Signos y Bohemia; o sendos capítulos en el Summa artis, Historia General del Arte, Vol I, de José Pijoán (Madrid, Espasa-Calpe, S.A,1955, p.503-512); y de Pierre Roumeguère El arte de los enfermos mentales y de los niños, en el libro El arte y el hombre de René Huyghe (La Habana, Instituto Cubano del Libro, 1972, pp. 80-83); ambos ejemplares con información desactualizada y terminologías ya obsoletas.
[5] Comandante del Ejército Rebelde y director del Hospital Psiquiátrico de La Habana (antiguo Mazorra), durante más de cuatro décadas.
[6] Según entrevista al escritor e investigador René Batista Moreno (Camajuaní, 1941-2010).
[7] Véase Samuel Feijoo: “Los osos se usan”, Signos, Santa Clara, No. 19, septiembre-diciembre, 1976, pp. 183-188.
[8] Estuvo constituida por ciento cincuenta obras de treinta y cinco creadores del centro de la Isla, integrantes en su mayoría del Movimiento de Dibujantes y Pintores Populares de Las Villas, entre ellos: Pedro Osés, Aida Ida Morales, Benjamín Duarte, Adalberto Suárez, Cleva Solís, Rigoberto Martínez, Chago Armada, Myriam Dorta, Alberto Anido, Mario Walpole, Adamelia Feijoo, Polo, Jesús Pérez, Juan Vada, Ángel Hernández, Armando Blanco y Lourdes Fernández.
[9] Samuel Feijoo: “Aclaración oportuna”, Islas, Santa Clara, No. 28, enero-marzo, 1968, p 258.
[10] Luisa María Ramírez Moreira: conferencia “A propósito del arte ingenuo”, Santa Clara, marzo de 2008, Consejo Provincial de las Artes Plásticas (inédita).

El aullido infinito - Cubierta

Libro «El Aullido Infinito», Yaysis Ojeda Becerra, La Habana 2015.

Los círculos de Man

“Vida es círculo. Vida es circunstancia,
circunferencia, circulación”
Man

Fueron las circunstancias de un viaje sin regreso, lo que propició que en la primavera de 1961 llegara Manfred Gnädinger (1936-2002) a la Costa da Morte, en Galicia, España. En aquel momento era solo un joven alemán con inclinaciones artísticas, ideas pacifistas y medioambientalistas, que lejos estaba de imaginar el rumbo que tomaría, en el pequeño pueblo pesquero de Camelle. Cuarenta y un años de transmutación, de libertad e intercambio emocional con la naturaleza: el sujeto cual ente natural, indisolublemente ligado al mar, al ciclo vital de la tierra; donde el elemento del círculo constituiría el principio y el fin, en décadas de convertir su vida en un happening interminable que comulgaba el arte a su cotidianeidad.

Desde el instante que Manfred decidió quemar sus documentos personales, dejó atrás un pasado de convencionalismos sociales, para construirse un nuevo entorno de representaciones visuales: su Museo. A partir de entonces, se le conocería como Man o El Alemán de Camelle: y todo lo que su vista alcanzaba al levantarse, lo fue transformando de a poco en objeto artístico. Hasta conformar una única obra integrada por los desechos del mar, las fantásticas esculturas en piedra de su jardín, la diminuta caseta con lo justo para vivir, las acciones plásticas en el dique, las instalaciones, las pinturas, dibujos y fotografías. Una transformación que incluiría su propia imagen, al abandonar las ropas y deconstruirse en la simplicidad del desnudo, despojado de ataduras materiales, en franco gesto performático, instintivo y experimental. Con el uso de su cuerpo como elemento de interacción con el medio, sensible a los signos y señales, reafirmaba el carácter procesual del hecho artístico, en un largo ritual que asumiría cual filosofía de vida o religión.

Esa misma simplicidad, constante en sus obras y acciones, marcarían una delicada línea que mostraba al individuo en su estadio más puro; en diálogo abierto con los fenómenos de la naturaleza y en especial con el mar. De tal modo que decidiera construir su Museo a orillas de este y llegara a sentirse hijo de Neptuno, nacido de una ola. El mar era el centro, protagonista de lo inusitado, elemento perturbador y de poder, escenario de muertes y fuente de reflexiones; en el mar, el artista encontró el motivo para emerger con una particular cosmovisión afincada en lo autorreferencial; su experiencia personal, de encuentro y sobrevivencia, trazaría las coordenadas de un paisaje interior asentado en la síntesis de las formas circulares.

En el círculo Man encontró su máxima expresión, un leit motiv traducido en lenguaje abstracto y al mismo tiempo directo. El círculo resumía una estética obsesiva pero sobria, mínima en recursos; de una organicidad geométrica sustentada en un pensamiento complejo y guiada únicamente por el impulso de la creación. Con juegos de círculos de contrastes cromáticos, el artista cubría toda su caseta del suelo a las paredes. Las formas circulares determinaban los ensamblajes de las esculturas del jardín o las instalaciones que realizaba con antiguos espejos; con círculos pintaba las rocas del entorno abrupto, el muelle en el pueblo, las fachadas de algunas casas; y los casi trescientos ochenta metros de dique que una vez dividieron su Museo, para después convertirse en una extensión del mismo, al quedar cubierto por composiciones a gran escala, esculturas con elementos de reciclaje, o dejar plasmadas las huellas de su cuerpo sobre el cemento fresco —a manera de protesta—  cuando empezaban a construirlo.

Es posible afirmar que el carácter efímero de aquellas obra expuestas al medio natural y hostil, le generaran al artista una dinámica circular e infinita, que lo obligaban a la acción repetitiva e incesante de rehacerlas una y otra vez. Ese énfasis cíclico, pudo haber influido en el ritmo de los aforismos de acento poético y otros textos metafóricos, que Man solía escribir cual ejercicios reflexivos y teóricos. En uno de sus aforismos sobre el círculo comentaba: “El punto, espacio cero. La nada. Por contraste, el círculo con dimensión. Si me alcanza la nada, dejo de existir. Si me llega el centro de mi círculo, soy todo presente.”

Luego, en una entrevista realizada a Man en 1986, por Radio Televisión Galicia, el artista comentaba sobre los códigos del círculo en su obra, la relación de este con el mar y su personalidad:

Mi alma es nada más que el círculo, y si es jorobado el círculo pues es la ola, la onda, y soy así, sin cuerpo, sin nada, solamente libre así, y soy agua nada más (…)El círculo es el elemento del mundo, no existe más que el círculo. Es el origen de otros elementos. El círculo así es todo, en tres dimensiones o más, si existen. La recta también está dentro del círculo. La horizontal cuando miramos ahora al mar es una recta, pero por la larga no, por la larga es el círculo de la tierra; y así, circulación, circulación del universo, es todo un círculo, todos círculos; y si es cuadrado pues es un círculo de cuatro puntos (…); y así el triángulo, es un círculo de tres puntos (…); el círculo es más suave y redondo como el cuerpo (…)»

Un detalle a considerar en la obra de Man, fue su aislamiento voluntario. Apenas contaba con un puñado de amigos, y prefería mantener el vínculo con su familia por correspondencia postal. El artista consideraba la soledad como su tabla de multiplicar, monólogo íntimo y modus vivendis. Una soledad que pudo estar condicionada por las contradicciones culturales con el entorno social que le rodeaba. Algo que suele ocurrir con los artistas outsiders, cuando deciden romper esquemas y salirse de las conductas aceptadas por la sociedad. Aunque a pesar de este aislamiento, las personas que visitaban su Museo desde varios lugares del  mundo, conformaban una parte activa al interactuar con el artista mediante pequeñas agendas que Man ofrecía para que dibujaran y compartieran sus impresiones. Por años, el artista reunió miles de agendas que recogían las experiencias de esta acción participativa, y que hoy se conservan como parte integral de su propia obra. El proceso artístico se movía en este caso, de la obra al público y viceversa, en una continua retroalimentación, donde la participación y el intercambio se convertían en factores primordiales.

Al igual que las pinturas monumentales con los grandes círculos, la caseta y el jardín de esculturas en piedras, eran la fascinación de quienes visitaban el Museo.[1] Todo el complejo resultaba un site specific en constante evolución. La acogedora caseta de madera, ladrillo y cristal apenas medía cinco metros cuadrados en su planta habitable; en ella conservaba sus libros de arte y filosofía, catálogos, herramientas y materiales, las agendas debidamente ordenadas por fecha, cuadernos de apuntes, libros manipulados, instalaciones y piezas escultóricas de huesos, caracoles, conchas, corales y plástico; además de fotografías, dibujos sobre papel y pinturas sobre lienzo. La caseta poseía un diseño funcional con una marcada intención artística, dada por el colorido, las figuras de círculos en el interior y en el exterior, el solárium, o la disposición rítmica de las alrededor de cincuenta ventanas de diversos tamaños y la puerta, que proyectaban la luz de día y de noche; con seguridad, la estructura y ubicación de la caseta respondía a un estudio minucioso de la luz, los puntos cardinales y el clima de esa geografía costera.

En cuanto a las esculturas del jardín, movía manualmente cada piedra para luego pegarlas con cemento y crear un conjunto caprichoso cerca de la caseta; algunas en forma de pináculos, fuentes, pórticos, o gigantescos templos. Consideraba cada piedra como una palabra sin ruido, que unidas formaban aforismos. Pura poesía visual, escenificada en el silencio de la soledad de un artista, que construyó su hogar ideal, su refugio para escapar del mundo. Sus obras de décadas de trabajo eran todo lo que poseía y las amaba como un padre a sus hijos.

De ahí que fuera un golpe tan duro, cuando en una mañana de noviembre del 2002, su Museo amaneciera cubierto de chapapote. Un barco había colapsado en medio de la tormenta, derramando al mar setenta y siete mil toneladas de petróleo. Con la marea negra provocada por el Prestige, no solo quedó devastada buena parte de las costas gallegas, sino la obra de toda una vida de este prolífero artista. La tristeza, la pena y la desilusión ahogaron el corazón de Man ya sin fuerzas; quien muere a los 66 años, al mes siguiente del terrible desastre.

Durante todo ese tiempo de entrega espiritual y esfuerzo, hubo quienes lo tenían por loco y vago; en cambio otros lo veían como un genio, o un adivino capaz de predecir sucesos. Pero Man no era más que un artista en plena libertad de crear, que asumió el riesgo del anonimato al desarrollar sus producciones en un lugar apartado de circuitos artísticos, lejos de galerías, ferias, coleccionistas, críticos y subastas. Riesgo que a la vez resultó su mayor mérito: con su aislamiento, se mantuvo fuera de ambientes contaminados por el mercado y presiones sociales, para realizar una obra artística en comunión consigo mismo, y consolidar un cuerpo coherente, donde se fusionaron distintas manifestaciones, bajo la premisa de demostrar la posibilidad real de establecer un enlace entre el arte y la vida. Man irrumpe desde la experimentación y la búsqueda de su yo; logra difuminar fronteras clasificatorias que lo encierren o enmarquen en tendencias, movimientos y períodos; y se convierte en el eslabón necesario para entender el proceso creativo cual amplio ciclo, sin límites, principio ni fin.[2]

Yaysis Ojeda Becerra

Investigadora y crítica de Arte

Madrid, 28 de Octubre 2018

 

Notas
[1] La investigadora de arquitecturas y espacios bruts, Jo Farb Hernández  y directora de SPACES, dedicó el capítulo 40, de su libro Singular Spaces (Editorial Raw Vision, 2015) al Museo de el Alemán de Camelle.
[2] Texto publicado en versión italiana, Osservatorio Outsider Art, número 17, primavera 2019. ©Yaysis Ojeda Becerra.

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Teoría plástica: del estallido a la integración

Ugo Martínez (6)Cuántas veces, Ugo Martínez Lázaro (México D.F., 1974) se habrá visto en la compleja posición de ser un artista mexicano que no se proyecta desde los estereotipos que la mayoría espera; de verse cuestionado por la mirada occidental que busca en sus obras los vestigios de la crítica social del México violento o peor aún, lo folklórico y lo kitch. Desde su condición de emigrante, afincado en Madrid desde hace más de diez años, ha desarrollado una producción de notables cambios procesuales que responden a una búsqueda y recolocación del sujeto creativo a partir del enfrentamiento con el contexto europeo; en una huída continua de zonas de confort con la autoimposición del siguiente desafío dentro de lo experimental, hasta llegar a la presente serie de obras que en buena parte conforman la muestra Teoría Plástica, abierta al público en el Instituto de México en España (IMEX), desde el pasado quince de diciembre.

Pero el artista es consecuente con su legado histórico cultural, del que no se desprende y utiliza como prisma para reinterpretar su entorno, en una fusión de épocas, estilos y manifestaciones que desembocan en su actual realidad con un análisis práctico del individuo, enfrentado a sus necesidades básicas de sobrevivencia y estímulo espiritual: techo, comida, ambiente familiar, reconstrucción de espacios de afectos y encuentros consigo mismo. Acaso las preocupaciones esenciales que atañen a la figura del emigrante que mayormente proviene del Sur; en un discurso que estalla en controversiales emociones hacia la nueva geografía, en una lucha de contenciones que lo han llevado a la integración mesurada como individuo del mundo, y que se aleja de esas esquematizaciones que solemos buscar en el Arte a la hora de voltearnos hacia el Sur.

Teoría plástica plantea a través de la sencillez de lo cotidiano del autor, un diálogo entre tradición pictórica mexicana y contemporaneidad que se fundamenta en la concepción de piezas escultóricas e instalaciones portadoras de reminiscencias tanto del barroco americano, del muralismo, como del arte mínimal, a modo de superposiciones de influencias, de estratos culturales y estéticos que han contribuido a la formación del artista; en este capas sobre capas se esboza un recorrido casi explosivo de lo nacional y local a lo internacional y global, llegando durante el proceso a reflexiones puntuales sobre dichas disyuntivas; capas sobre capas que también el artista emplea como principal técnica a la hora de aplicar la pintura acrílica sobre aquellas piezas en las que se pretende destacar la fuerza ancestral del color.

Ugo Martínez expande y dispone con el sujeto como medida, en un campo de reflexiones donde la inmediatez de la práctica artística apunta hacia el valor de una investigación con claros antecedentes en la pintura, el dibujo y la caricatura; manifestaciones que primaron en determinadas etapas de la evolución de su obra.

En franca síntesis de lenguajes y recursos, emplea como herramienta sus estudios de arquitectura[1] para rediseñar estos espacios personales, en composiciones donde incorpora objetos cercanos a su día a día, y los redimensiona al intervenirlos con materiales propios de la construcción: pinturas acrílicas de tonos llamativos, espuma de poliuretano, cuerdas y vigas. Utiliza también materiales de desecho que pueden ser de procedencia industrial o resultado del hallazgo afortunado en sitios de residuos urbanos; que por una parte le permite mantener cierto roce con lo marginal y por otra, se deja llevar por las sugerencia de las siluetas que los residuos cual objetos en sí le proporcionan, como pueden ser: latas de conservas, moldes de empaquetamientos, y pedazos de madera. Trabaja los contrastes de materiales hasta lograr una combinación que se fusiona acertadamente, gracias a la limpieza formal de las piezas: ajenas de narración dado su sentido abstracto, y despojadas de otro acomodo que no se sostenga en el color plano y vibrante, la simplicidad de la forma y la riqueza de la textura.

La idea lúdica del divertimento prevalece al recrear un universo a ratos infantil sin otra pretensión que establecer el juego irónico de posicionamientos frugales en la distorsión de clasificaciones y el disfrute del gesto artístico. En el caso de los objetos recubiertos con pintura plástica o acrílica[2], lo lúdico se manifiesta en la incitación a la experiencia táctil de las superficies gomosas, suaves, casi erógenas por su similitud con el látex y la silicona; se antojan cual segunda piel que cubre y oculta la verdadera materia –orgánica o no– de los objetos;  artificiales y a la vez apetecibles desde lo visual, cuando se trata de comida, como ocurre con los panes, los plátanos, o el sushi.  En cambio, en los estallidos, el juego se inclina hacia el absurdo y el imaginario adopta por momentos tonos de humor negro, al ofrecer al espectador bocadillos de espuma y madera, o porrones con contenidos que estallan y se esparcen hasta exteriorizarse en la imagen misma de la pieza.[3] El juego además se establece desde lo emocional, con el impacto de los objetos en la conciencia individual, ya sea desde el golpe de color o la explosión desordenada  de la materia contenida, compacta y porosa; vulnerable al riesgo de una ruptura inmediata.

En toda la muestra, asistimos a un ejercicio de deconstrucción de aquellas naturalezas muertas y espacios colectivos que configuran la cosmovisión actual del artista; cual apuntes dispersos de íntimos bodegones, reinventa todo un imaginario a partir de sus inquietudes existenciales y en la percepción de identificar estados de ausencias; Ugo Martínez, ocupa en la brevedad del instante, esos vacios personales y sociales que lo obligan a posicionarse desde la franqueza de un artista que no teme admitir su paso de la fascinación al estupor al realizar su obra; la constancia en ella, lo ha llevado a un discurso en equilibrio y abierto al cambio, donde la más compleja de las “teorías plásticas” convive indisolublemente con la voz de sus hijos al levantarse, o el ir y venir de sus pensamientos en pugnas, cuando va de camino al estudio, en esta ciudad, que ya siente suya.

Yaysis Ojeda Becerra, crítica e investigadora de arte (Madrid, diciembre, 2017)

Notas
[1] Ugo Martínez se graduó de arquitectura en la Universidad Tecnológica de México (2000), y desde entonces se vio influido por la obra arquitectónica y plástica del artista y arquitecto Juan O´Gorman (1905-1982), algunas de sus ideas las pondrá en práctica en futuros proyectos, incluyendo este.
[2]  Con el uso de este material plástico también hay un guiño, a manera de homenaje, a la obra del muralista David Alfaro Siqueiros (1896-1974), quien fue uno de los primeros en proponer el uso de la pintura acrílica para la elaboración de murales en paredes exteriores.
[3] Varios artistas latinoamericanos han empleado con anterioridad los alimentos, para abordar disimiles conceptos y temas; algunos desde la ironía del comentario político, como fue el caso de la pieza Galletas Dulces del duo Los Carpinteros, exhibida durante la muestra El Pueblo Se Equivoca en la Galería Fortes Vilaça, San Paulo, Brasil (2015); en ella, los artistas durante una acción performática, invitaban al público a probar sus galletas con frases relacionadas a la política y tomadas de periódicos brasileños, mientras el olor de las confituras orneadas envolvía al espectador.
∗Texto publicado en 72 TRUCK en su versión al inglés.

Sobre la cuadrícula

Daniel Martín Corona, Estados de Revolución(Detalle), 2017

Basta la línea, el silencio, y un escorzo de ángulos para que Daniel Martín Corona (Madrid, 1980) establezca un espacio paralelo de profundos análisis objetuales, en cuyas bases reposan la simplicidad geométrica de los cuerpos, o las proyecciones planas de supuestos que ganan en contenido y volumen con los cambios de perspectivas. Nada escapa a ese imaginario, que traza desde el prisma visual de lo plural y donde los centros de reflexión varían en función del ojo observador. Pero esta vez, posiciona sus planteamientos con la selección de tres de las piezas que comprenden el programa On paper de la Galería Ángeles Baños para la décima edición de la feria Swab Barcelona.

En un gesto de aguda desmaterialización del objeto, Martín Corona transforma los elementos a través de una síntesis gráfica en la que el valor visual queda determinado más por la forma que por el contenido; planteando las directrices de un lenguaje centrado en los aspectos técnicos del dibujo; y de un cinismo capaz de revertir lógicas en pleno ejercicio de simulacro, a contrajuego con la actual era digital y la manipulación de códigos que conducen a realidades distorsionadas. Desde un plano virtual, despojado de referencias, el artista cuestiona esas realidades proponiendo construcciones puras, en las que articula relaciones de contraposición y encuentro para enfatizar en la capacidad ilusoria del medio e ilimitada del sujeto.

La cuadrícula milimetrada define con precisión los cambios de longitud y volumen; ejerciendo un control acuciante en tanto muestra las posibilidades infinitas de lo diverso. Sobre esta red de continuos microespacios queda abierta la eterna paradoja de lo material y verdadero con lo intangible y ficticio, desde posturas que no pretenden generar aciertos, sino inquietudes y reinterpretaciones. ¿Hasta dónde el individuo es consciente de la manipulación que ejercen estas redes –en la que entran los mass media, lo digital, lo tecnológico, los intereses financieros– sobre la cotidianeidad, sobre los espacios íntimos del ser?

Entre las obras que conforman el proyecto se encuentra You are the one, premio en “Generaciones 2016”, (Casa Encendida, Madrid) integrado por dibujos de geometrías en movimiento, que además de seguir una lógica vinculada al número uno, poseen la condición de ser únicos e irrepetibles al estar constituidos por elementos que funcionan como su propio certificado de autenticidad: marcas de agua, tintas invisibles, hologramas o micro impresiones; todos empleados en los sistemas de seguridad de documentos oficiales y billetes. En este caso, la técnica al desnudo pasa de medio a fin, de herramienta a resultado; y el artista asume el absurdo ante la obsesión por alcanzar una pretendida originalidad, en una época vulnerable y propensa a la reproducción y a la industrialización; hasta lograr la exclusividad en la obra con la completa seguridad de que no habrá, de ningún modo, otra igual. Su valor radica en ser indiscutiblemente auténtica.

En Vocación 3D (2016), Martín Corona busca un estado de equilibrio entre lo bidimensional y lo tridimensional; sobre la cuadrícula irrumpen poliedros que transfiguran el plano, y gestan un caos geométrico de aristas que sobresalen y se mueven hacia lo convexo; se replantea el rol del proyecto como fase intermedia; del proceso de creación como obra en sí; se transita en un universo que explora lo virtual desde un plano de inagotables transformaciones, en la que los contrarios confluyen en la organicidad de las formas materiales y abstractas sin abandonar el dibujo; mientras las líneas láser trazan un orden incierto, cambiante, frágil, de coordenadas inconstantes que atraviesan la morfología de la superficie y terminan estabilizando la composición. Se desarticulan así, los códigos de estructuras establecidas, que se revierten para crear nuevos planos reflexivos; el atisbo del verso, allí donde pareciera imposible.

Por otro lado en la obra Estados de Revolución (2017), el artista acude a lo lúdico como instrumento irónico para el comentario político, en un cuestionamiento del relato histórico. De ahí que haga girar sobre su eje la silueta geográfica de cinco países cuyos procesos revolucionarios cambiaron los rumbos de la historia de la humanidad: Francia, EEUU, Cuba, China y Rusia; con el resultado de un juego de revoluciones que a manera de peonza invita a la diversión. En esta serie de juguetes, realizados para la ocasión,[1] resulta significativo como el contenido adquiere cierto protagonismo e influye a modo de discretos apuntes, que cobran fuerza en el guiño político y filosófico; conservando la singularidad del acostumbrado influjo metafórico presente en las producciones del artista; y esa condición de espectador desde la que continúa creando circunstancias virtuales a partir del dibujo, o pequeñas revoluciones capaces de detonar los sentidos, por sus giros poéticos y las marcas que puedan dejar a su paso.

Yaysis Ojeda Becerra (Investigadora y Crítica de Arte)

Nota
[1] Guarda sus antecedentes con el proyecto Superficie de Revolución (2015), expuesto en el espacio Cruce, Madrid.
[2] Texto para el catálogo que acompañó el proyecto curatorial del artista, durante la X Feria Swab Barcelona. ©Yaysis Ojeda Becerra.

Daniel Marín Corona,Stand Galería Angeles Baños, Swab Barcelona Art Fair 2017, Premio DVK al mejor artista español.

Daniel Marín Corona, Stand Galería Angeles Baños, Swab Barcelona Art Fair 2017, Premio DVK al mejor artista español.

El gran acaparador

 

Cualquier objeto le puede servir. Sabe que detrás de cada cosa se esconde un relato personal; momentos de la historia de la humanidad; de épocas diversas envueltas en guerras, políticas a conveniencia, luchas sociales, campañas de consumo y  programas espaciales. Los escoge intencionalmente y los va distribuyendo hasta discernir entre ellos una línea conductora que trace la lectura intercultural de sus conocidos amontonamientos: doscientos, trescientos, cuatrocientos y tantos en cada apretado espacio. El papel funciona como sus contenedores; el lápiz de acuarela constituye la mejor herramienta para acapararlos; su afición de arqueólogo corresponde con esa línea estética de inclinaciones antropológicas que Jairo Alfonso (La Habana, 1974) utiliza en sus series de dibujos de acumulaciones.

Estuve durante horas observando estos trabajos, hasta desgastar los contornos de cada objeto; multiplicando mi tiempo de observación por el de la factura de las piezas e imaginando el sonido del lápiz al deslizarse sobre el papel. Intentaba precisar el valor visual del cúmulo que todos conforman sobre la superficie plana; y la masa objetual de cacharros monocromáticos se fue desarticulando: primero en fracciones, luego en el peso cultural del conjunto; la disposición compositiva a la hora de acomodarlos; y los significados que llevaron al artista a representarlos y contabilizarlos con la exactitud pasmosa de un dibujante obsesivo, o de un cazatesoros consciente de que tu alma es tu mayor riqueza.  

Sin darme cuenta, empleaba en la apreciación sus propias herramientas de trabajo e investigación; aquellas que en sus inicios le llevaron a buscar lo autorreferencial en el mundo de los objetos que marcó su infancia en el contexto rural del pueblo de Aguacate: tinajas, sillones, guatacas, herraduras, jarros o molinos de piedra; lo justo que encuentras en un entorno campesino donde bien se aprende el valor de las pequeñas cosas; y desde la postura humilde de generaciones de cubanos marcados por el desconcierto ante el derrumbe de ideologías, promesas y sueños de desarrollo. Las mismas herramientas que en años siguientes lo llevaron a explorar ‒a través del videoarte‒ la naturaleza precaria de artefactos de imágenes y sonidos; a desmembrarlos en sus simbologías, como fue el caso de la pieza Telefunken 584827 (video HD, 2012) donde cada parte de un antiguo radio: cables, bocinas, botones y circuitos, llevaban en sí una carga intrínseca revelada tras la deconstrucción del objeto y su función social. Telefunken planteaba en sus códigos un ciclo de desmontaje que iba de lo macro a lo micro hasta conformar un universo relacional en constante retroalimentación con la memoria histórica de la que fue testigo y portavoz. En las actuales series de dibujos, el proceso se invierte, hasta quedar construidas estas cajas, que contienen de algún modo la fusión de fragmentos de vida, afincadas en la diversidad.

Cuántos objetos acumulamos y tiramos a lo largo de nuestra efímera existencia. Algunos cual representación de testimonios de épocas o marcas de episodios personales, otros configurando el status económico que pretendemos demostrar en esa ambición desmedida de nunca decir “basta”. Desechamos o acaparamos a partir de la experiencia vivencial y consumista del sujeto. Pero Jairo los quiere todos, en su codicia dibujística pretende asfixiarte en la conglomeración y hastío del consumismo, hasta llevarte a la reflexión provocada tras el choque emocional que la masa de objetos archivados genera, por su variado carácter temporal de guiños nostálgicos. El artista enfatiza en su discurso crítico lo absurdo del acaparamiento desmedido, para irónicamente caer también en la práctica del dibujo, como ejercicio de consumo desenfrenado de imágenes en este inventario que parece no tener fin. El gran acaparador[1] se hace partícipe del medio material que denuncia, al introducirse en él desde la posición subjetiva que le proporciona el oficio del Arte.

Parafraseando el título de un ensayo del crítico de arte Gerardo Mosquera acerca de los nuevos rumbos del Arte Latinoamericano, diría que Jairo Alfonso es uno de esos artistas latinoamericanos que ha sabido caminar con el diablo[2], a la hora de desarrollar una obra sin dejarse influenciar por patrones eurocentristas ‒aún residiendo primero en Madrid y actualmente inmerso en el ambiente neoyorkino‒;  ha estado atento a sus incitaciones para virarle el dominó[3] a tiempo, y aprovechar lo aprendido en cada etapa: como artista cubano supo indagar sabiamente en sus orígenes, punto de apoyo que le proporcionó los recursos suficientes para enfocarse desde la autenticidad de su idiosincrasia en el análisis de la sociedad de consumo; esa claridad de ideas y sinceridad consigo mismo, han sido su mayor fortaleza. Diría además, que la evolución de sus producciones responde al resultado de una hibridación cultural desde esa posición subalterna y digna, con la que se ha insertado dentro de lo contemporáneo en la narración de lo diverso. Gracias a la pluralidad de sus experiencias como sujeto creador, Jairo Alfonso elimina en sus piezas las fronteras culturales, en un todo mezclado que enfatiza un acento universal de matices globales y contenidos esencialmente humanos. 

 Este inventario multicultural recién comienza, el gran acaparador apenas lleva unos miles de objetos en un proyecto que crece con los retratos de las sociedades actuales;  entre pasajes de la memoria y las problemática que hoy enfrenta el mundo, se proyecta un compendio de imágenes grandilocuentes que exploran la sensibilidad de la conciencia colectiva en el debate perecedero de sus objetos; descubriendo a través de estos elementos de la cotidianeidad, el biorritmo de espacios donde todos solo estamos de tránsito.                                                                                                                             

Yaysis Ojeda Becerra (Madrid, 19 de junio 2017)

Notas
[1] Denominación que el artista dio a sí mismo en la entrevista Jairo Alfonso, Acapareitor realizada por Enrique del Risco para el Diario de Cuba, 11 marzo, 2017.
[2] Gerardo Mosquera, Caminando con el diablo. Arte contemporáneo, cultura e internacionalización, en Caminar con el diablo. Textos sobre arte, internacionalismo y cultura. pp. 149-171, EXIT publicaciones, España, 2010.
[3] Frase popular cubana que se emplea en el Dominó, cuando uno de los jugadores cierra el juego y gana.
*Texto también publicado en la web de Arte Al Limite (AAL).

Cipreses y girasoles: solo para locos

                                                                                                                Mutter ich bin dumm (Friedrish Nietzsche)                                                                                                                                        

     Me cuesta definir con exactitud cuándo empezó todo. Quizás, desde mucho antes, con los tomos tantas veces revisados de la Historia de la locura en la época clásica de Michel Foucault, los versos desgarradores de Elise Cowen, o los ojos aterrados de aquella vieja amiga sin salir de casa, porque estar escondida era el único modo de sentirse a salvo; de lo contrario quedaba el encierro en el hospital, el pánico a una muerte interior, a la vida que se escapa. Veía tan delgada y frágil la línea de la razón, que sabía que en algún momento haría algo; y solo tenía el arte.

     Hasta que una mañana por azar, encontré en un mercadillo ambulante de libros, el tomo XV de la Compañía de Art Brut dedicado a la obra de Geovanni Battista Podestà y empecé a indagar en este tipo de expresión artística. Desde las definiciones de Michel Thévoz, Roger Cardinald y Jean Dubuffet a las amplias investigaciones de Hans Prinzhorn[1] y su influencia en el medio artístico de la época. Pero no me bastaba la poca bibliografía que pude encontrar, apenas existía en Cuba publicaciones sobre esta temática; y decidí empezar nuevas indagaciones sobre el Art Brut a partir de mi propia experiencia y estudios prácticos.

     El camino estaba marcado y todo confluyó de tal manera, para que en Mayo del 2008 iniciara el proyecto de arteterapia e investigación Entre cipreses y girasoles, en el Hospital Psiquiátrico Provincial Docente de Villa Clara Dr. Luis San Juan Pérez.

     Estaba claro que sufrir padecimientos psiquiátricos no era una condición indispensable para reconocer una producción artística de esta categoría. A menudo se trataba simplemente de individuos con posturas irreverentes con respecto a las normas cívicas y un gran talento para las artes plásticas. Pero me interesaban en particular, los creadores autodidactas con ciertos rasgos demenciales, ya que sus obras me parecían de un asombroso grado de complejidad. Los esquizofrénicos, en específico, asumen la creación plástica con mayor pasión y de manera representativa intentan traducir sus conflictos internos. Con el proyecto en el hospital, tendría la oportunidad de estudiar sus peculiaridades, a partir de la base del simple trazo o la aplicación desaforada y aparentemente sin sentido del color; para ello trabajaría con un grupo de pacientes esquizofrénicos con aptitudes para las artes plásticas y sin pretensiones artísticas; aunque confieso que guardaba la esperanza de encontrar algún caso significativo, o lo que se suele llamar “el salto de la liebre”.

     Es de considerar que existía poca experiencia en Cuba con la arteterapia que utilizara las artes plásticas u otras manifestaciones en pacientes, salvo escasas excepciones, por demás inconstantes o inexistentes en aquel entonces. Los estudios psiquiátricos cubanos la aprobaban como método de ayuda en el proceso de rehabilitación, pero no determinaban su eficacia, más bien centraban la atención en otras formas de terapia que incluían discretas actividades laborales o deportivas, para mantener a los pacientes ejercitados físicamente, pero no estimulaban su capacidad creativa.

     Durante los años 70, en el Hospital Psiquiátrico Gustavo Machín, de Santiago de Cuba, bajo la dirección del Dr. Alberto Orlandini Navarro, se puso en práctica un proyecto de arteterapia con la finalidad de incidir en la enfermedad del alcoholismo, padecida por muchos de sus pacientes. La idea propició un diálogo entre los enfermos y el arte, y se alcanzaron resultados satisfactorios. Un ejemplo de ello lo constituyen las pinturas al óleo sobre cartón, realizadas por Arístides Goderich Ramos (1937-2004), que aún se conservan en este centro. Arístides decoró el Hospital Infantil Sur y Norte de Santiago de Cuba, así como la mayoría de las instalaciones del Parque Turístico Baconao.[2]

     En esa misma década, pero en el Hospital Psiquiátrico General de la Habana, dirigido por el legendario Comandante Ordaz (1921-2006), difusor de importantes programas de rehabilitación; se realizaron varias exposiciones personales y colectivas de creadores cubanos. Una de ellas fue la muestra Versiones Taquigráficas, integrada por 40 tintas de Olga Hernández, José A de la Osa y Olga de la Osa. La misma fue inaugurada el 17 de julio de 1974 en la Galería del Hospital, habilitada para estos fines, a la que asistieron, además de pacientes y doctores, destacados artistas e intelectuales. Entre ellos Sandú Darié (1908-1991) y Samuel Feijóo (1914 -1992), quien tuvo a su cargo las palabras de presentación.[3]

     Otra de las experiencias tuvo lugar en el Hospital Psiquiátrico Docente René Vallejo de Camagüey, específicamente en el hospital de día, donde se realizaron talleres de creatividad terapéutica con el objetivo de despertar potencialidades en los pacientes. Para ello se impartieron clases de cerámica, técnicas de bordados, además de la inclusión de otras manifestaciones artísticas como el psicoballet, y el dramatizado mediante psicodramas, ludoterapias y la novela express.[4]

     También en el Centro Comunitario de Salud Mental de Remedios, en Villa Clara, se realizaron durante la década del noventa, talleres de rehabilitación que incluían el empleo de la literatura, la música, la pintura y la danza, con la intención de desarrollar en los enfermos la capacidad de expresarse espiritualmente a través de las artes. Los propios doctores de este centro se involucraron de tal manera en estas acciones que llegaron a conformar, junto a los pacientes, una pequeña brigada artística.[5]

     Entre cipreses y girasoles fue un proyecto artístico y comunitario, realizado desde 2008 hasta el 2012, que se escapaba de las tradicionales técnicas de arteterapia, para buscar una mayor incidencia en el espacio del hospital a través de la integración de las artes plásticas a su propia cotidianeidad. Me interesaba, además de las investigaciones, la intervención a través de diferentes acciones plásticas y de otras manifestaciones artísticas, en el intento de transformar un recinto de encierros, agonías y pocas esperanzas, en un espacio generador de cultura.

     Como objetivos específicos contemplaba la valoración de las capacidades estéticas y creativas en un grupo determinado de pacientes esquizofrénicos, así como el análisis de posibles expresiones de Art Brut, tanto en casos conocidos a través del proyecto, como fuera del mismo, apoyar su desarrollo; incentivar el interés alrededor de las artes plásticas y contribuir a la formación del gusto estético y el mejoramiento de la calidad de vida de los pacientes y doctores; implicar a creadores de otras manifestaciones para de esta manera ampliar el espectro cultural del proyecto; ejercer una influencia positiva con los talleres de creación y apreciación plástica, en la terapia de rehabilitación de los pacientes; estrechar el vínculo cultura-salud, tan necesario en el desarrollo de una mente más sana y plena; además de contribuir a la integración social de estos pacientes, con la exhibición de sus pinturas y otras acciones promocionales.

     El título del proyecto se inspiraba en las obras del pintor holandés Vincent van Gogh (1853-1890), posimpresionista y precursor del expresionismo; quien sufrió de esquizofrenia, sin que este padecimiento impidiera su desarrollo creativo. En sus pinturas resultaba notable el empleo de símbolos (tanto en objetos como a través del color) como medio de expresión de estados de ánimos y emociones. Los girasoles, de intensos tonos de amarillo, anunciaban momentos de júbilo, gloria y empatía; mientras los cipreses, aparecían en planos de paisajes donde aparentemente no llamaban la atención, pero despeinados y angustiosos dejaban ver la nota oscura del artista: la muerte, la duda, los miedos, lo trágico. Estado mental en el que se debate un paciente esquizofrénico.

     Desde mis primeras visitas al hospital psiquiátrico, ―de bosquejo y planteamiento del proyecto― pude sentir la tensión que se respiraba, afuera quedaba la realidad citadina, dentro todo funcionaba con reglas, medidas y comportamientos preestablecidos que terminaban por englobar a cada paciente en una misma mentalidad, por lo que se hacía imprescindible la intervención del sitio con la finalidad de cambiar el entorno visual imperante; cambio que en plazos cortos, influiría en el ambiente cultural y social del propio hospital; estrategia cíclica, cuyo efecto favorable recaería una y otra vez sobre los pacientes.

     Por las características del lugar, sabía que tenía que abordar este proyecto de una manera abierta y desprejuiciada. Nuestras acciones debían ser visibles a todos, y las realizaríamos casi por entero dentro del hospital. Sitio de reclusión, submundo donde los pacientes son aceptados, tratados y condicionados; sobre el cual Michel Foucault diría: “El asilo psiquiátrico, la penitenciaría, el correccional, establecimientos de educación vigilada, los hospitales, y de manera general todas las instancias de control individual, funcionan de doble modo: el de la división binaria y la marcación (loco-no loco; peligroso-inofensivo; normal-anormal) y el de la asignación coercitiva, de la distribución diferencial (quién es; dónde debe estar; por qué caracterizarlo; cómo reconocerlo; cómo ejercer sobre él de manera individual, una vigilancia constante, etc.)”[6]

     Téngase en cuenta que para los pacientes el hospital continúa resultando, a pesar de adelantos científicos y técnicos en la medicina, un lugar de aislamiento, o como lo llamase Foucault en otra ocasión, Ciudades de confinamiento,[7] donde se ejecutan prácticas de internamiento, de exclusiones involuntarias, que de algún modo afecta la autoestima del paciente, al verse imposibilitado de seguir la dinámica en colectivo de forma temporal o definitiva.

     De ahí que lo primero que hicimos, fue habilitar un espacio expositivo dentro del hospital con nuestros propios recursos, un una zona de tránsito situada entre las salas de ingreso, el comedor y las oficinas de la dirección del hospital. En este espacio exhibiríamos los trabajos de los talleristas y llevaríamos muestras colectivas, o personales de artistas profesionales. La primera, fue una exposición de reproducciones de obras de clásicos del arte universal, pertenecientes al Centro Provincial de las Artes Visuales; que abarcaba obras de Salvador Dalí, Vincent van Gogh y Marc Chagall, entre otros. A raíz de la misma, ofrecimos un conversatorio e inauguramos oficialmente la sala. A los pocos meses, le siguió una muestra de dibujos y pinturas, realizada por los integrantes del taller. Es de destacar, la buena impresión causada por los trabajos, y la aceptación que tuvieron por parte de pacientes, doctores y el personal de servicio. Fueron notables los efectos positivos en el ambiente hospitalario y en la propia autoestima de los enfermos. Más adelante, en diciembre del 2010 realizamos en una parte de la sala, una pequeña exposición de pinturas, provenientes de un concurso convocado por la artista Yolmis Mejías, quien en sus producciones plásticas trabajaba con vitalidad y desde un enfoque personal, el elemento del girasol; mientras de la otra parte, quedaba una muestra del joven paciente y creador, Arturo Larrea Cárdenas. Por último, tuvimos el privilegio de inaugurar la exposición de fotografía Paisajes Inciertos II (2011), del reconocido artista villaclareño Eridanio Sacramento Ramos. Otra de las acciones que realizamos para mejorar el ambiente del hospital, fue la ejecución de una pintura mural. Gracias a la donación de los materiales por parte del Fondo Cubano de Bienes Culturales y del empeño de los creadores Aliegmis Bravo Cuan (quien se implicó de manera altruista, en cada una de las acciones del proyecto), Josué Bernal Escudero y Jorge Luis Sanfiel Cárdenas, quedó inaugurada el 17 de julio, una pintura mural de 250 x 370 cm, en una de las paredes del espacio expositivo. Valorada en 30.000 pesos, constituyó un homenaje a la ciudad de Santa Clara en su 320 aniversario. Contenía en sus figuraciones, esplendidos girasoles que ocupaban el primer plano, llenando de luz el espacio circundante; el segundo plano fue ocupado con las representaciones de edificios emblemáticos del Parque Vidal: La Biblioteca Martí, la Glorieta y el Teatro de La Caridad; habitados por pequeños rumiantes, de la autoría de Sanfiel, que retozaban tanto en las puertas como en ventanas de las edificaciones. Al fondo quedaba un cielo azul de remolinos vangosianos. Este mural de brillante colorido, fue el orgullo de pacientes, familiares y trabajadores; y para nosotros, un triunfo, al trasladar el paisaje arquitectónico del centro de la ciudad (espacio externo de esparcimiento) hacia el interior del hospital (espacio interno de confinamiento).

     Pero aún existían muchas zonas y paredes desvalidas dentro del hospital, por lo que fomentamos la donación de obras de arte, para colaborar con la ambientación del mismo. Tuvimos la grata sorpresa de recibir obras de los artistas Frank Michel Johnson Pedro, Amilkar Chacón Iznaga, Joaquín Morales, y Arturo Larrea; que quedaron dispuestas tanto en la recepción, la biblioteca, algunas consultas y en las oficinas de la dirección.

     El eje central del proyecto era el Taller de creación y apreciación (o taller de arteterapia), que contemplaba el aprendizaje de varias técnicas de las artes plásticas (tempera, acuarela, pastel, dibujo, collage); encaminadas estratégicamente a la recuperación de la destreza manual y sensibilidad táctil de los pacientes; dominio del color; estimulación de la fantasía y del disfrute de un momento de esparcimiento espiritual. El taller incluía ejercicios de apreciación que posibilitaban un mayor acercamiento a la manifestación e incrementaban los conocimientos básicos sobre la historia del arte; haciendo énfasis en el Arte Cubano. Con dos frecuencias semanales, estaba dirigido hacia un grupo de pacientes esquizofrénicos de diferentes edades, sexos y nivel de escolaridad. Contó con la participación de varios artistas de la plástica villaclareña: Aliegmis Bravo Cuan, Josué Bernal Escudero, Isabel Coello Trimiño, Rachel Paredes, Anelys Castillo y Yolmis Mejías.

     En la arteterapia se aprecian dos vertientes principales: la que utiliza la plástica como medio de facilitar un diálogo paciente-terapeuta, con el objetivo de elaborar posteriormente y de manera verbal, el contenido plástico creado; y por otra parte, la que se centra en el desarrollo artístico del enfermo. La primera, es aplicada por psicólogos o psiquiatras; la segunda, por especialistas en Artes Plásticas o artistas, que actúan supervisados en su mayoría por doctores, ya que su labor es planteada como complementaria a una labor psicoterapéutica. Este era el caso de nuestro taller de terapia artística, caracterizado por la relevancia del proceso de creación sobre el producto artístico ―en cuyas limitaciones, trabajaríamos las dificultades para simbolizar la experiencia, y ampliar las habilidades manuales con el aprendizaje y uso de materiales de creación y técnicas―; la importancia de la creatividad, bajo el supuesto que su desarrollo favorecería el surgimiento de soluciones creativas en otras áreas de la vida; y énfasis en la creación espontánea, sin importar el grado de pericia plástica, con un objetivo más bien expresivo.

     Dado el interés de los talleristas por la literatura, en especial la poesía, vi oportuno propiciar la participación de algunos escritores. Estos encuentros fusionaban la plástica a la literatura mediante un sencillo ejercicio: los pacientes pintarían a partir de la lectura de las obras por sus autores. No fue solo un ejercicio de acercamiento a la literatura, sino también al medio cultural de la ciudad. Entre los escritores invitados estuvo: Yamil Díaz Gómez, Jorge Luis Mederos (Veleta), y la poetiza Lariza Fuentes López. Otra aproximación a la literatura, fue mediante el diseño manual y personalizado de libros, como el poemario El ojo milenario, (Editorial Sed de Belleza, Santa Clara, 1995) de Lina de Feria.

     La magia de este taller estaba en los pacientes que lo sostenían. Cada martes y jueves me esperaban, o en caso de permanecer ingresados, confiaban en que los buscaría en sus propias camas. A veces con los medicamentos apenas lograban trabajar, pero insistían porque al terminar nuestra hora, se sentían relajados y satisfechos. Solo paraban en días de fuertes crisis, para luego volver sin falta. Recuerdo mi asombro la primera vez que vi pintar a Sabily Rodríguez, era también su primera vez pintando, su fluidez y seguridad eran increíbles, al igual que su inclinación por la poesía; estaba William Martín con su preferencia por los retratos, de trazo limpio y tímido; Yasmany Hernández de mirada infantil, con su obsesión por los superhéroes, algunos de conocidas series de animación, otros de su propia invención, y todos autorreferenciales. Osmíl Machado, el más inquieto y familiar del grupo, poseía una llamativa capacidad de síntesis para imágenes que representaba por lo general en movimiento, desde diferentes puntos de fugas;[8] Belkis Morales, de sonrisa afable, con sus cuidados dibujos a manera de bordados; María Esther y Rosa, tan constantes y entregadas en el disfrute de cada encuentro, ambas, autoras de figuras desproporcionadas y grotescas siluetas; Adolfo, quien afectado por un incidente familiar, prefería pintarle al amor y la naturaleza; o los trabajos sobre antiguas civilizaciones de Ricardo Calsines; entre otros talleristas que fluctuaban con menor periodicidad.

      Pero de todos, se destacaban las piezas del joven Arturo Larrea Cárdenas, un joven paciente de esquizofrenia. La liebre al fin había saltado.En Arturo encontré amplias posibilidades para la manifestación y un talento innato. De formación autodidacta y expresivas figuraciones, abarcaba temas que iban desde la religión, las relaciones de pareja, hasta el homenaje a grandes maestros del arte. Era necesario apoyarlo en su crecimiento artístico, y con tal fin, le organicé una muestra personal titulada Cuando la luz de la aurora, inaugurada en noviembre del 2008 en el Museo Provincial de Historia de Villa Clara, con alrededor de dieciocho obras, entre cartulinas y lienzos. Arturo vive refugiado en el arte y en la religión, y se mantiene pintando desde la tranquilidad de su poblado de Jiquiabo. Resultó premiado en el Salón Nuevo Espacio (2009) que convoca la Galería de Ranchuelo, donde luego realizó otra muestra personal, que además llevó a la Galería Wifredo Lam de Sagua la Grande. Gracias al proyecto y a su constancia, pudo participar en la exposición Colectiva Encuentros (2010), convocada por la AHS en la Galería Provincial de Arte.

     Otras actividades que se contemplaron en el proyecto fueron las visitas guiadas a las galerías de arte y las exposiciones de los talleristas fuera del hospital; una de ellas fue, la muestra colectiva realizada en la librería La piedra Lunar, durante los meses de enero y febrero del 2012.

     Como resultados alentadores de nuestra labor en el proyecto, estaban las certificaciones oficiales de los doctores que afirmaban la disminución de ingresos y del uso de fármacos en el tratamiento de los talleristas; quienes manifestaban un mejor humor y una actitud mucho más participativa y cordial tanto en el hospital como en sus hogares. En cuanto al ambiente del hospital, es de señalar el significativo cambio que se respiraba, gracias a la pintura mural, las donaciones de obras, y las distintas exposiciones que hacíamos en nuestro espacio, utilizado ahora como sala de recreación y visita.

     Durante estos cuatro años, asumí ―además de mi habitual profesión de galerista, comisaria y crítica de arte― el rol de “la profesora”, como solían llamarme los talleristas. De ellos, estoy segura haber aprendido mucho más de lo que pude enseñarles; un valioso conocimiento que constituyó la base para comprender e identificar las expresiones plásticas en artistas brut, y el embrión de parte de las investigaciones que hilvanaron los posteriores textos del El aullido Infinito. Este Proyecto, fue el mayor trabajo de campo que hasta hoy he podido hacer dentro del género por la gran cantidad de apuntes y material recopilado; sin dejar de ser consciente de lo importante y humano que resulta compartir tu universo artístico con quienes, por disimiles circunstancias, no tienen acceso a él; de dedicarles una canción, un libro, una pintura, o el simple gesto de detenerte, a pensar en ellos.[9]

Yaysis Ojeda Becerra (Madrid, 7 de abril, 2016)

Notas

[1] Historiador del arte y psiquiatra vienés, que consideraba la motivación creativa como motivación básica de la especie humana, y que toda creación albergaba un potencial de autosanación. En 1922 publicó el libro Expresiones de la locura, primer estudio detallado de las expresiones visuales de pacientes internados, y sostenía que la expresión artística de estas personas emergía de la misma fuente de la cual pudiese proceder cualquier otra expresión plástica profesional. Valoraba al máximo la producción artística realizada por pacientes y logró demostrar que la necesidad de expresión intuitiva sobrevive a la desintegración de la personalidad. Creó la colección Prinzhorn, que albergaba obras de pacientes psiquiátricos, con la que realizó exposiciones en Francia, Suiza y Alemania, detonando el ambiente artístico del siglo y contribuyendo a la formación de profesionales e instituciones, que posteriormente dieron lugar al surgimiento y desarrollo de la Arteterapia. (prinzhorn.ukl-hd.de)
[2] Arístides Goderish Ramos. El arte en el Gustavo Machín. Reportaje realizado por el periodista Ángel León Cabrera, Noviembre 2003.
[3] Feijóo Samuel, “Los osos se usan”, Signos, n° 19 (1976): 183-205.
[4] Datos obtenidos mediante la comunicación personal con la doctora Miryam Caballero Hernández, promotora de estos talleres de rehabilitación.
[5] Información recibida del doctor Antonio González Salazar, uno de los psiquiatras implicados en la mencionada brigada, en la cual participaron los artistas Julián Espinosa Rebollido (Wayacón) y Jesús Espinosa Carrillo (1951), este último era también paciente del Centro de Salud.
[6] Michel Foucault, Vigilar y Castigar. Nacimiento de la prisión, (México: Siglo Veintiuno Editores, 1976), p.184.
[7] Foucault, Michel, Historia de la locura en la época clásica I, traducción de Juan José Utrilla (Colombia, 1998), p. 43.(en www.biblioteca.d2g.com)
[8] Detalle característico de las creaciones realizadas por pacientes con esquizofrenia, descrito en José Pijoán, “Las manifestaciones artísticas de los alienados”, en Summa Artis. Historia General del arte, vol. I (Madrid: Espasa-Calpe, 1995), p. 508.
[9] Este texto aparece también publicado en la Revista Sans Soleil, volumen 8,  sección Bric-á-Brac, diciembre 2016.