MEMORIAS DE MADAME DE PAZ

Como delirios pudieran ser consideradas las obras de los artistas incluidos en El aullido infinito, el libro de Yaysis Ojeda que obtuviera el Premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente Brau en 2012. Locos, arrebatados, desvariantes, dementes, desencajados, ¿extraviados?, estos creadores asumen el arte como una dimensión fundamental de su existencia, sin la cual les es difícil hallarse a sí mismos. La necesidad impostergable de expresar su mundo interior, volcando en las piezas su forma única de aprehender el mundo, es uno de los rasgos que distingue su quehacer artístico (…)
Margarita Mateo Palmer, La Habana, 2015

Una dama de la antigua burguesía se pasea por las calles de Camajuaní. Es Nivia de Paz González (1940), sobreviviente de tropezoso andar, blanquísima cabellera, piel de nácar y reales harapos. Seguirle hasta su húmedo caserón implica descubrir sus mayores secretos. En la bienvenida aparecen los perros, acompañantes de su soledad. Luego, el armario con una treintena de “enciclopedias de arte”, verdaderas piezas museables, especie de catálogos-collages confeccionados por ella misma mediante la combinación de recortes extraídos de libros y revistas. Unas, contienen la historia de sus años felices, narrada en fragmentos de fotos y periódicos de una época de cambios sociales y políticos. En otras, se combinan los primeros dibujos y pinturas de la autora, con las obras de grandes maestros. Al pasar la saleta, accedemos al taller lleno de libros, apuntes, materiales, y obras colgadas o amontonadas en cajones, que revelan el talento y la versatilidad de esta creadora villaclareña.

YOB: ¿Me permite hacerle una foto mientras habla?

NPG: Déjame ver cómo estoy.

YOB: ¡Está bella!

NPG: ¿Seguro? ¿No sería mejor que almorzara para no tener esta cara de frustración?

YOB: ¡Mire cómo quedó!

NPG: ¡Desafiante! Te decía que he llegado a creer en el subconsciente después de pintar, y que lo primero que quiere un pintor es tener recompensa por lo que hace; segundo, el tener
material para trabajar te estimula mucho: cartón, madera o estas bases de varillas, algo que te estimule la creatividad, es lo que hace pintar a la gente. A mí me regalaron muchísimos cosas, que se me han ido acabando, pero como tengo mi cabeza no puedo parar de pintar.

YOB:  ¿Usted se considera cuerda o en la línea de los no cuerdos?

NPG: Es que yo tengo algunas ventajas que no tiene la gente cuerda. Estoy bastante bien para la vida que he llevado, bastante bien.

YOB: ¿Y qué era lo que usted me decía sobre los “pintores locos”?

NPG: El problema de los pintores locos es físico. Es alguna cosa allá adentro que no te funciona, que al nacer te apretaron con fórceps, que te caíste y te rompiste algo en la cabeza, o que naciste así. Puedes estar segura de que el problema es físico, y tú tienes que aprender a vivir en la locura.

YOB: ¡Qué sana locura la suya que la ha llevado a escribir, a pintar,  a hacer sus enciclopedias! Bueno, yo les llamo enciclopedias.

NPG: Están a tu disposición. Nadie se preocupa de ellas, nadie las aprecia. Si algún día te hacen falta para algo –sin que me las lleves de aquí– o para que alguien aprenda algo, porque copiando se aprende a pintar, te las puedo prestar. Trata de interceder con los organismos de Cultura a ver si es posible que la gente consulte estos libros, nada más que para que tú veas las maravillas que son, ¡yo tengo un material aquí fabuloso! ¿Dónde vas a encontrar material como este? ¿Tú sabes cuál es el origen de la portada y de todo lo demás?: la imaginación. Mira, yo miro para allí y estoy viendo la cabeza de un toro en las manchas. Te voy a enseñar después las manchas que yo misma he hecho. El piso lo miro por un momento y veo la cabeza de un hidalgo así, y las manchas en las paredes, las de aquí, allá. Te voy a enseñar las cosas que pueden sugerir, es más, yo paso por aquí y veo un cuadro que hice con otro cuadro debajo y me digo: “¡Ay, qué bella combinación!”. Entonces pego los dos cuadros y queda una cosa preciosa, y así plasmo lo que te imagino. ¿Ves? Este cuadro me tiene que haber surgido de alguna mancha, y este otro detalle me lo sugirió una mancha,¡y esto no es copia de nada! ¿Cómo empecé? Tenía una caja de crayolas, tenía que estar en la cama, y tenía que pintar todo lo que encontraba, así que imagínate… Mira, todas estas diversiones las recortas y pegas en un pedazo de cartón, lo pintas, y verás lo bonito que queda con estas manchitas.

Yo empezaba pintando manchas y después dibujaba, ¿por qué la gente no las observa?, ¿por qué?, ¿cuántas cosas se pudieran hacer? ¡Y a la vez que haces esto, te salvas porque tienes algún objetivo para vivir! Y porque puedes expresar tus problemas. Yo tengo millones de problemas, pero no dejo de pintar. Y mira este pintado con cal. Este otro lo hice con tiza. ¿Tú no crees que todos los locos están obsesionados? con los niños, con las viejas, con las madres, con las novias y con el mundo. No voy a decir que eso les resuelve problemas, pero sí les aliviaría.

Antes de adentrarnos en su particular universo será preciso volver en el tiempo, al nacimiento –en un difícil parto– de una niña bautizada como Nivia Francisca de Paz González, en una pequeña finca cercana al cementerio del poblado de Camajuaní. Su padre –un emigrante español que había llegado a Cuba huyendo del servicio militar– se dedicó al cultivo del tabaco hasta poder reunir capital suficiente para comprar dos parcelas de tierra con empleados a su servicio y traer a sus hermanas desde las Islas Canarias. En poco tiempo formó parte de la pequeña burguesía y se convirtió en uno de los principales organizadores de la Asociación de Cosecheros de Tabaco de la región. La madre era una atractiva mujer que sufría las infidelidades de su esposo. Entre madre e hija siempre hubo una tensa relación, condicionada por los prejuicios maternos y sus hirientes exigencias.

Desde pequeña Nivia mostró un alto coeficiente de inteligencia. Se divertía leyendo historietas y jugando con sus amigos. Le gustaba escribir largas composiciones sobre José Martí y actuar en obras de teatro interpretando el dramático papel de una huérfana. Le apasionaba leer y aprender, veía el mundo con fascinación y sentía una tremenda alegría de vivir. En la adolescencia anhelaba estudiar Filosofía, pero súbitamente empezó a experimentar un atroz miedo de todo a su alrededor: libros, personas, animales y palabras, que desembocó en crisis nerviosas. Al recuperarse, fue enviada al colegio de las dominicas americanas en Cienfuegos, con el fin de procurarse una adecuada educación.

Durante este tiempo descubre la música norteamericana, que escuchaba por la radio junto a sus amigas de habitación. Se deleitaba con las melodías de Billie Holiday, Nat King Cole, la orquesta de Glenn Miller, el rock and roll de moda, además de la Riverside (jazz band fundada en 1938), las canciones de Tito Gómez y de María Teresa Vera. En Cienfuegos ve sus primeras operetas, compra su primer creyón de labios de color rosa y su primer disco de Benny Moré. Después de terminar el bachillerato, ingresa en la Universidad de La Habana para estudiar la carrera de Derecho Diplomático y Administrativo en la Facultad de Ciencias Sociales. Vivía en una casa de huéspedes en 17 y G, Vedado, frente a la Alianza Francesa, donde solía tomar clases.

En estos años –finales de los 50 y principios de los 60– incursiona en el periodismo, empieza a escribir poesía y colabora con las páginas literarias del periódico Prensa Libre. Insertada en un ambiente intelectual cultivó la amistad de la modelo Natalia Méndez (Norka) y aprendió a valorar las artes cubanas en todas sus manifestaciones, a preferir la música de Piloto y Vera; participaba en talleres literarios junto a Alejo Carpentier, Rogelio París, Maité Vera y David Camps. Al estudiar Teatro quedó impresionada con la obra de García Lorca y Virgilio Piñera. En ellos encontró inspiración para aventurarse en la dramaturgia y comenzó a escribir “La marea negra”, un drama que dejó inconcluso. Asistió a puestas en escena de valiosas obras de nuestro repertorio nacional y a varias exposiciones de artes plásticas, como las de Loló Soldevilla y Pedro de Oraá.

NPG: Tenía muchas amigas de la aristocracia, como las nietas de Serafín Sánchez, estudiábamos juntas. Teníamos un profesor que trabajó en Naciones Unidas que se llamaba García Guitar, era el decano de Colonialismo y Subdesarrollo, que en aquel entonces era una nueva asignatura. Entre concursos fui señorita novata ese año, porque simpatizaba con todos, ¡ja, ja! Me invitó a salir un gordito al que nadie soportaba, vivía en uno de esos edificios parecidos al Focsa, y el papá había sido gobernador o algo así. gente que después escuchabas mencionar en Miami.

YOB: Usted me contó que fue señorita universidad.

NPG: Sí, y después no salí más pero me escogieron como dama, y viajé con todo aquel grupito de la FEU. Conocimos a gente fabulosa. Fuimos a Varadero y a Santiago de Cuba, conocimos a otras personas también fabulosas y disfrutamos de los carnavales, estuvimos en el Hotel Versalles, que tenía una piscina, y en los carnavales yo me enamoré de un muchachito por primera vez. No pude ni siquiera besarlo porque con nosotros iba una vieja que no nos dejaba hacer nada: era la madre de la señorita universidad y tenía una joyería. Era libanesa, grandísima, y era novia de uno de los dueños de El Encanto. Aquella señora me puso carácter, pero a mí me importaba muy poco y, al día siguiente dejé que el muchachito me besara todo lo que quería porque, total, al fin y al cabo… Y eso que conmigo iban otras amiguitas que eran las más bellas: gigantescas, de caderas. Había otra flaca de un cuerpo escultural, pero gente tan sencilla y tan simpática. Todo fue un lío porque después él me escribió, y yo le contesté con una frase de Tagore: «no se puede tocar la carne, solo se puede tocar el sentimiento». ¡Yo estaba loca por él!, ¡era superdotado que parecía un artista de cine! El papá, García Ibáñez, era uno de aquellos ortodoxos, que había estado en el juicio del Moncada. Y entonces estuvimos en el Country Club un día en que daban un baile, y parece que él le dijo al padre: «sácame de este problema”, porque era casado y estaba enamorado de la alcaldesa de Santiago –no me acuerdo bien, una de aquellas familias de Frank País–, y entonces el papá me sacó a bailar, un tipo encantador, maravilloso, era diez veces más simpático que él, ¡bueno, atorrante!, se me pareció un poco a Alfredo Guevara(…)

Nivia era una joven hermosa, simpática, moderna, llamaba la atención con facilidad por su cuerpo y elegante postura. Tenía muchos admiradores, pero le parecía que solo apreciaban su belleza externa y se sentía utilizada. Esta situación le provocó continuos cuadros depresivos, que harían más frecuentes las visitas a La Habana de su madre, quien comienza a inmiscuirse en su vida privada y social. Después de graduarse, trabajó en el Instituto del Petróleo y en el Ministerio de Relaciones Exteriores. Su vida continuaba con éxito, aunque en el plano amoroso sufría inevitables desengaños, era liberal, inmadura e inestable en sus relaciones, no encontraba a alguien acorde con su personalidad.

Corrían los primeros años de la Revolución y la economía de la familia cambió bruscamente cuando a su padre le confiscaron las tierras y una farmacia, que había adquirido mediante un provechoso negocio. Apenas tenían dinero para pagar el alquiler de la casa de huéspedes de El Vedado, y no quedó otra opción que regresar a Camajuaní, lejos del confort, las grandes avenidas, altos edificios y turbulento tráfico, lejos de los amigos, del medio intelectual y bohemio del que formaba parte.

NPG: Todo aquello desapareció. Fue después de la universidad, después de haber sido electa, del viaje por los países socialistas, después de un montón de cosas. Yo era como una figura de adorno, ¿comprendes?, y no era otra cosa que yo sabía que era: que tenía sentimientos, una vida destacable. Entonces esa fue la cosa. Pero, bueno, ¡ah!, también conocí a López Dorticós, ¡que estaba loco por mí, qué sé yo, toda esa gente! Me imagino que estarían casados. Después había otro, Pedraza, que el padre era arquitecto y que me lo encontré en el hospital de Santa Clara un día. El padre me gustaba más que el hijo, y el hijo me regaló un disco y me invitó a pasear. Leo Brouwer también me invitó a pasear, y salimos a caminar, y no sé hacia adónde fuimos. Luego Pedro Álvarez fue a mi casa y me pidió que trabajara con él. Y la cuñada –que vivía en la casa de huéspedes– me dijo: “Sí, yo sé para qué él quiere que trabajes con él”. ¡Ella era una venenosa! Pero Pedro Álvarez llevaba a su esposa que era una francesa y a sus dos niños que ahora son adultos, y creo que después se casó con Verónica Lynn. ¡Era encantador, la persona más maravillosa que yo haya visto!, ¡la más sencilla que he conocido! Si con alguien me hubiera sentido feliz de trabajar hubiera sido con él; pero, bueno, no tuve nadie que me aconsejara bien: nadie sabía lo que iban a durar los revolucionarios. Para que tengas idea del centro en que yo estaba, a aquella casa de huéspedes venía hasta Ramiro Valdés a hablar con Niurka, que era también amiga de Fontanil. Y un día mi mamá le echo carbón encima a uno de mis amigos para que se fuera, y él decía: “¡No, señora, eso no, que mi mujer me va a matar!”. Para que tú veas que conocía a todo el mundo. Después trabajé en Relaciones Exteriores un año, en La Habana, ahí en tercera, por la Casa de las Américas. Si yo me llego a casar con uno de aquellos amiguitos míos, ¡ja! Y estaba otro amigo mío, que había estudiado para cura y después había sido revolucionario, y era un personaje en Relaciones Exteriores, nunca trabajé con él pero ahí estaba; y mi profesor de Colonialismo que me invitó a salir; y me presentaron a Roque Dalton, me lo presentó mi amigo Mariano Rodríguez.

YOB: ¿El pintor?

NPG: No, el escritor de Ellos lucharon con el Che. Mariano vino de La Habana y pasó por aquí y me llevó a Remedios, Santa Clara, Caibarién. ¡Era encantador!, de esas personas con las que me sentía bien. Estaban haciendo en las bibliotecas una sección de música clásica y entonces estaban llenos de planes, de ilusión y de cosas.

En el pueblo la familia de Nivia era vista con indiferencia, de cierto modo representaban un sistema despreciado por la sociedad. A Nivia le fue difícil adaptarse, y tantos cambios terminaron por afectarla emocionalmente. Una tarde que apenas recuerda cayó sin conocimiento al suelo. Permaneció varios días inconsciente en el Hospital Dependiente de La Habana. Recibió varios electrochoques y perdió la noción de sí misma. Con solo veinticuatro años se sentía indiferente a su alrededor, deliraba a ratos y durante las noches despertaba en pleno estado de shock con un horrible sueño: los otros pacientes intentaban suicidarse y caían desde las alturas. Aún no borra estas imágenes de su mente, como tampoco ha logrado discernir si se trataba de meras visiones o de la realidad.

A los tres años vuelve a ingresar en el Hospital Psiquiátrico de Jatibonico, y es dada de alta bajo tratamiento. Su padre ya había muerto, y en casa debía cuidar de su madre que comenzaba a padecer de artritis. Los medicamentos que Nivia debía tomar la mantenían demasiado aturdida, y prefirió dejarlos con el fin de recuperar los reflejos y algo de claridad en sus ideas. A partir de entonces empezó a refugiarse en períodos del pasado. Se alejó de las personas, de la familia, y de aquel presente, hasta llegar a encerrarse días y días sin apenas intercambiar palabra con nadie.

Algunos relacionan esta segunda recaída con la trágica noticia del asesinato en Bolivia del comandante Ernesto Guevara. En la familia De Paz eran asiduos colaboradores del Movimiento 26 de Julio y del Ejército Rebelde. En especial para Nivia fue un golpe traumático: había quedado sumamente impresionada por la visita del Che a su casa, días antes del triunfo de la Revolución,(1) al extremo de llegar a escribirle poemas que se debaten entre la admiración y lo pasional. Uno de ellos, con el título de “Esta noche”, se publicó en la revista Signos, número 26, de 1980. Nivia evade las preguntas sobre este encuentro con el comandante guerrillero, prefiere dejar en el misterio y las especulaciones un episodio que marcó su vida.

Con más de treinta años retoma Nivia sus intereses intelectuales, motivada por un taller literario que organizaba el escritor, investigador y folclorista René Batista Moreno.(2) En esta especie de despertar, optó primero por la poesía, intentó escribir una novela y continuar obras de teatro que años atrás habían quedado inconclusas. Estas producciones literarias un tanto inconstantes –que, según la autora, emergían de sus sueños– renuevan en ella las ansias de nutrirse espiritualmente y de manifestarse a través de la literatura.(3) En este empeño, copiaba sus libros favoritos en las bibliotecas o librerías al no poderlos comprar, entre ellos los poemarios del escritor y periodista mexicano Amado Nervo y «Pájaros perdidos», del poeta y filósofo indio Rabindranath Tagore. En estas lecturas, encontraba consuelo a su aislamiento.

Pero será a través de las artes plásticas donde obtendrá mayores aciertos. Nivia conocía a Samuel Feijoo desde los nostálgicos años de la universidad. Le veía frecuentar la casa de René Batista, pero no había tenido la oportunidad de intercambiar diálogo alguno con él. Hasta que un día Feijoo le pide que dibuje y, al ver el trabajo –algo parecido a una mano–, le sugiere sin mucho énfasis que lo continúe haciendo. Se acerca entonces a los talleres de creación de la Casa de Cultura, donde le ayudan con materiales.(4)

NPG: Aquella pintura fue una cosa absolutamente mala.

YOB: ¿Y qué le dijo Feijoo?

NPG: Él no me dijo nada especial. La que se imaginó que era una mano era yo. Hubiera querido que él me hubiera dicho algo más, me hubiera salvado porque yo le hubiera puesto mayor empeño a la pintura. Feijoo siempre estaba igualito, igualito, igualito. Éramos lo mismo que allá, una continuidad del pasado. Él ni me pedía nada. Bueno, nada especial, se veía algo cariñoso, amistoso. Sí, porque Feijoo era… bueno, él tiene que haberse acordado de aquella época en La Habana que nos conocíamos mejor…

Empezó con bocetos de obras que volvían a los clásicos de las artes plásticas. De ahí la especial similitud que guarda, sobre todo en varios autorretratos, con las madames de Amedeo Modigliani, de líneas ondulantes, figuras alargadas casi planas y de rostros ovalados, o las evidentes apropiaciones de obras de la vanguardia de los años 40 en Cuba como los Interiores del Cerro, de René Portocarrero, y las naturalezas muertas e interiores criollos de Amelia Peláez, de gruesas líneas negras en colores primarios. Este uso puntual de referentes, le ayudaría en el dominio del color y de las líneas como recursos de expresión.

YOB: Nivia, ¿y estas apropiaciones de Modigliani?, ¿qué la llevó tanto a sus obras?

NPG: ¡Ah, yo adoraba a Modigliani antes de empezar a pintar!, ¡siempre me gustó!, me gustaban las poses de sus damas de ojos vacíos. ¡Yo me veía en esas damas! ¡Yo era una de ellas!

Nivia era una amplia conocedora de la historia del arte, decía admirar todas las tendencias artísticas porque las veía como la representación fiel de los dilemas de la sociedad, aunque confesaba su preferencia por el surrealismo y la abstracción para trasmitir su abrumadora introversión.

En los trabajos a manchas, definía figuras y formas; representaba fantasiosos caballeros, cabezas de toros y animales mitológicos que extraía de las siluetas en el suelo, del moho en los muros, del techo, y definía contornos hasta lograr magníficas pinturas sobre las viejas paredes. Dos de estos murales aún se conservan en los dormitorios de la casa. En el primero, reina el caos en un ambiente infernal delimitado por gruesas líneas onduladas en naranja y azul; en la parte superior izquierda de la composición se destacan dos figuras, una de aspecto diabólico que al parecer dialoga con otra de forma humanoide, de tonos ocres y pronunciado vientre; mientras, casi al centro, una perra –de igual color– en posición frontal, alimenta a sus cachorros de rostros humanos. A pesar de lo escabrosas que pudieran resultar estas imágenes, es la maternidad el tema que aborda la creadora, trabajado en un espacio íntimo, discreto, su habitación.

En cambio, la pintura mural de la segunda habitación es todo un flash back de añoranzas. Allí está la familia ausente con la imagen del padre que era árbol y sustento; la madre minúscula con sombrilla, apenas perceptible en su silueta; los amigos perdidos; las mascotas; los astros antropomorfos, testigos mudos de tiempos inmersos en el suplicio de la crucifixión y la brillantez de los días de playa, en los que Nivia –bendecida y resplandeciente– emergía cual Venus entre las aguas del mar.

Mientras Nivia pinta es feliz. Imbuida en sus pensamientos, logra compensarse con una regresión que explora sus recuerdos y pasiones. Confiesa no comprender cómo logra sus pinturas, y que su mayor deseo es realizarse espiritualmente a través de ellas. Le gusta sentirse útil al crear “obras bellas” para el deleite de otros, aunque no sean comprendidas. Para ella, sus obras poseen un gran valor estético y sentimental. Las respeta y elabora con una sinceridad desgarradora, hasta convertirlas en el objetivo primordial, en “lo único realmente importante y sensato”. Mujer de desbordante imaginación, que acude a ratos a la burla y la ironía hasta rayar en deliciosos absurdos, presentes tanto en sus más logradas obras como en la manera de sobrellevar su paupérrima vida.

NPG: Entonces yo digo: “Voy a limpiar el cuarto”, y ellos con sus trajes tratan de que no llueva. Porque ellos creen que la culpa de que el clima esté loco la tienen los americanos. Si hay ciclón: ¡los americanos! Yo a veces encantada de que llueva porque así puedo limpiar sin tener que cargar cubos. Con el agua que me cae por las goteras puedo limpiar. Otras veces me preocupo porque llueve, ahhh y el techo se puede caer. Pero ¿sabes qué? ¡al final los engañé!, porque lo que es un problema para mí lo convierto en una ayuda. ¡Ah, sí, engañé a la suerte! Ahora dice el periodista Taladrid que los americanos inventaron un rayo láser que va a la estratosfera, produce no se sabe qué y después aparecen los ciclones y la lluvia ¡A echarle las culpas a los americanos!

Para protegerse de las tristes novedades, opta por inventarse versiones de la vida. Con la muerte de su querido amigo y protector René Batista –luego de que la nostalgia le jugó malas pasadas– prefirió convencerse de que aún vivía.

NPG: Le tenía mucho afecto a René. Era algo independiente de su ingenio, ¿sabes? Era la costumbre de verlo con su gorra. Nos conocimos de siempre. Cuando regresé a Camajuaní hicimos un tallercito literario y me llevaba a las actividades en Sagua, aquí y allá. Yo sentía como que él indirectamente influía en mi vida. En él veía una especie de ayuda, era muy exigente y él hubiera querido que yo fuera algo así como él. Esta dedicatoria me la escribió él, dice: “A Nivia de Paz, la mujer más loca que he conocido en mi vida, Camajuaní, 19 de marzo de 2003”. Imagínate, si tienes un amigo que opina eso de ti, ¿qué puedes esperar? René me presentó a Rapi Diego cuando vino a su casa a filmar Mascaró, el cazador americano. El hijo de Eliseo Diego era muy simpático, brillante, y la esposa era muy bonita, muy sensible. Entonces René –como diríamos– me utilizaba, y decía que si yo era la reina de esto y de aquello y de qué sé yo. Y al mismo tiempo se sentía como mi protector o una cosa así, ¿no? Yo lo sentía muy cerca. Era la única persona por la que tenía así un sentimiento. Lo veía por la calle y me importaba su opinión. Me importaba lo que pensaba, si hacía bien o mal. Él sentía que había realizado una obra. En Signos hay una parte del rescate de la historia antigua de Camajuaní, de la parte popular, que en realidad es política; y debería haber una parte de toda aquella aristocracia, de todos los que se fueron, de toda aquella gente que ahora está en Miami. Pero bueno, estaba la parte que él rescató. Escribió sobre la gente que coleccionaba los discos de tango, los que cantaban en las estaciones de radio, en los parques, y salían en las carrozas. Toda esa gente que habían vivido su tiempo de gloria, que eran personajes valiosos, ejemplos de humildad ¿no? Está Tarzán, que nos llevaba a nosotros al instituto, a las clases, y él habla en Signos de Tarzán(5) y de este y del otro. René estaba por encima de las medallas y premios que le dieron. Para mí él era algo más. Ayer vi a un tipo que era igualito a él, ahí en la casilla, y entonces el tipo sabía que se parecía a él, una especie de doble, era más joven, más gordito. Entonces yo lo miré y me dije: “¡Si este cree que me va a impresionar a mí, porque yo tengo nostalgia por René, pues no!”. Porque yo me imagino que René agarró un barco, que se fue a Miami con su mujer, ¡je, je! Creo que René es demasiado inteligente para morirse, ¿tú no crees? Tampoco podía creer cuando murió en Venezuela Rine Leal, mi teatrista favorito, al que habíamos visto en televisión, una especie de esperanza del teatro.

Fue a finales de los 80 e inicios de los 90 cuando la producción plástica de Nivia de Paz gozó de mayor constancia. Participó en varios salones y resultó notoria su inclusión en el Salón de Arte Popular, al aportar una nueva visualidad a esta manifestación en la provincia,(6) y en diversas muestras colectivas, como “Inventario de cosas naturales”, organizada por el Centro de Desarrollo de las Artes Visuales (La Habana, 1991), además de realizar varias exposiciones personales en Caibarién, Remedios, Camajuaní y Santa Clara. Sobre su obra, Tahymí Canto Machado, especialista del Consejo Provincial de las Artes Plásticas de Villa Clara comentó:

Predominio del dibujo, figuras casi inseguras e ingenuidad perfecta caracterizan la obra de los primeros momentos de la pintora camajuanense Nivia de Paz. Luego conocimiento empírico, líneas gruesas y colores vivos en zonas más o menos amplias nos van mostrando un acercamiento mucho más consciente a tradiciones y elementos populares, con lo cual logra hacerse eco del sentir de sus coterráneos.(7)

Sería oportuno aclarar que sus expresiones plásticas resultan de una dudosa ingenuidad. Esto se debe en lo fundamental a la retina entrenada por la autora de forma autodidacta, que le ayudó sobremanera a lograr una distribución equilibrada de elementos  y la aplicación segura del color. Su alto nivel intelectual le facilitó la experimentación en el terreno de las artes visuales. El estudio de los grandes movimientos artísticos, ligado a su inteligencia y talento innatos, le ayudó a definir una línea coherente, sujeta a disímiles referentes, pero auténtica en cuanto a su contenido simbólico-expresivo.

En algunas de sus pinturas es usual encontrar un enfoque popular cuando se acerca a la muchedumbre pueblerina y al bullicio de las parrandas entre las confrontaciones festivas de Sapos y Chivos. Pero no es esta su única intención. Nivia no se limita a recrear un entorno tradicional. Prima la nostalgia: esas pintorescas festividades son las de antaño, las suyas, las de su niñez y adolescencia; tiempos de ilusiones fugaces, de amores inciertos y de holgada juventud que intenta revivir. Tales representaciones carnavalescas devienen reflexiones sobre una vida de fuertes contrastes y sinsabores.(8) Se autorrepresenta entre rostros enmascarados que se niegan a mostrar una verdadera identidad(9) y se convierten en híbridos de animales y plantas. Entre la confusión de personajes de épocas distintas es posible encontrar sujetos de anticuadas vestimentas y ariscas sonrisas, arlequines, músicos, guaracheros, endebles príncipes, hombres-bestias (10) y sensuales bañistas.

En Nivia la filosofía, la poesía y los recursos plásticos se fusionan para situar sus reflexiones y dilemas en el centro de cada obra. La barrera entre presente y pasado es burlada con frecuencia, y la autora se rehúsa a tomar conciencia plena de la realidad actual. Teme olvidar, porque de sus recuerdos vive; de ahí su constante reproducción del pasado, de un ayer que vuelve hoy a través de sus pinturas; de regresar a los momentos vividos con intensidad, a la familia querida, a sus interrogantes, preocupaciones, sentimientos, hastíos.

Ha incursionado en el paisaje, la naturaleza muerta, las marinas, e incluso ha logrado realizar exquisitas abstracciones de abigarrados colores y sensaciones confusas. Sus autorretratos se convierten en leitmotiv: suele pintarse aún joven, sensual, con facciones gatunas y el cuerpo metamorfoseado o fragmentado. En los retratos de otros, incluye tanto a los que estima, como a los sujetos que desprecia. Llama la atención el tratamiento plástico y a la vez psicológico de los rostros, que pueden ser divididos simbólicamente en áreas de colores, con predominio del rojo y del azul.

Como casi nunca puede contar con los recursos materiales para pintar, emplea cualquier tipo de soporte plano, aunque por lo general trabaja sobre cartulina, cartón o lienzo. Utiliza las técnicas de la tempera, óleo –o una mezcla de ambas–, el pastel, carboncillo, la tinta, pigmentos naturales y cualquier otro material que le permita aplicar el color, dibujar o crear diferentes efectos visuales. Trabaja con frecuencia el collage, a veces sobre obras aparentemente terminadas.

Vale mencionar las seguras pinceladas que acentúan el peso emotivo de las obras. Posee una paleta vigorosa, que exhibe con ironía tonos estridentes junto a otros suaves: rojo fuego próximo a un azul índigo, naranja junto a un verde limón, o la llamativa combinación de verde y violeta; el amarillo casi siempre lo emplea para enfatizar zonas de luces o resaltar contrastes en las complejas coloraciones.(11)

Nivia de Paz sobrevive de la agitada cotidianidad en su acostumbrado encierro. Lejos de los nuevos códigos que no logra descifrar. Junto a sus perros, recuerdos y pinturas, insiste en contemplar la vida tras un velo visionario, incierto, en la desconfianza de todo lo que oye y ve. Para los más viejos, es todavía aquella mujer hermosa, culta y grande, que una vez determinó pausar el tiempo. Para los jóvenes, una loca que sale de su escondrijo en busca de alimentos y a cambio de su destartalo recibe discretas burlas. Allí ya pocos creen en su Arte, ese que ha utilizado para recolocarse junto a escenas de la memoria histórica del periférico poblado. Pero Nivia no se deja llevar por el silencio del olvido, y a pesar de su desgastada vitalidad quiere continuar; sobre todo en esos días que las ganas de pintar se vuelven irresistibles, y apenas logra respirar.

 

YAYSIS OJEDA BECERRA / Critica e investigadora de Arte

Cuba, Camajuaní, 3 de junio de 2010.(12)

 

Notas
(1) La fachada de la casa de Nivia conserva una tarja conmemorativa de esta visita del Che, y en la revista Signos (Santa Clara, No. 26, septiembre-diciembre, 1980, p. [6]) aparece una fotografía de ese momento, donde está el Che junto a ella y otros jóvenes.
(2) Batista Moreno –en su afán de dar a conocer los valores culturales de su querido Camajuaní– contribuyó a promover la obra literaria y plástica de Nivia de Paz. Era de las pocas personas que en el pueblo la tomaban en serio como creadora, y, gracias a él, algunos de sus poemas y dibujos fueron publicados en la revista Signos y otros medios.
(3) Con los poemas escritos en esta época quedó conformado el poemario Me saludo mortal y me retiro (2004). Su poesía también se ha publicado en la revista Signos y en la antología de poetas villaclareños Faz de tierra conocida (2010).
(4) Aún recuerda con afecto que una de las primeras personas en ayudarle fue el luego reconocido escritor Jorge Ángel Hernández, quien entonces era un joven promotor cultural.
(5) Véase René Batista Moreno: “El Tarzán de los Tangos”, Signos, Santa Clara, No. 52, julio-diciembre, 2005, pp. 17-28. Se refiere a José Agustín Gutiérrez, el Tarzán de los Tangos, personaje popular de Camajuaní.
(6) Criterio de Roberto Ávalos Machado al referirse a la obra de Nivia de Paz, Noel Guzmán Boffill Rojas y Bernabé Aquino, en el catálogo del III Salón Territorial de Arte Popular (Consejo Provincial de las Artes Plásticas, Villa Clara, 1997).
(7) Tahymí Canto Machado: texto del catálogo de la exposición personal “Nivia de Paz”, conformada por veintiséis obras de pequeño y mediano formatos (Galería Martí, Santa Clara, 1994).
(8) Una de ellas fue la serie “Carnaval” (1990), óleo sobre cartón, 60 x 60 cm, exhibida en la muestra colectiva “Si no lo veo no lo creo”, Galería Provincial de Arte, Villa Clara, octubre de 2003.
(9) Resulta notable la similitud de estas obras con aquellas realizadas por el pintor belga James Ensor (1860-1949), en las cuales el artista representaba los festejos multitudinarios de la ciudad de Ostende, que le producían repulsión. De esta manera presentaba a la humanidad como algo grotesco, estúpido y vano, retratando a los individuos como payasos o esqueletos y remplazando los rostros por máscaras de carnaval. Una de estas obras fue Retrato del artista rodeado de máscaras (1899), óleo sobre lienzo, de 120 x 80 cm. Ensor es considerado precursor del expresionismo y del surrealismo.
(10) Estas criaturas de aspecto fantástico no aluden a la mitología popular cubana, son el fruto de una desenfrenada imaginación con la que se divierte al fusionar sensuales cuerpos con extrañas cabezas de animales. Aunque, cuando ha recreado personajes de leyendas cubanas –como un güije extraterrestre–, lo ha hecho más bien por  encargo.
(11) La paleta y la pincelada empleada en algunas de sus obras nos remiten al inconfundible estilo pictórico del noruego Edvard Munch (1863-1944).
(12) Yaysis Ojeda Becerra, El aullido infinito, Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2015, pp 81-99.

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